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Don Juan Tenorio o la recención por amor

En un escrito anterior titulado Capilla Sixtina, Calabazas y Demonios dedicado a esa chabacanada que llaman “Halloween”, contraponía esa grotesca mascarada con costumbres tradicionales nuestras como los buñuelos de viento y los huesos de santo o, en diferente ámbito, la representación de Don Juan Tenorio.

Ya, de cara a la fiesta de Todos los Santos y al día de los Fieles Difuntos, quiero reflexionar un poco sobre la tradición literaria española de representar Don Juan Tenorio en la noche del 1 al 2 de noviembre. Aunque que se va perdiendo, la tradición literaria de las figuras de don Juan y el convidado de piedra hunden sus raíces en nuestro romancero “Por las calles de Madrid/ va un caballero a la iglesia […] Se ha acercado allí a un difunto/ que está en imagen de piedra/ le ha agarrado de la barba/ y le dice de esta manera […] Yo te convido esta noche/ a sentarte a la mi mesa./ El difunto que no duerme/ en olvido no lo echa./ A eso de la media noche/ llega el difunto a la puerta…” y, desde que Tirso de Molina escribió en 1616 El Burlador de Sevilla y el Convidado de Piedra, dicha obra se representó en nuestros teatros tradicionalmente hasta que en 1844 se estrenó la obra de José Zorrilla.

Es cierto que, entre Tirso, un sacerdote de la contrarreforma y Zorrilla un poeta laico del romanticismo, hay algunas diferencias notables como el destino del protagonista, condenado en el siglo XVII y salvado por amor en el XIX. Pero, aunque se ha pretendido, no hay que ver en esta variante algo herético sino todo lo contrario.

 

Siendo tres las virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad, no hay que olvidar que la fe se traduce en obras, como proclama la Iglesia en el Evangelio del 1 de noviembre -las bienaventuranzas- y que, en el fondo éstas se resumen en el amor a los demás y a Dios. Un Dios que es amor o caridad. Por eso, en la iconografía no es raro ver representaciones de la Fe y la Esperanza a ambos lados de los sagrarios y, si nos preguntamos la razón de que falte la caridad, la respuesta es que la Caridad está dentro. EN ese sentido va igualmente la creencia de que la Iglesia militante tiene la Fe, la Iglesia purgante la Esperanza, y la Iglesia triunfante goza de la Caridad. Como resume Benedicto XVI en Deus caritas est (25-XII-2005).

 

Así, en el Tenorio de Zorrilla encontramos la importancia del perdón –perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores- y la posibilidad de llegar a conocer y amar a Dios a través de sus creaturas -4ª Vía de Santo Tomás- y, por el conocimiento, a arrepentirse (I, 4, 3) “No es, doña Inés, Satanás,/ quien pone este amor en mi:/ es Dios, que quiere por ti/ ganarme para él quizás”.

 

Por eso, en la obra de Zorrilla, el único personaje que sabemos condenado al infierno es el Comendador, quien en I, 4, 9, ante el arrepentimiento de don Juan responde “Y ¿qué tengo yo, don Juan, / con tu salvación que ver?”. Frente a ello, don Diego habrá dicho en (I,1, 12) “Don Juan, en brazos del vicio/ desolado te abandono;/ me matas… mas te perdono/ de Dios en el santo juicio”. Y doña Inés habrá lucrado ante el Altísimo méritos para un don Juan desesperado “Llamé al Cielo y no me oyó,/ y pues sus puertas me cierra,/ de mis pasos en la tierra/ responda el Cielo, y no yo.”

 

¿Cómo lucra dichos méritos? Ofreciendo su vida y alma a cambio de la salvación de don Juan; y así doña Inés lo revela al final de la obra (II, 3, 3) “Yo mi alma he dado por ti/ y Dios te otorga por mí/ tu dudosa salvación./ misterio es que en comprensión/ no cabe de criatura,/ y sólo en vida más pura/ los justos comprenderán/ que el amor salvó a Don Juan/ al pie de la sepultura”.

 

No es lugar de tratar de explicar esto, que requeriría una profundización en cuanto sobre el mérito y la salvación de congruo expone Tomás de Aquino en la Summa Theologica, I, 2ª, q.114; y posteriormente, contra las herejías luteranas y protestantes, sobre la justificación por la fe al margen de las obras, desarrollaría el Padre Luis Molina S. J. en su obra de 1588 Concordia del libre arbitrio con los dones de la gracia, y con la presciencia, providencia, predestinación y reprobación divinas, en relación a algunos artículos de la Primera Parte de Santo Tomás.

 

Baste terminar con dos aclaraciones. Por un lado, que Dios salve a don Juan y doña Inés, protagonistas de un amor sacrílego, no implica la glorificación de ambos amantes, sino, como se cita expresamente, su condena al Purgatorio (II, 1, 4) “Yo soy doña Inés, don Juan,/ que te oyó en su sepultura./ ¿Conque vives? Para ti; / mas tengo mi purgatorio/ en ese mármol mortuorio/ que labraron para mí./ Yo a Dios mi alma ofrecí/ en precio de tu alma impura,/ y Dios al ver la ternura/ con que te amaba mi afán,/ me dijo: Espera a don Juan/ en tu misma sepultura […] Por el vela; mas si cruel/ te desprecia tu ternura,/ y en su torpeza y locura/ sigue con bárbaro afán,/ llévese tu alma don Juan/ de tu misma sepultura”. Esta es quizá la única heterodoxia de la obra, licencia poética contraria a la creencia de que las ánimas del Purgatorio están destinadas al Cielo, aunque deban purificar su pena o mal que se padece por los actos malos que uno ha cometido, deuda que tenemos que pagar y que se experimenta en forma de dolor en el purgatorio.

 

Así, se ve que, entre la perfección por las obras, que conduce al Cielo a aquéllos a quienes la Iglesia celebra el día de todos los santos, y la salvación imperfecta de aquéllos que, libres del infierno, esperan la Gloria en el Purgatorio, a quienes la Iglesia encomienda en el día de los Fieles Difuntos. Y la obra de Zorrilla, donde se representa este estado de la denominada Iglesia Purgante, es una muy adecuada aportación de las letras y la fe españolas, para unir estos dos días con que comienza noviembre.

 

Por otro lado, “si un punto de contrición/ da un alma la salvación” queda, también, claro que no es el hombre quien se hace merecedor de la salvación con sus obras, por buenas o malas que sean, sino Dios, quien dispone por su infinita misericordia. Y la obra de Zorrilla culmina y concluye con este reconocimiento de la misericordia de Dios, puesto de manifiesto, en boca de don Juan: “Mas es justo: quede aquí/ al universo notorio/ que, pues me abre el purgatorio/ un punto de penitencia,/ es el Dios de la clemencia/ el Dios de Don Juan Tenorio”.

 

Todo ello estaría en coherente consonancia con lo que proclama el Catecismo de San Pío X, escrito el 15 de junio de 1905, y donde ya Papa, sintetiza el que el propio Giuseppe Melchiorre Sarto escribiera durante el Congreso Catequístico Nacional celebrado en Piacenza en 1889, es decir, 45 años después de la obra de Zorrilla, cuando aún era el Obispo de Mantua. En dicho catecismo leemos: Capítulo II, Del primer Artículo del Símbolo, Parte 1ª, De Dios Padre y la Creación, Nº 33: “¿Por qué Dios no impide el Pecado? – Dios no impide el pecado porque, aun del abuso que el hombre hace de la libertad que ÉL le dio, sabe sacar bien y hacer que brille más su misericordia o su justicia”.

Pedro Sáez Martínez de Ubago, historiador

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