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La vida real de aquellos hidalgos que no pagaban en las ventas y tenían rocín

Dos hidalgos vestidos de caballeros medievales intentan matarse a lanzazos. Otro tiene adarga, lanza, escopeta y surtida biblioteca. Y uno más recorre posadas sin pagar y compra un flaco rocín. Todos vivieron en el mismo lugar entre 1578 y 1581, y sus vidas han quedado recogidas en los archivos históricos.

En Miguel Esteban y El Toboso, dos pueblos de La Mancha toledana, los vecinos miraban con hilaridad a aquellos paisanos, cuanto menos pintorescos, que vestían y actuaban como en tiempos pasados y de cuyas andanzas sabemos hoy por los pleitos que mantuvieron.

Terry Gilliam ha estado más de veinte años con el Quijote rondando su cabeza, y ya va por cinco los años que lleva inmerso en archivos de todo el país el investigador Javier Escudero, que ha encontrado entre viejos legajos del XVI un puñado de vidas muy similares al Quijote de Cervantes.

Francisco de Muñatones tenía en El Toboso una nutrida biblioteca (para la época), adarga, lanza y escopeta para cazar, y Francisco de Acuña y Pedro de Villaseñor habituaban a vestir como caballeros medievales, con cascos, broqueles, cotas, montantes y botas, y se liaron a lanzazos en el camino de El Toboso a Miguel Esteban en 1581.

Pero quizá el más parecido al ingenioso hidalgo de Cervantes sea Andrés de Carrión, que en las navidades de 1577 se fue a Andalucía para cambiar dos viejas mulas por un rocín que le serviría, pensaba, para demostrar que era un caballero y poder ganar un pleito de honor.

Andrés era un hidalgo venido a menos que no pagó en las posadas donde paró cuando bajó a Andalucía y que en junio de 1578 se presentó en Quintanar de la Orden (cabeza judicial) con su flaco rocín -que ya había estando utilizando esos meses para arar y moler cereal- y un mozo contratado para la ocasión.

Tener un caballo en La Mancha era un privilegio al alcance de pocos, y un rocín no dejaba de ser un caballo. Eso explica el empeño en tener rocín, sea como fuese.

En Quintanar este hidalgo se paseaba entre los vecinos para hacerse pasar por caballero, aunque en realidad provocaba hilaridad, como recoge un proceso de la Orden de Santiago localizado en el Archivo Histórico Nacional, que desvela la vida real de Andrés de Carrión: tenía poco de comer y vestía con calzones azules o verdes con tiras de terciopelo.

«Era un poco estrambótico», señala a Efe el investigador Javier Escudero, que afirma que este hombre «es el arquetipo de hidalgo pobre», aunque paradójicamente sí era caballero, o cuanto menos descendía de caballeros. Pero era pobre y, además, «una cosa es actuar así en 1520 y otra hacerlo en 1580».

Escudero argumenta que «a lo mejor no encontramos en los archivos una persona que aglutine todo lo que es Quijote», pero sí hubo hidalgos que, en la misma época, leían libros de caballerías o paseaban con armadura y lanza.

En este sentido, le llama la atención que no se haya buscado antes en los archivos estos casos reales, pero también reconoce que «no es fácil», porque supone leer miles de documentos, a veces poco legibles, y buscar en el lugar adecuado.

«Lo que es cierto es que estas situaciones se daban y estas personas se comportaban así», afirma este investigador que es miembro del Consejo Internacional de Archivos y que tiene «muy claro» que ese entorno, esos pueblos de La Mancha toledana y esa época, son el germen de la historia que escribió Cervantes.

El Archivo Histórico Nacional y el de Simancas, el Archivo de la Real Chancillería de Granada o el Diocesano de Cuenca, el Archivo Histórico Provincial de Toledo, archivos de órdenes militares (como la de Santiago), archivos municipales (como el de Villanueva de Alcardete) o archivos parroquiales (como el del Toboso) son algunos de los examinados por Escudero rastreando las huellas del Quijote.

«Lo de los documentos es brutal, lo cuentan todo», comenta con una sonrisa este explorador de archivos que ha acudido a congresos en Europa, América y Asia para hablar de sus hallazgos y que, cambiando por completo de tema, se confiesa un «apasionado» de Terry Gilliam, ya desde su etapa en los Monty Python.

Sobre ‘El hombre que mató a Don Quijote’, la película de Gilliam que ha cerrado la 71 edición del Festival de Cannes, Escudero dice que irá a verla aunque el tráiler no le ha convencido porque «Terry siempre sorprende», afirma.

Por cierto, el cineasta rodó en la provincia de Toledo parte de su película, en concreto en el castillo de Almonacid y en el de Oreja, en Ontígola. EFE

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