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La conducta del pirómano

El geógrafo e historiador Estrabón (Siglo I a. de C.), decía que una ardilla podría atravesar desde Cádiz hasta los pirineos yendo de rama en rama, dada la boscosidad de nuestra Península Ibérica. Si levantara la cabeza ahora mismo, qué diría siendo que ya llevamos doscientas mil hectáreas consumidas por el fuego… “Las negligencias y accidentes y la intencionalidad son las causas que copan el 87,35% de la superficie total forestal afectada” (El Español, 24-22). Parecen razones más que demostradas que las quemas agrícolas ilegales y abandonadas, la quema para regenerar pastos y la piromanía, son las tres causas más habituales en las que podríamos concretar las causas de todas estas catástrofes del fuego. Posiblemente no habido más foresta como la que ha habido ahora, a pesar de los fuegos.

Sin embargo, haciendo un repaso a la bibliografía con la que podemos contar, los pirómanos son solo un 1,7% a un 4%. Sí, hay muchos menos de los que pudiéramos creer, pero son suficientes para los destrozos que generan. Además, nos guste o no, siempre los ha habido y seguirá habiéndolos. Una persona es pirómana cuando psicológicamente disfruta y siente satisfacción profunda, quemando, dando de arder, viendo la estética-dramática de las llamas… Quienes no tienen ese rasgo de satisfacción psicológica -que son los menos-, son incendiarios. Personas con perfiles muy esquizotípicos, otros, con rasgos muy marcados de venganza, bien a un vecino por sus cosechas, por un proceder de herencias, bien por hacer daño y disfrutar de él… Sin embargo, las estadísticas y la propia epidemiología no han sido muy pulidas y determinantes en los últimos años.

Pero desde las revisiones clínicas del llamado DSM-II hasta el DSM-V,(Libro estadístico de los trastornos de la conducta y mentales) se ha considerado al pirómano como un trastorno mental dentro de los trastornos disruptivos, del control de los impulsos y de la conducta. Estas personas suelen tener una fijación excesiva en el fuego y necesitan calmar su tensión y ansiedad de alto nivel, sosegando sus impulsos y obteniendo una satisfacción -sin ser excesivamente conscientes, del daño que puedan producir-, cuando producen el fuego; ese impulso es tan fuerte y al mismo tiempo tan agradable y satisfactorio, que no pueden controlar dicho impulso, que es más fuerte que su voluntad. Nos cuesta llegar a entenderlo, pero tienen una necesidad incontrolable de llevar a cabo un acto perjudicial o ilegal, sin tener en cuenta las repercusiones que puedan tener… ¡El embeleso del fuego les hipnotiza!

Ya hace años, que Gastón Bachelard incidía en su libro “Psicoanálisis del fuego”, la enorme fuerza que tiene el fuego desde muy antiguo en el devenir del pensamiento humano, no solo como elemento griego primordial de la vida, sino como algo ancestral y profundo que a todos nos encandila… Recuerdan de niños, el placer de encender una cerilla, jugar con el fuego del hogar -cuyo peligro se prevenía con aquello de que “si juegas con el fuego, te mearás en las cama”-…, y en la actualidad apagar las velas de un cumpleaños sigue el rito festivo de lo que supone para los niños la llama, el fuego de la noche de San Juan y las hogueras… El fuego es un elemento que atrae, tanto que es y sigue siendo un paradójico purificador y al mismo tiempo devastador…

Pues el pirómano, percibe cognitiva y afectivamente una fascinación, un rédito, una curiosidad por el fuego y sus circunstancias, que no puede controlar ese impulso tan fuerte y beneficioso para controlar la angustiosa y desagradable ansiedad que se concentra en su corteza frontal, la cual es aliviada observando la atracción de las llamas…, llegando a ser una conducta obsesivo-compulsiva, pero felizmente son un 1,7 por cien, aunque cualquier daño por pequeño que sea, es grande y muchas veces inevitable. Son más serias y más costosas otras causas que llegan a un porcentaje del 88%.

Dr. Emilio Garrido Landívar, Psicólogo clínico y doctor de la Salud, Catedrático de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos (CEU)

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