Los últimos años de la denominada Década Moderada, durante el reinado de Isabel II, son un perfecto ejemplo de la imposibilidad de mantener un gobierno en un país democrático, cuando el poder ha perdido toda legitimidad y no se da cuenta de ello.
La influencia de la reina madre, de las camarillas palaciegas y de los empresarios sin escrúpulos había creado en el reinado de Isabel II una tormenta perfecta: corrupción galopante, crisis económica y conspiración de todos contra todos. A eso se sumaba el ambiente revolucionario en Europa y los profundos cambios sociales y económicos que la industrialización traía consigo.
Así que los últimos gobiernos de aquel periodo se vieron obligados (a falta de visión, desinterés e inteligencia), a recurrir a las últimas herramientas de todo gobierno que se tambalea: aumentar paulatinamente la represión de los desafectos, violar la Constitución para desactivar la oposición parlamentaria, intentar apaciguar a las masas populares con planes de obra pública que disminuyeran el paro e implantar una cada vez más férrea censura de prensa.
La censura de prensa, por su parte, demostró hasta qué punto es imposible poner puertas al campo (en un régimen democrático, claro; en las dictaduras, mantenerse en el poder es sangrientamente más sencillo). Los gobiernos de Isabel II fueron elevando paulatinamente el listón de la censura, sin lograr nunca evitar el acelerado descrédito. Se comenzó censurando las noticias sobre corrupción y sobre las violaciones constitucionales del gobierno. Después, cualquier crítica del gobierno pasó a implicar el secuestro de las ediciones. Después, se empezó a censurar toda difusión de noticias consideradas alarmistas (por ejemplo, sobre la mala situación de la economía). Varios periódicos políticos terminaron transformados en gacetillas con noticias de sociedad, ante la imposibilidad de informar de nada, ni comentar ningún aspecto de la política. Y aun así, el gobierno de Isabel II no consiguió nada de nada.
Porque aquella censura creciente tuvo dos efectos: de un lado, hacer que las conspiraciones pasaran a la clandestinidad (hurtando así información al gobierno sobre lo que se le venía encima) y, de otro, que los pasquines callejeros y las publicaciones ilegales sustituyeran a la prensa como medio de difusión.
El resultado es que, cuando se produce el pronunciamiento contra el gobierno (la famosa Vicalvarada), éste se encontró sin dinero, sin apoyo entre la clase política de entonces, sin apoyo entre el Ejército, sin apoyo entre las clases populares y, para colmo, sin información real sobre lo que de verdad estaba pasando.
Así que se pueden Vds. imaginar cómo acabó la Historia. Ese gobierno incapaz, arruinado y ciego terminaría cayendo como un castillo de naipes ante el empuje de una revolución bastante chapucera, para dar paso al denominado Bienio Progresista.
Es lo que suele suceder cuando se pretende gobernar un país democrático al margen de los gobernados: que la tensión social va creciendo paulatinamente, hasta que termina por estallar. Todo anhelo no satisfecho termina por encontrar cauce de salida por alguna parte. De ahí la importancia de responder a tiempo a los cambios y de canalizar la frustración hacia soluciones constructivas.
Luis del Pino, Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital
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