La imaginación popular y las llamadas películas del oeste, muchas de ellas rodadas, por cierto, aquí en España, han creado la idea de que en los territorios del llamado Oeste americano, no existía la ley y que la justicia se tomaba en función de la Ley del más fuerte.
Todos habremos visto más de una vez que esas peleas, esos duelos, entre dos o más personas, que se resolvían con el «donde pongo el ojo, pongo la bala».
Hoy, en EEUU, la posesión de armas es algo habitual. No es raro descubrir que cualquier familia, posee un arma de fuego.
La poderosa Asociación Nacional del Rifle estadounidense, cuenta con cientos de miles de socios. Es un «lobbie» tan fuerte que ha llegado a influir con su opinión en las votaciones a presidente de este país. Muchos de los llamados «superdelegados», sobre todo, republicanos, han llegado a formar parte de ella.
La aprobación en el Estado de Texas, de una ley que permite poder llevar armas en las universidades públicas es un paso más que mostraría la ya casi innata costumbre de los estadounidenses, cual es la de portar armas.
El debate sobre si es o no correcto ofrecer tanta permisividad con las armas de fuego, lleva abierto muchos años. Sorprende, vista desde fuera, esta situación. Habría, no obstante, antes de juzgar, analizar las causas de este hecho.
Un país de grandes espacios, muchos de ellos, poco poblados; grandes ciudades con un centro de negocios muy rico y suburbios, en los que en algunos de ellos, impera la pobreza y el desarraigo social; un nivel cultural y educativo insuficiente, donde muchos estadounidenses conocen poco más de allá donde viven y un concepto de familia, donde la hay, muy arraigada y a la que hay que proteger.
En resumen, una decisión mal vista fuera de las fronteras del país y que pudiera entenderse, conociendo la idiosincrasia, la forma de ser estadounidense.
