Del Bitcoin, la moneda virtual más extendida del mundo y de la que se acaba de conocer quién es su inventor, se dice que es un valor volátil. Volátiles o Bitcoiners pudiera llamarse alguno de los políticos de este país. En pocos meses la jueza senadora de Podemos ha pasado del estrellato a estar estrellada; el señor Sánchez que hace poco se veía presidente del gobierno, a estar a punto de ser engullido por las fauces de su partido, la todopoderosa alcaldesa popular de Valencia a «no salir ni en la foto» o incluso el flamante presidente del gobierno que declaraba que aunque él no estuviera, su partido seguiría igual.
Habrá que emplear, por tanto, este nuevo término político y llamar a todos estos, políticos bitcoiners, puesto que su futuro a corto, más se antoja a medio, parece meridianamente claro. Pese a todo, se empeñan en mantenerse ahí, en el escenario político, porque como decía Oscar Wilde, «que hablen de ti es horroroso. Pero mucho peor es que no hablen».
La llamada «erótica del poder» o lo que es lo mismo , el gusto por ocupar un cargo público, triunfa en un buen número de «politiquillos», palabras que utilizaba nuestro Premio Nobel de Literatura, señor Cela, al opinar cuando se le preguntaban cuestiones políticas.
