Está visto que en este país no dimite nadie.
España, como país de la Unión Europea, debe cumplir las disposiciones que emanan del seno de esa Unión. Una de ellas es la que establece que los representantes políticos de países con regímenes dictatoriales tienen negado su acceso al espacio europeo.
La noche del domingo al lunes pasado, una de las manos derechas, la número dos, del dictador comunista venezolano, Nicolás Maduro, llegaba a Madrid, al aeropuerto, para realizar una parada técnica.
Ni corto, ni perezoso el gobierno español enviaba a uno de sus ministros a encontrarse con la venezolana, señora Delsy Rodríguez.
Si ya de por si esto resultaba grave, muy grave, por romper una directiva comunitaria, el hecho se transformaba en deleznable, al negarlo el gobierno, en boca del señor Ábalos, quien la recibió, en un primer momento, para después confirmarlo y dar, además, versiones poco creíbles, hasta seis diferentes.
El ministro obviamente ha mentido. Y ¿ahora qué? Lo lógico sería su dimisión o cese. Pero Ábalos ha dejado claro que no va a dimitir y Sánchez le respalda.
Lo peor, es que esto ocurría después de que el vicepresidente de Sánchez, Iglesias, decía que no reconoce a Guaidó como “presidente interino” de Venezuela y no sería recibido como tal por el Gobierno de España.
Conclusión, un país «bananero». Y no importa nada.