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Sevilla vive una Madrugá de las «más tranquilas»

La jornada estelar de la Semana Santa de Sevilla, la Madrugá, ha sido este año «una de las más tranquilas en mucho tiempo», y las seis cofradías de las más populares de la ciudad han hecho sus estaciones de penitencia en una noche con 12 grados y muchos sevillanos abrigados como si fuera a nevar

El dispositivo de seguridad implantado por segundo año consecutivo, con cámaras que cuentan a cada persona en el centro de la ciudad, luces especiales, megafonía y control de las redes sociales, ha funcionado «correctamente», según el balance del Ayuntamiento de Sevilla hasta las 07.00 horas.

Tras las intensas lluvias y granizadas de la tarde del Jueves Santo, que provocaron trescientas incidencias, medio centenar de calles inundadas y el cierre de parques, existía temor a que no pudieran salir las cofradías de la Madrugá, en las que se incluyen la Macarena o el Gran Poder, aunque el buen tiempo las ha respetado.

El Ayuntamiento ha asegurado a Efe que la noche ha sido un «éxito», con algo más de público que el año pasado pero menos que en 2017, cuando se produjeron los últimos incidentes en la noche grande de la Semana Santa sevillana, con avalanchas que provocaron 17 heridos, un centenar de asistencias médicas y ocho detenidos.

El mismo portavoz municipal ha resaltado que esta noche ha sido de las más tranquilas en los últimos años, con unas setenta actuaciones del dispositivo sanitario, todas leves,

Además, solo ha habido 26 avisos gestionados por el Centro de Coordinación Operativo (CECOP), que aglutina a todos los servicios municipales, regionales y nacionales y se creó tras los primeros incidentes en la Madrugá del año 2000.

Una de las actuaciones ha consistido en requisar un dron cuando intentaba sobrevolar la salida de la Macarena.

Además del temor de la lluvia y de las avalanchas de ciudadanos, se sumó este año el miedo a posibles atentados tras la detención de un yihadista que vive en Sevilla, Zouhair el Bouhdidi, universitario de 23 años y al que se atribuía la intención de atacar la Semana Santa de la ciudad andaluza.

El miedo a los atentados fue uno de los motivos por los que en el año 2017 se extendió como la pólvora el pánico tras disturbios originados por delincuentes comunes, borrachos o gamberros.

A las medidas tecnológicas puestas en marcha el año pasado se ha sumado el control de la venta de alcohol en establecimientos por donde transcurren los cortejos religiosos, en los que hay más de 12.000 nazarenos y siguen decenas de miles de aficionados y fieles.

El éxito de estas medidas el año pasado permitió controlar un conato de desórdenes, y en esta Semana Santa el control se extendió también a zonas de Triana, con más de dos mil agentes desplegados entre la Policía Nacional y la Local, algunos de paisano y otros de uniforme.

«Sonríe a las cámaras», bromeó en las redes sociales el Ayuntamiento, que el año pasado contabilizó casi cuatro millones de movimientos de personas en el centro de la ciudad con sus medidas de videovigilancia.

Numerosos de los fieles consultados por Efe coincidieron en asegurar que no temían acudir a las procesiones a pesar de lo ocurrido con el yihadista, y los dos conceptos más repetidos fueron que «no podemos vivir con miedo» y que se debe «salir a vivir la Semana Santa como cada año».

Desde las redes sociales, mientras tanto, los servicios de emergencias del Ayuntamiento de Sevilla aseguran que controlan las redes sociales, donde «todo deja rastro», y explican que el delito de desórdenes públicos tiene una pena de entre tres meses y un año de prisión.

Varios operarios de servicios municipales han afirmado que este año ha habido menos público que en otras Madrugás, cuando salen en procesiones de la Macarena, la Esperanza de Triana, el Gran Poder, los Gitanos, el Silencio y el Calvario.

En cualquier caso, el público diferencia el trato que requiere cada una de las hermandades, con algunas que huelen a canela y clavo (como la virgen de los Gitanos), que llevan bandas de música, se les arrojan miles de pétalos y se les mece.

Otras, sin embargo, van en completo silencio y las miles de personas que las siguen permanecen callados a su paso, cuando solo se oye el «rachear» de los costaleros cuando arrastran sus zapatillas contra el suelo. EFE

Manuel Rus

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