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No somos los de 1931

Han pasado muchos años y hemos aprendido muchas lecciones desde que, en 1931, nuestros abuelos se dejaron caer por el barranco hacia la Guerra Civil.

En 1931, tras una elecciones municipales en las que ganaron los partidos republicanos y un pronunciamiento militar (fracasado) en su favor, Alfonso XIII preguntó al responsable de la Guardia Civil si podía garantizar el orden. El general Sanjurjo dijo que no. Y así llegó la Segunda República.

Una república que ahora algunos pretenden santificar, pero que nació en el sectarismo y se deslizó hacia la violencia gracias a personas como los ediles del PSOE que este Domingo de Ramos, en Valladolid, han amenazado a gritos a una procesión. O a los que han organizado, permitido o justificado el acoso a los participantes en el acto de Ciudadanos en Rentería. A los que justifican la violencia política cuando la protagoniza su bando o les conviene (y sí, un escrache, unas pintadas, un acoso a gritos son violencia política).

En 1931, un ministro que luego ha sido mitificado como demócrata se negó a impedir el paso a las turbas que quemaban iglesias diciendo que si se desplegaban las fuerzas de seguridad, dimitía. El señor Azaña dijo que todas las iglesias no valían la sangre de un republicano. Sí, de un republicano. No de un español. Porque el señor Azaña era un sectario y un ejemplo del tipo de políticos que llevaron el país a la violencia abierta.

Antes de llegar allí hubo muchas paradas. Hubo un intento de golpe de estado protagonizado por el PSOE, la “revolución de 1934”, que no fue una guerra civil porque lo sofocaron en pocos meses. Hubo un intento de secesión de los antecesores de Junqueras, aplastado por un gobierno de izquierda. Hubo quemas de periódicos. Hubo asesinatos impunes, hasta el punto de que casi cada partido tuvo sus pistoleros y los que pudieron acabaron organizando milicias.

No vamos a repasar cinco años de desastre anunciado, pero sí conviene señalar dos cosas.

La primera es que sin respeto a los principios de la democracia por parte de las autoridades, no hay democracia. La ley debe ser igual para todos y la opinión debe ser libre. Y “libre” significa que se debe poder opinar sin ser increpado, presionado o discriminado de ninguna manera por lo que dices.

Si un ministro no defiende los derechos de los que no le votan igual que los de los que lo hacen, no es demócrata. Una presidenta de gobierno foral, un alcalde, un concejal, o cualquiera que tolera o jalea homenajes a los que protagonizan violencia política, no es demócrata. La excusa de que “el fascismo se combate”, en boca de quienes no dejan hablar, no es más que un síntoma de sectarismo.

No cuidar estas cosas es de irresponsables, porque si parte de la sociedad no se siente protegida por la ley y las autoridades, éstas pierden su legitimidad y vamos de cabeza hacia la radicalización y la ruptura de la convivencia.

La segunda es que afortunadamente no somos los mismos que en 1931. Nuestras instituciones son mucho más fuertes, nuestros funcionarios son mucho más serios y están menos politizados, nuestra implicación en la Unión Europea nos estabiliza y nos obliga a rendir cuentas. Pero estamos cerca del límite.

Nos estamos acostumbrando a ver políticos y medios que usan propaganda incendiaria e irresponsable contra sus rivales. Que desentierran monstruos e intentan usar la Historia para pintar a sus rivales como lo que no son. Que atizan el victimismo mintiendo sobre el “odio” de los demás. Se han acostumbrado tanto a llamar “fachas” a sus rivales, que ya no saben lo que significa.

En Navarra vemos a un político supuestamente moderado llamar “trifachito” a gente más moderada que él mientras intenta crear tribunales políticos para condenar la acción de la policía y premiar al entorno etarra. Tenemos que aguantar que portavoces del PSE critiquen que se de un mítin en cualquier lugar de Navarra, normalizando la ocupación de pueblos enteros por los sectarios.

El kuatripartito (y Pedro Sánchez, ya que estamos) no se da cuenta de que, adoptando a Bildu (o a los partidos golpistas catalanes), no sólo está comprando unos votos que necesita. Están asumiendo la defensa de sus actitudes. Están convirtiéndose, de hecho, en sectarios.

Por ese camino, señores, ya nos han llevado una vez. Los sectarios de un bando y de otro consiguieron destrozar España, arrastrando a la gente sensata a un infierno. Pero no somos los de 1931. Hemos aprendido la lección. Sabemos que el sectarismo es el enemigo de la democracia, no su defensor. Sabemos que se le combate con instituciones sólidas, con justicia, con igualdad, con libertad. Con todo el peso de la ley, y con las urnas.

Esta vez, les detendremos.

Miguel Cornejo (@miguelcornejoSE) es economista y miembro de la junta directiva de Ciudadanos Pamplona.

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