Vista desde el balcón del Ayuntamiento de Pamplona. NAVARRA INFORMACIÓN.ES/Ane Frommknecht
Las fiestas de San Fermín de toda la vida eran unas fiestas donde la tradición, la profunda religiosidad, los toros y los encierros, y, en suma, la fiesta eran su señal inequívoca.
Unos Sanfermines que abrió al mundo Ernest Hemingway en su novela ‘Fiesta’, hace ya unas cuantas décadas. En dicha novela se daba una visión de la fiesta que a nadie disgustaba, Toros, tradición, bebida, comida, eran sus rasgos imperantes.
Desde hace ya unos cuantos años los Sanfermines se han convertido, para algunos, en una manera de mostrar sus reivindicaciones políticas a la vez que se intentan eliminar tradiciones y valores.
No hay Sanfermines, últimamente, en los que el nacionalismo vasco no quiera imponer su símbolo identitario por antonomasia, la ikurriña, los «presos de ETA»; no hay Sanfermines en los que los animalistas no protesten contra los toros; no hay Sanfermines en los que a los concejales del Ayuntamiento no nacionalistas no se les increpe e insulte durante la Procesión; no hay Sanfermines donde se maltrate a los comerciantes permitiendo una maraña de “manteros” sin apenas control alguno o no hay Sanfermines donde grupos de abertzales incontrolados, agredan a quienes no piensan como ellos.
Sin embargo, y, pese a todo lo narrado, sí hay Sanfermines donde las tradiciones cuentan, donde se vive la fiesta de una manera no identitaria y donde se respeta a la gente, pero eso, lamentablemente, no es la imagen que se proyecta al exterior, una imagen, por cierto, contaminada por el fervor nacionalista más radical.
