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En el pueblo natal de los Abuyaaqoub, aún duele la memoria de los atentados

Los atentados del 17 de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils también dejaron una profunda huella en Mrirt, el pueblo del Atlas marroquí donde nacieron los dos hermanos Abouyaaqoub y los dos Hichamy y donde ahora están enterrados en unas tumbas anónimas por orden de la autoridad.

Nadie aquí sabe o quiere saber cuáles son las tumbas de los terroristas en el llamado «cementerio viejo», cubierto de maleza, donde el pasado diciembre fueron enterrados los cuatro jóvenes con nocturnidad, sin la menor ceremonia y sin una lápida, para evitar así cualquier intento de homenaje o futuras visitas de eventuales admiradores.

En esta ciudad minera y agrícola de unos 50.000 habitantes, una buena parte de sus ingresos proceden de las remesas que envían sus emigrantes en España, en su mayor parte empleados en el sector agrícola en la región de Murcia, y en menor medida en Cataluña.

Los emigrantes están estos días de agosto, como cada año, de visita en sus vacaciones estivales, pero los llegados desde Ripoll no tienen muchas ganas de hablar de cómo están las cosas en el pueblo catalán desde los atentados del año pasado.

Solo uno de ellos, Yusuf, primo de los Abuyaaqoub, accede a hablar, y su discurso suena a políticamente correcto: «Está todo bien por Ripoll; lo que pasó, pasado está, pero te aseguro que allí estamos tranquilos y ya está olvidado», asegura por teléfono, pues se niega a una conversación presencial.

Sin embargo, Yusuf y sus parientes sostienen otra cosa cuando conversan con sus paisanos, como comenta Hasan Esbaiy, abogado en Mrirt y él mismo ex residente en Ripoll, donde vivió entre 2004 y 2007, lo que le permite conocer bien a los marroquíes residentes allí.

«El tema sale constantemente cuando hablo con ellos: cómo han cambiado las cosas desde entonces por culpa de los atentados. Hay personas que ha perdido su trabajo, son muchos los españoles que asocian al emigrante con el terrorista, y como consecuencia los marroquíes se han encerrado en su mundo», lamenta.

Esbaiy visitó Ripoll hace unos meses y la ciudad no se parece a la que fue su hogar hace diez años: «Era un pueblo triste, sentí como si un muro psicológico se hubiera levantado entre los catalanes y los marroquíes, como si se hubiera cortado el diálogo entre ellos», dice.

Como todo el mundo en Mrirt, no consigue entender qué llevó a aquellos chicos nacidos en una región conocida en Marruecos por su tolerancia a cometer uno de los atentados más graves de Europa en los últimos años, pero apunta algunos detalles que ya le sorprendían cuando vivía en Ripoll.

«La primera generación de emigrantes son gente sin estudios, casi analfabetos, viven siempre con miedo, miedo por sus trabajos, por sus hijos: temen sobre todo que sus hijos se aparten del camino que les han trazado, pero no entienden que esos hijos, crecidos en Cataluña, tienen otras expectativas más allá del mero ‘ganarse la vida'», reflexiona.

«Sus padres, que nunca se han integrado y ni siquiera hablan catalán, se pasan la vida levantando barreras para sus hijos con razonamientos como ‘no olvides que no eres como ellos’, pero en el fondo no los conocen, ni saben cómo piensan; es más, los hijos, cuando no quieren ser comprendidos por los padres, les basta con hablar entre ellos en catalán».

Por su parte, su amigo Abderrahmán, oriundo de Mrirt y residente en Granollers, apunta: «Los padres trabajan en horarios extenuantes, dedican el fin de semana a hacer el mercado y las pocas horas libres a ver televisiones árabes o turcas: la desconexión es total, sus hijos están sencillamente fuera de cobertura, un fenómeno que he visto en Cataluña y también en Francia», donde también ha residido.

Alarmado por que el nombre de Mrirt quede asociado con los atentados de Barcelona, Hasan Esbaiy y otros militantes bereberes o izquierdistas del pueblo planean crear una «asociación contra la intolerancia», y como tal viajar a Barcelona y a Ripoll, incluso a las mezquitas, para pedir a los marroquíes «que no permitan que sus hijos caigan en brazos del radicalismo». EFE

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