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Pedro Iturralde, al cumplir 90 años: A veces pienso que tengo que dejarlo

Será «cosa de la edad», pero Pedro Iturralde solo se encuentra bien cuando toca en un concierto como el que dará el domingo para celebrar su 90 cumpleaños: «no tengo grandes proyectos; a veces pienso que tengo que dejarlo pero luego me proponen cosas y digo que sí», cuenta en una entrevista con EFE

El compositor, saxofonista y clarinetista navarro nació el 13 de julio de 1929 en Falces, el pueblo en el que «debutó» con 8 años tocando en la banda municipal y luego con la orquesta «de baile», en la que tuvo la inmensa suerte de que su director tuviera un archivo de discos en los que escuchó por primera vez a Duke Ellington o Coleman Hawkins.

Fue como una especie de revelación, que le empujó directamente a los brazos del jazz, a querer saber y más y más de aquella música que le tocaba el corazón, en la que percibía aquella mezcla mágica de individualidades y unidad.

En estos 82 años de música, no sabe los miles de conciertos que ha dado ni tampoco ha contado nunca los discos que ha grabado como solista o con su grupo ni acompañando a artistas como Raphael, Mari Trini o Serrat, «los de la época», explica.

Le habría gustado mucho tocar junto a Stan Getz (1927-1991) y ahora le encantaría hacerlo con el también estadounidense Sonny Rollins (1930) pero puede presumir de haberlo ha hecho con Gerry Mulligan (1927-1996), Lee Konitz (1927), Donald Byrd (1932-2013), Hapton Hawes (1928-1977) e incluso Paco de Lucía (1947-2014), con quien grabó en 1967 «Jazz flamenco», un estilo que él creó.

Para un saxofonista o un clarinetista, dice, es esencial tener tanto una buena digitación como buenos pulmones, esos que él estuvo a punto «de cargarse» cuando estuvo tocando, durante diez años, en el desaparecido Whisky Jazz Club de Madrid.

«Fui al médico y me dijo ‘fuma usted muchísimo’. Le dije que no fumaba y me dijo ‘pues es usted fumador pasivo’. ‘Tampoco’, le dije yo, es que para tocar tengo que respirar muy profundamente. El ‘Whisky’ no podía ser un club de jazz», sentencia.

Lo dejó, se cambió de casa «al agradable barrio» en el que vive, y se le ocurrió comprarse una bicicleta, esa que siempre pedía a los Reyes de niño y que nunca le traían.

Se trabajó a fondo piernas y corazón con paseos que le llevaban a Colmenar Viejo, a unos 40 kilómetros de Madrid: «me recuperé totalmente», subraya.

Ahora, dice, «no se encuentra muy bien»: «debe de ser porque soy muy mayor. Cumplo con los compromisos de las cosas que tengo cerca y tal. Cuando estoy tocando me encuentro bien, cuando me aplauden y veo que me quieren. Digo que serán pocos los conciertos que voy a hacer pero luego me proponen y digo que sí».

Le gustaría que el concierto del domingo, en el Galileo Galilei junto a su grupo y en el que participarán otros ocho saxos, «saliera como siempre, por lo menos», se ríe.

Su repertorio será el que en ese momento se sienta más dispuesto pero incluirá, sin duda, flamenco y también «cosas» griegas como la música de baile kalamatianos, que tararea mientras mueve los dedos por el saxo que sostiene.

Sabe, «literalmente», latín y griego aunque su lengua más cercana es el francés: «me hago entender más o menos en muchos idiomas, menos en vasco», se ríe de nuevo.

El músico no tiene en su memoria una pieza o un concierto en especial de su larga carrera pero sí recuerda con mucho cariño el que dio el pasado 3 de julio en Cuenca donde también le rindió un homenaje el ensamble de saxofones de la Escuela Municipal de Música: «el público estaba de pie ya antes de salir; fue apoteósico», rememora.

Sigue la actualidad pero «cada vez la entiende menos porque es todo muy complicado», sentencia el músico, que como despedida toca el adagio del «Concierto de Aranjuez»: «Mi amor es el saxo», añade mientras lo abraza. EFE

Concha Barrigós.

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