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El Reina Sofía plantea la lectura más ambiciosa de Wifredo Lam

El cubismo, el surrealismo, el realismo mágico y la abstracción son los movimientos en los que de forma simplista se ha incluido la obra de Wifredo Lam, artista sobre el que el Museo Reina Sofía plantea una ambiciosa relectura.

Gracias a las cerca de doscientas cincuenta obras que se exhiben en la gran retrospectiva, el recorrido permite apreciar con amplitud las diferentes facetas de la obra de Lam (Sagua La Grande, Cuba 1902 – París, 1982), una de las figuras más fascinantes del siglo XX.

La exposición se ha exhibido anteriormente en el Pompidou de París en una versión más reducida, ya que en la de Madrid se ha reforzado la presencia de obras de sus primeros años en España y de los años 40. Posteriormente, la muestra viajará a la Tate Modern de Londres.

Algunas de las obras que se han incorporado en el Reina Sofía no se han visto nunca, son muy poco conocidas o, como ha señalado Ejkil Lam, uno de los hijos del artista, «no las conocíamos nada más que por fotos. Es muy emocionante poder verlas colgadas».

Aunque la obra de Lam está reconocida y presente de forma destacada en colecciones y museos internacionales y ha sido objeto de importantes exposiciones, todavía existen «ciertos malentendidos y entusiasmos simplistas», ya que algunos enfoques simplificaron o falsearon la percepción «de una obra compleja».

Así lo ha considerado la comisaria Catherine David, para quien su asimilación rápida al cubismo y al surrealismo «fue una tarjeta de entrada en el clan de lo moderno, pero su obra es mucha más compleja».

Hijo de padre chino, oriundo de Cantón, y de madre mulata descendiente de esclavos y de españoles, Wifredo Lam es un artista «difícil de entender al que se ha tratado de colocar en categorías demasiado definidas y estables», ha señalado Manuel Borja-Villel.

Según el director del Reina Sofía, la obra de Lam tiene relación con muchos lugares a la vez, en «una especie de exilio exterior e interior».

El recorrido, dividido en cinco grandes bloques, trata de resituar su obra dentro de la historia del arte internacional, así como prestar especial atención a las progresivas etapas de un trabajo construido entre España, Francia, Italia y Cuba.

«España (1923-1938)» trata una época en la que el artista se libera progresivamente de la práctica académica aprendida en La Habana y en la Academia de Bellas Artes de Madrid.

Descubre las obras de Gris, Miro y Picasso en la «Exposición de pinturas y esculturas de españoles residentes en París», en 1929 en Madrid, así como cuadros de Gauguin, los expresionistas alemanes y Matisse, que consulta en catálogos y revistas y que le ayudan a simplificar las formas en grandes superficies de colores uniformes.

Las obras realizadas en Madrid, Cuenca, León, Málaga y Barcelona, que dejó en manos de amigos cuando huyó precipitadamente a Francia tras haberse comprometido con las fuerzas republicanas, reaparecieron tras la muerte del artista, que las creía perdidas.

En ellas se «pone de manifiesto un largo y difícil aprendizaje en la ex metropoli colonial», según la comisaria.

En «París-Marsella (1938-1941)», Lam descubrió la influencia de la estatuaria africana en el arte europeo, reivindicada por las vanguardias y por Picasso. Los rostros de sus personajes se convierten, así, en máscaras geométricas.

Cuando conoció a André Breton y a Benjamin Péret, a finales de 1939, la gran época del surrealismo había pasado. La entrada de las tropas alemanas en París y el éxodo del grupo a Marsella favorecieron los vínculos de amistad entre ellos y la reanudación de las actividades colectivas.

«Cuba y América (1941-1952)» abarca la época en que el artista regresó a su país, donde quedó impresionado por la corrupción, el racismo y la miseria. Su obra aparece llena de figuras sincréticas que unen lo vegetal, lo animal y lo humano, reproduciendo los mundos espirituales propios de las culturas caribeñas.

Lam «estaba interesado por la santería pero a nivel gráfico, no en lo práctico. Lydia Cabrera le enseñó mucho, aunque él no era religioso en ninguno de los sentidos», ha recordado el hijo del artista y ha asegurado que su padre no se sentía de ningún sitio: «Aunque cubano, era un nómada».

Entre 1952 y 1967, Lam realizó numerosos viajes a París, Caracas, La Habana, Albissola (Savona, Italia) y Zurich, alejándose con frecuencia del taller. Durante su estancia en París, su amigo Asger Jorn le presentó a los artistas CoBrA, con los que hizo varias exposiciones.

El interés del grupo por el arte popular lo llevó a confrontarse a nuevos materiales, como la terracota, y a experimentar formas nuevas.

En 1962 se instaló en Albissola y en este centro de cerámica vivió regularmente hasta su muerte en 1982. Seducido por la liberación del trabajo en terracota y por la intervención del azar en el proceso de creación, produjo cerca de trescientas cerámicas durante 1975, cuyos símbolos remiten a sus pinturas y dibujos.

Esos años están también marcados por sus viajes a Egipto, India, Tailandia, México y un reconocimiento institucional creciente, así como por su obra autobiográfica «El nuevo Nuevo mundo de Lam». EFE

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