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OPINIÓN: Que viene el coco de Podemos

OPINIÓN: Que viene el coco de Podemos
Luis del Pino: Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital
Luis del Pino: Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital

Si nuestros políticos leyeran un poco más, quizá serían capaces de interpretar lo que sucede. Aprender del pasado tampoco les vendría mal.

En 1904 publica Pío Baroja su trilogía La lucha por la vida, compuesta por tres novelas relativamente breves: «La busca», «Mala hierba» y «Aurora roja». Esta última está ambientada en el Madrid obrero y anarquista de finales del siglo XIX y todavía hoy sorprende, no solo por la preciosa prosa de Baroja, sino por la vigencia, por la actualidad, de los diálogos políticos. Resulta muy curioso ver, por ejemplo, las similitudes existentes entre algunos movimientos liberales actuales y determinadas ideas anarquistas de finales del XIX. Como resulta muy curiosa la descripción que Baroja hace de las disensiones y diferencias entre el socialismo y al anarquismo españoles. O del desprecio que unos y otros sentían por el republicanismo burgués. Desde la perversión de la Justicia hasta la liberación de la mujer, los diálogos reflejan temas que un siglo después siguen vigentes.

Pero quizá lo más increíble de esta trilogía sea la maestría con la que Baroja es capaz de retratar en dos palabras toda la profundidad psicológica de una situación; o de reflejar en dos frases toda la vida de un personaje secundario; o de hacer en dos párrafos todo un tratado político.

En una de las escenas de «Aurora roja», el protagonista y algunos de sus amigos acuden al domicilio de un señorito burgués, simpatizante de las ideas anarquistas, que quiere discutir con aquellos verdaderos anarquistas qué posibilidades habría de colaborar, para fundar una revista radical. Y se desarrolla una discusión entre aquellos obreros y los amigos burgueses del aspirante a editor, porque cada uno de ellos ve el anarquismo a su manera.

En un momento determinado de la conversación, uno de los amigos de aquel señorito desocupado se dirige a otro, que es sociólogo, y se entabla el siguiente diálogo:

-Ustedes los sociólogos, los ateneístas -murmuró el de las barbas con sorna-, quieren catalogar las ideas y los hombres, como los naturalistas clasifican las piedras y las mariposas. ¿Se han muerto doscientas personas de hambre? No hay que indignarse, la cuestión es ver si el año pasado murieron más o menos.

-¿Nos vamos a poner a llorar?

-No digo eso. Lo que quiero decir es que todos los números y todas las estadísticas no sirven para nada. Dice usted: la idea anarquista, sí; el sentimiento anarquista, no. Pero, eso no puede ser, no ha sido nunca. Entre miles de anarquistas que habrá actualmente en el mundo, no llegarán a quinientos los que tengan una idea clara y completa de la doctrina. Los demás son anarquistas como hace treinta años eran federales, como antes progresistas, y como en épocas pasadas, monárquicos fervientes. Un sociólogo podrá ser anarquista por un espejismo científico; pero el obrero lo será porque, actualmente, es el partido de los desesperados y de los hambrientos. El obrero se contagia con el sentimiento anarquista que hay en el ambiente; el sabio, no; toma la idea, la estudia como una máquina, ve sus tornillos, observa su funcionamiento, señala sus imperfecciones y luego va a otra cosa; el obrero, por el contrario, no tiene términos de comparación, se agarra a las ideas como a un clavo ardiendo; ve que el anarquismo es el coco de la burguesía, un partido execrado por los poderosos, y dice: «¡Ése es el mío!»

-Está bien; pero yo no soy anarquista de ese modo. Para mí la anarquía es un sistema científico.

-Pues para el pueblo no es más que la protesta de los hambrientos y de los exaltados.

Sustituyan Vds en este diálogo el término «burguesía» por «casta» y el término «anarquismo» por «Podemos» y comprobarán la vigencia de ese intercambio de palabras entre aquellos dos señoritos ociosos, uno más inteligente que el otro.

Muchos analistas y sociólogos insisten en contemplar la actual situación electoral en términos exclusivamente políticos, cuando la política juega en estos momentos un papel bastante secundario en las intenciones de voto. Y fallan en sus análisis precisamente porque no han entendido nada de nada.

Como los obreros anarquistas de esa obra de Baroja, los votantes de Pablo Iglesias son de Podemos como antes pudieron ser de otras cosas, según se terciara. En estos momentos, ese votante ve que Podemos es el coco de la casta, «un partido execrado por los poderosos, y dice: ¡Ése es el mío!».

Mientras no entendamos eso, mientras no entendamos que son los sentimientos y el ansia de cambio, de cualquier cambio, los que juegan el papel principal… seremos incapaces no ya de convencer a un solo votante de Podemos, sino de evitar que Podemos siga creciendo.

Aquellos obreros que Baroja retrata no veían en el anarquismo una doctrina, sino una simple esperanza de cambio y un ansia de venganza por las humillaciones sufridas en carne propia o ajena. Y a esa esperanza de cambio y esa ansia de venganza no las combates con análisis ideológicos, ni con apelaciones al miedo.

Solo puedes derrotarlas con la promesa de justicia y con una esperanza igual o mayor.

Luis del Pino, Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital

 

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