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Hacia un renovado Pentecostés

Como cada año la celebración del día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, coincide con la solemnidad de Pentecostés. Este año su lema es “Hacia un renovado Pentecostés”.

La iglesia española goza de gran variedad de experiencias y testimonios de fe como se comprobó en el Congreso de Laicos, Pueblo de Dios en Salida (febrero 2020), que demuestran su riqueza y pluralidad. Y un deseo de transmitir al conjunto de la sociedad una imagen de en salida.

La idea de un renovado Pentecostés será realidad en la medida en que en nuestras comunidades en todas las acciones se incorpore un estilo de trabajo enmarcado por dos ejes transversales: sinodalidad y discernimiento.

“La sinodalidad es dimensión constitutiva de la Iglesia» (Francisco, 50 aniversario Institución del Sínodo de Obispos, 2015). Se entiende por sinodalidad a la corresponsabilidad y a la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y la misión de la Iglesia e implica la valoración de la vocación laical y lo que aporta especialmente en el momento actual. El papa Francisco resume esta dinámica en Evangelii Gaudium: en virtud del bautismo recibido, todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en su hijo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros» (EG, n. 120). Por esto cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones.

En cuanto al discernimiento debe ser una actitud permanente a nivel personal y comunitario que nos capacite para captar cómo Dios está actuando en la historia, en los acontecimientos, en las personas, y, sobre todo, nos debe llevar a mirar hacia adelante, al futuro, a la acción, a la misión y a realizar este ejercicio con alegría y esperanza. En resumen, el discernimiento requiere de escucha, diálogo y puesta en práctica.

La pandemia del coranovirus nos ha servido para tomar conciencia de que todos nos necesitamos tanto en la Iglesia, como en la sociedad, porque de la conducta de uno depende el destino de los otros. Por eso es fundamental que todos nos sintamos llamados a la corresponsabilidad, a la misión compartida, creando una cultura del acompañamiento, fomentando la formación de los laicos y haciéndonos presentes en la vida pública para compartir nuestra esperanza.

Hoy, podemos caer en la tentación de buscar cierto protagonismo: “Es el día de los laicos, del Apostolado Seglar y de la Acción Católica”. Pero, realmente, el centro es el Espíritu Santo que se hace presente donde habitaba el desánimo y la incertidumbre. Sin darnos cuenta nos guía y acompaña, haciendo que se proclame la fe (vivida en y desde una comunidad cristiana concreta; a nivel personal, pasando de la teoría a la experiencia, profundizando en las implicaciones que tiene para nuestra existencia y para la sociedad de la que formamos parte), prodigando carismas; construyendo el bien común y creando comunidad.

La Iglesia está llamada a salir de su zona de seguridad, control y confort, y acompañar, acoger, consolar, fortalecer, pero sin buscar protagonismo. Pero la toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del bautismo y la confirmación no se manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se formaron, en otros por no encontrar espacio en sus iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones. Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Y se limita muchas veces a tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio en la transformación de la sociedad (EG, n. 102).

En un mundo en donde el sistema económico descarta y excluye y genera un reparto crecientemente desigual de la riqueza, en el que se oye el grito incesante de nuestro planeta, maltratado y explotado sin límite razonable, y con el sin sentido de la guerra, los desplazados de su tierra y rechazados en otras nos interpelan.

En los movimientos de Acción Católica se reconoce y agradece, la misión de salir al encuentro, de cuidar y acompañar procesos de fe que, entrelazados con la vida, generen esperanza, responsabilidad compartida y alegría, transformando paulatinamente nuestras comunidades en espacios de acogida y de encuentro de muchas personas que se sienten descartadas.

Cada día somos más conscientes de estar llamados a ser minoría creativa, aprovechando las nuevas oportunidades y espacios para anunciar a Jesús. Aceptamos la autonomía de lo temporal y la idea de que la fe se propone y nunca se impone, comprendiendo que nuestra labor consiste en anunciar, acompañar, ofrecer el Evangelio como referencia en un contexto de crisis moral y ética, luchando contra las injusticias, defendiendo la dignidad de la persona humana para hacer posible el reino de Dios, y todo ello asumiendo la pluralidad de perspectivas, culturas y puntos de vista que se dan en las personas de nuestro entorno.

Jesús Bodegas frías, «un laico».

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