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La anticientificidad como nota distintiva de la posmodernidad.

Julio Verne, Isaac Asimov, Ray Bradbury, entre otros muchos imaginaron una sociedad del futuro con avances tecnológicos increíbles en el ámbito de la medicina, la arquitectura, los transportes, etc. También hay que admitir que muchos tambien (incluidos ellos) idearon un futuro apocalíptico, donde la tecnología y la ambición de poder provocaron estragos en esa sociedad.

Lo cierto es que hay una asociación permanente entre la tecnología y el progreso científico, y que estos dos conceptos no necesariamente están implicados en lo científico.

La tecnología, propiamente referida, es la adaptación de los avances científicos a la mejora de la calidad de vida de las personas, es la ciencia aplicada. Respecto a aquello de mejorar la calidad de vida, tengo mis objeciones, porque a este ideal se podría ajustar, por poner un ejemplo, la invención del lavarropas, que facilitó dramáticamente la vida de la mujer hogareña. Pero también la tecnología devino en una constante de sinsentidos tecnológicos, que rápidamente pasan a quedar obsoletos (artefactos informáticos sobre todo, y aquí cabe una reflexión que deberíamos desarrollarla en otro momento, sobre el porqué del exceso de información, remitiendo a su origen filológico y semántico: informe; sin-forma). Pero, sin ánimos de desviarme de la intención de este artículo, me interesa poner en evidencia que no sólo la tecnología sino también el progreso tecnológico han abandonado la senda de la cientificidad, y que estamos en tiempos oscurantistas, entendiéndose por ello, el desapego al pensamiento científico y la búsqueda de la verdad.

Como alguna vez cité a Sanahuja, las reglas de juego de la sociedad ahora globalizada han cambiado. El utilitarismo sentimental mayoritario es una unidad de criterio que ha venido reemplazando al criterio jurídico y médico. Es una herramienta de control y sometimiento efectiva, ya que es vehiculizada por masas carentes de todo otro criterio que no sea lo emotivo o el sentimentalismo. Cito como ejemplo la condena mediática al actor argentino Juan Darthés por abuso sexual contra la entonces menor Thelma Fardín. A través de un video grabado en calidad, con bastantes efectos especiales, música y primeros planos de las lágrimas (abajo dejo el video), la actriz narró los abusos sufridos y la sociedad rápidamente condenó al hombre antes que la justicia. Abajo dejo enlace del video en cuestión.[1]

Así mismo está sucediendo con todo lo referido al Covid-19: Se han “olvidado” por completo de los criterios científicos para dar tratamiento tanto informativo como tecnológico a esta problemática.

Informativo, porque se contabilizan casos por inducción: si en un hogar hay un contagio, se da por entendido que todo el grupo familiar tambien se encuentra contagiado, y ese número infla las estadísticas que los medios de (des)comunicación repiten como letanía. Una fiebre ya es suficiente para diagnosticar covid positivo (estoy hablando del caso argentino, en otros países desconozco si será de la misma forma). Tecnológico, porque implementan y ponen en ejecución una vacuna (o varias) que no cumplen con la rigurosidad de las etapas de prueba y evaluaciones, es como si se hubiera mcdonalizado la esfera de la salud.

Si alguien se atreve a cuestionar la veracidad, o al menos la letalidad del covid, la sociedad lo condena. Más aún, el uso del barbijo se ha vuelto un dogma de fe: pese a que la OMS hace un tiempo atrás había desaconsejado el uso prolongado de este artefacto, en este interminable escenario pandémico, se evidencia cómo las personas, pese a tener a mano la información sobre los perjuicios del uso del barbijo, prefieren usarlo igual, y atacan a quienes no lo usan, a veces llamándolos “respiracionistas”; otras “asesino serial”.

Se pueden recuperar diversas crónicas sobre pandemias letales a lo largo de la historia, este es el único caso de un virus letal que solo se puede combatir con un pedazo de trapo que, pasada la hora ya perdió esterilidad y se convirtió en una caldo de cultivo de bacterias y de hongos, además de afectar la correcta oxigenación.

Puede más el miedo, el sentimentalismo barato, las ganas de ser “el héroe del día” que reprendió a su conciudadano por no llevar puesto el barbijo.

Repasemos ahora alguno de los aspectos que debe reunir el pensamiento científico para invitar al lector a hacer su propio análisis respecto a esta coyuntura.

Según Mario Bunge, “la ciencia es un sistema de ideas establecidas provisionalmente (conocimiento científico) y como actividad productora de conocimientos (investigación científica, y entre los atributos numerosos de la ciencia, destacaremos que esta es: Comunicable, es decir, no privado sino público;

Verificable: debe aprobar el examen de la experiencia;

Legal: busca leyes que regulen el fenómeno, y en la medida en que busca llegar a la raíz del fenómeno, es esencialista;

Útil: porque busca la verdad.”[2]

Tenemos a la ciencia de un lado, y el oscurantismo dogmático de otro: negativas a realizar autopsias, rumores de hospitales desbordados, vacunas salidas casi con una orden de alguna casa de comida rápida. Y como complemento de esto, la emotividad ciega e irreflexiva, el comportamiento en masa, que tanto recuerda a los borregos yendo directamente al matadero sin siquiera sospecharlo.

Me gustaría conocer sus opiniones. Pongo a disposición mis enlaces de contacto.[3]

[1] https://www.youtube.com/watch?v=y3lglVZALg4

[2] Bunge, Mario. “La ciencia: su método y su filosofía”. Ediciones Siglo Veinte. Buenos Aires. 1980.

[3] https://www.facebook.com/laura.maciel.58726/

Laura Maciel, licenciada en trabajo social, actualmente cursa la carrera de ciencia política.

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