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2-3: Alegría y tristeza para un mismo resultado

En esta ocasión no voy a dedicar mi análisis al resumen de los acontecimientos sociopolíticos, que podría resumir con un más de lo mismo, pero a peor. El asunto de la “plandemia” no da más de si, pese a la Omicron, la Sigilosa o la EX, que ya leí en algún medio que se estaba preparando y parece “cerrarse” –por ahora, porque no dudo que pueda volver si interesa al guión del NOM 2030– con un nuevo decreto ley eliminando la obligatoriedad del uso de las mascarillas. La economía cayendo, con una marcha atrás por parte del “presimiente” Pinocho respecto de las cifras de crecimiento –el FMI anuncia un 4’5% desde el 9’5% con que alardeaba nuestro ejecutivo–, al tiempo que una inflación consolidada en el entorno del 10%. Y la guerra de Ucrania sigue, con un Putin que se sale del guión y un aspirante a héroe con camiseta de guerrillero, “presidente de uno de los países más corruptos del mundo que da lecciones a parlamentarios occidentales y éstos le ovacionan puestos en pie”, como recoge en su artículo Fernando del Pino Calvo-Sotelo https://www.fpcs.es/ucrania-y-el-suicidio-de-europa/ y ocurrió en el supuesto foro de representación de los españoles, hace pocos días. Por cierto, dará que hablar el próximo encuentro de los dos showmen, Zelensky y Sánchez, anunciado para los próximos días, con el Falcon calentando motores rumbo a Ucrania.

Hoy me voy a tomar la licencia de cambiar de “tercio” –valga la expresión taurina– y a centrar mi reflexión en lo deportivo y, más concretamente, en lo vivido en el mundo futbolístico en estos últimos días, que resumo en el título. En sólo dos días –repetido tres después, pero esto lo dejo para terminar–, y con muy diferente final, se produjo el mismo resultado, 2-3, en los campos de los dos principales rivales del fútbol español, el Real Madrid y el Barcelona. Sé que lo que voy a compartir en estas líneas producirá sentimientos encontrados en aquellos a los que les guste el llamado “deporte rey” y poco o nulo interés por parte de los no aficionados, a los que pido disculpas. También, que los seguidores del primero de los equipos citados sintonizarán mucho mejor con mi forma de verlo, aunque trataré de no ser demasiado incisivo con los del segundo, mucho más cerca, sin duda, de la segunda de las sensaciones que conforman el titular de hoy. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, además de lo conseguido con ese mismo resultado, clasificación y eliminación, esta situación se produce en dos escenarios muy diferentes. La primera, en el torneo europeo por excelencia, la hoy conocida como Champions League –heredera de la antigua Copa de Europa– y la segunda, la Europa LeagueCopa de la UEFA hasta 2009, que sucedió en cierto modo a la antigua de Ciudades en Feria, en lo que no me voy a alargar–, trofeo de “consolación” que disputan los equipos que no alcanzaron los primeros puestos clasificatorios en el campeonato anterior de sus respectivos países y los eliminados y repescados de la primera. Puede escocer, pero es así.

En primer lugar se jugaba, en el Estadio Santiago Bernabéu de Madrid, el partido de vuelta de la eliminatoria de cuartos de final, entre el Real Madrid y el potente equipo anglo-ruso Chelsea –3º de la Liga británica–. El resultado del partido de ida, 1-3 a favor del equipo español, despertaba cierto optimismo, aunque podía resultar un partido “trampa”, como así fue hasta el minuto 80, cuando el visitante dominaba con un 0-3 favorable. Pero entonces, los cambios introducidos por el entrenador Carlo Ancelotti, una genial asistencia de un “chaval” croata de 36 años, Luka Modric, y un no menos genial remate de Rodrigo Goes, un brasileño de 21 –éste sí, muy joven–, dieron el primer aldabonazo de una nueva noche épica madridista. Poco después llegó el segundo y el 2-3 final evitó la prórroga y cerró un global de 5-4 a favor de los blancos y su pase a la semifinal de la Champions. En resumen, de nuevo ALEGRÍA desbordada, como escasas semanas antes se produjera en la fase anterior, con otra noche mágica de remontada ante el “topoderoso” equipo franco-qatarí del Paris Saint Germain.

Sólo 48 horas después, Jueves Santo por más señas –no sé si estuvo ahí la clave–, el “descreído” Barcelona –Barça para muchos (Farça para no pocos)– se jugaba lo propio en la segunda categoría europea en la que, dado su historial, partía como favorito. En este caso, el escenario era el Campo Nuevo –ya no tan nuevo– y el rival –10º de la Liga alemana– el Eintracht de Frankfurt, ciudad natal del famoso escritor Johann Wolfgang von Goethe, autor entre otras muchas de Fausto, su obra maestra en dos partes, pero eso no toca ahora. El empate del partido de ida, 1-1, hacía pensar a sus aficionados en una fácil clasificación para la fase siguiente, pero un 0-3 adverso casi hasta el final, sacaba a relucir los peores fantasmas de los últimos años. Los dos tantos en los minutos de descuento sólo sirvieron para maquillar un resultado final, 2-3 también, que cerraba la eliminatoria en un 3-4 final para los teutones y sembraba de TRISTEZA a la afición y a la grada, tomada por la marea blanca de la afición del equipo visitante que, en otra pésima gestión de la directiva catalana, permitió que ocupara casi la mitad del estadio, en un partido para el que su equipo eligió ese color precisamente, tal vez para recordar al clásico rival madrileño de los catalanes que, mal que les pese y con algunos paréntesis de primacía futbolística a favor del equipo de la ciudad condal, los deja como el segundo equipo español en la historia de nuestro fútbol.

Como decía, no era mi intención –bueno, un poco sí, pero sólo en lo concerniente a lo deportivo– levantar ampollas en la afición barcelonista que, la que bebe en su sectaria politización nacionalista del fútbol –como de todo–, lo tomará como provocación. Pero es una de las consecuencias de la deriva retrógrada de ese ¿gran? pueblo catalán –la mitad casi, y mucho más en lo futbolístico– y su particular forma de manifestar su errónea reivindicación soberanista del “país” que nunca fue, y ni el fútbol se libra de esa enfermedad histórica. Muchos catalanes toman el barcelonismo radical como símbolo de su, tan atávica como injustificada, frustración política que personalizan en el Real Madrid. Recuerdo un, para mí, infame artículo de un autor de referencia para ese mal entendido y trasnochado nacionalismo, Manuel Vázquez Montalbán, cargado de imprecisiones ya en el propio título: “Barça, el ejército de un país desarmado” –subrayo las dos hipérboles, que no son poco en una frase de siete palabras, de las que dos son artículos y una preposición–, que escribía allá por 2008 y guardo en mi archivo. En su vano intento de explicar la inexplicable muletilla que ya forma parte del barcelonismo, “El Barcelona es más que un club”, sin sentido alguno fuera de la pretenciosidad nacionalista que desprecia al resto y que se le ocurriera, en 1968, al entonces presidente del club, Narciso de Carreras. Decía en él que “Cuando el Barcelona ganaba un partido de fútbol al Real Madrid, considerado el equipo del gobierno, Cataluña se resarcía un tanto de todas las guerras civiles que ha perdido desde el siglo XVII”.

No me quiero desviar del objeto de mi artículo y no voy a entrar en el análisis pormenorizado de lo recogido más arriba, pero sí quiero hacer un breve comentario sobre el hoy repetitivo eslogan barcelonista. En primer lugar, la “gestión” de los últimos cinco presidentes del club, se traduce hoy en una deuda de unos 1.500 millones de euros, cifra que, de no tratarse del “perseguido” Barcelona, desde el “franquismo” centralista de Madrid hasta hoy, que siguen estirando el mantra nacionalista, habría supuesto su desaparición o estar pugnando por salir del pozo de las divisiones inferiores del fútbol español. Por otra parte, la trayectoria de todos ellos, desde el más longevo en el cargo, el vasco José Luis Núñez –22 años, entre 1978 y 2000–, hasta el actual, Joan Laporta, que repite hoy, después de dos mandatos seguidos entre 2003 y 2010, pasando por Joan Gaspart, 2000-03; Sandro Rosell, 2010-14, y José Mª Bartomeu, 2014-20, han pasado, en el mejor de los casos, por la imputación de presuntos delitos cuando no por la cárcel. Sin ser demasiado malo, lo de “…más que un club”, parece merecer delante de la última palabra la que se utiliza para esos lugares de solaz de algunas carreteras, decorados con luces rojas, uno de los colores del “club”. Cierto que cuando se produce un triunfo deportivo sobre el Madrid, se celebra como si de un título se tratase pese a, como este año, encontrarse quince puntos por debajo en la clasificación. O cuando, tras perder la semifinal de la última Supercopa –puro negocio federativo en su forma actual–, el nuevo técnico, Xavi Hernández –“catalán” de pura cepa, de padre almeriense–, sorprendió al mundo no “culé” –invito a indagar en el origen del término– diciendo que, “ese es el camino”, que sigue repitiendo pese a los resultados. Respecto a lo de resarcirse “un tanto de todas las guerras civiles que ha perdido desde el siglo XVII”, volvemos a la hipérbole de confundir sus sucesivos intentos de sedición, frustrados siempre y que sólo los débiles gobiernos actuales les permiten seguir alimentando. No voy a entrar en los dos salvamentos económicos que le propició el régimen del Generalísimo Franco, al que correspondió el club con tres medallas de oro, 1951, tras la final de la Copa del Generalísimo frente a la Real Sociedad; 1971, por el “préstamo” a fondo perdido de 43 millones de pesetas –cifra estratosférica entonces–, para la construcción del Palau Blaugrana, y 1974, por el 75º aniversario del club y agradecimiento de los favores recibidos. Medallas que le fueron retiradas en 2019 por el anterior presidente Bartomeu y su junta directiva, decisión ratificada por 671 compromisarios, con 2 votos en contra y 7 abstenciones. “…Mejor tarde que nunca. También es un homenaje a nuestros padres y abuelos que sufrieron la dictadura», dijo el “valiente” expresidente –en libertad provisional hoy, tras la acusación de “administración desleal y corrupción en los negocios”– 44 años después del fallecimiento del galardonado. Por cierto, el club no devuelve las nueve Copas del Generalísimo que tiene en sus vitrinas, en una clara contradicción con su predicamento antifranquista. ¿Se entiende por qué muchos hablamos de Farça F. C.? Pues eso.

Termino con una breve referencia al tercer 2-3 que citaba al principio, producido en el último enfrentamiento Sevilla-Real Madrid, el pasado domingo, también motivo de alegría para los madridistas y tristeza para los sevillistas. Tristeza que no debió ser pequeña, ya que los aficionados del club andaluz afirman que “cuando les dan el carnet de socio sevillista le asignan también el de antimadridista”.

En fin, como la alegría va por barrios, los madridistas estamos de celebraciones, hasta el momento, una temporada más, muy cerca de la 35ª Liga, frente a las 26 del Barcelona, y bien encaminado en la competición europea, de la que cuenta ya con 13 trofeos frente a los 5 del que es “más que un club”. El Sevilla está en otro nivel, con una sola Liga y sin estrenarse en la máxima competición europea, aunque hay que darle el mérito de ser el que más trofeos tiene en la segunda, con seis copas de la UEFA Europa League.

Comprensible que los eternos segundos, terceros y… siguientes, no quieran demasiado al Real Madrid, sobre todo desde que el auge autonómico de las cuatros últimas décadas alimenta los nacionalismos y los regionalismos impostados e inexistentes hasta que llegó este nefasto régimen. Pero de eso tampoco toca hablar ahora.

Antonio De la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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