El año pasado, en la conmemoración del 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas, una figura política, todavía de primer orden, no fue invitada. Se trataba del Rey emérito Juan Carlos I.
Este año, 40 aniversario de la proclamación de la, hasta ahora, última Constitución española, Juan Carlos I sí que ha sido invitado y ocupará un puesto preeminente en la celebración.
Tremendo despropósito hubiera sido no hacerle partícipe, al igual que lo fue el año pasado. Aunque una figura controvertida, el antiguo Jefe del Estado, debería estar y haber estado.
La Monarquía, hoy tan denostada por algunos, se ha constituido durante todos estos años, en un símbolo de la democracia y de la estabilidad política, con sus luces y sus sombras, eso sí, pero, un símbolo, en suma.
Ni Juan Carlos, ni Felipe merecen un trato injusto, merecen un reconocimiento. La Monarquía, aunque parlamentaria, es un garante de la democracia en este país.