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OPINIÓN: La partida española de Jenga

OPINIÓN: La partida española de Jenga

Jenga es un divertido juego de mesa para toda la familia, creado hace casi 40 años por Leslie Scott, una inglesa nacida y criada en África. Desde entonces, se han vendido más de 50 millones de copias del juego en todo el mundo.

jenga

Jenga (que en swahili significa «construir») tiene una mecánica muy simple. El juego consta de 54 bloques de madera alargados, con los que se construye, antes de empezar la partida, una torre de 18 pisos. Cada piso está compuesto por tres bloques de madera colocados en paralelo. Los bloques de cada piso están dispuestos perpendicularmente a los de los pisos situados encima y debajo de él.

Una vez construida la torre, comienza la partida. Los jugadores deben extraer por turno un bloque de madera de la torre y colocarlo en la parte superior. Si consiguen hacerlo sin que la torre se caiga, el turno pasa al jugador siguiente. El perdedor será aquel jugador al que se le caiga la torre.

Al principio, extraer y recolocar los bloques resulta sencillo. Pero a medida que se van sacando bloques de los pisos inferiores, la torre se vuelve cada vez más inestable, la parte superior de la torre comienza a oscilar cada vez más y los jugadores tienen que extremar su habilidad y su pulso para que no se desmorone todo el tinglado. Como digo, es un juego muy entretenido para pasar el rato en familia.

Más o menos por la misma época en que se inventó el juego original, en España pusimos en marcha nuestra propia partida de Jenga institucional. Comenzamos en 1978 construyendo una alta torre más o menos bien asentada: tenía sus defectos, como corresponde a toda torre construida por unos aficionados sin demasiada experiencia arquitectónica, pero era relativamente sólida y estable.

Después, comenzó la partida y nuestra querida clase política fue turnándose para sacar bloques de los pisos inferiores de la torre e ir cargando la parte superior de la misma con un lastre cada vez mayor.

Un día extrajimos el bloque que garantizaba la independencia del poder judicial. Otro día compramos a los sindicatos con subvenciones multimillonarias. Un jugador se cargó el prestigio del Tribunal Constitucional. Otro jugador entregó la educación a los separatistas. Después impedimos que la Fiscalía persiguiera un sonado caso de corrupción. Luego acabamos con los medios de comunicación independientes a base de licencias y de publicidad institucional. A continuación pusimos bajo control político las cajas de ahorro…

Y mientras se desmantelaban poco a poco los pisos inferiores, que garantizan la estabilidad de la torre, el edificio del Estado se iba cargando, por su parte superior, de un lastre cada vez mayor: asesores, liberados, puestos de libre designación, consejos de administración de empresas públicas, subvenciones a partidos, comisiones sobre obra pública, proyectos innecesarios, entramados asociativos, fundaciones opacas…

Y la torre, privada de puntos sólidos de apoyo y con su centro de gravedad situado cada vez más arriba, comenzó a oscilar. Hace mucho que todas las luces rojas comenzaron a parpadear: primero al desatarse la crisis, en 2007; luego, con más rapidez, al ingresar España en la UVI financiera en 2010… Finalmente, las luces rojas terminaron por lucir de forma continuada a partir de 2011, cuando el malestar comenzó a visibilizarse en la calle, con el surgimiento del 15-M.

Una clase política inteligente hubiera reaccionado dando marcha atrás y tratando de estabilizar de nuevo la torre. Lo cual hubiera exigido dos cosas: reformas institucionales que devolvieran la solidez a los cimientos de la misma y una reducción de corruptelas y despilfarros que aligerara el lastre que la torre tiene que soportar.

En lugar de ello, nuestra clase política mantuvo intacto el lastre, trasladó la factura de la crisis a los ciudadanos y siguió extrayendo los bloques de sustento de la arquitectura institucional: aceptando el aberrante estatuto catalán, impulsando estatutos de nueva generación en todas las comunidades, consintiendo desafíos como el referéndum ilegal del pasado año…

Con lo cual, las oscilaciones de la torre son cada vez más visibles y han terminado trasladándose al cuerpo social, en el que estamos viendo movimientos electorales cada vez más convulsos y rápidos.

Las elecciones catalanas han supuesto un respiro momentáneo, porque los ciudadanos han impedido, con su voto, que los separatistas derribaran la torre de un golpe. Pero ya vuelve el PSOE a la carga, lanzando por tierra, mar y aire el mensaje de que quiere sacar otro bloque más de la torre y reformar la Constitución para dar a los separatistas lo que éstos no han logrado en las urnas.

¿Están locos los políticos? ¿Es que no ven que vamos directos al desastre como continúen destruyendo la estructura del Estado?

No, no están locos. En el juego de Jenga, pierde aquel jugador que derriba la torre. Pero en la vida real, los políticos del PSOE, del PP o de los partidos separatistas que disputan la partida no arriesgan nunca nada: en caso de que alguno de sus movimientos termine por derribar la torre, los que perdemos somos los españoles de a pie. Los políticos responsables del derrumbe siempre encontrarán acomodo y algún lucrativo medio de vida, dentro o fuera del país.

El pato lo pagamos los demás. Por eso no les importa jugar con nosotros, con nuestro país ni con nuestro futuro.

Luis del Pino: Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital

Tudela 96.0, por TDT, “aplicación android esRadio”  y www.navarrainformacion.es

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