Mariano Rajoy ha perdido las elecciones. Con una participación histórica, el presidente del Gobierno ve como esas sus aspiraciones de «finiquitar» al independentismo catalán por medio de unas elecciones democráticas fracasan sin paliativos.
Su candidato señor Albiol, el día en que se aplicó el 155, pidió que las elecciones tardaran en producirse para que el independentismo perdiera empuje, perdiera apoyos. Nadie le hizo caso. Se convocaron deprisa y corriendo y ahí están los resultados. Su partido, el Partido Popular, se convierte en algo residual y su gran enemigo, a partir de ahora, a nivel nacional, Ciudadanos, es el gran vencedor a nivel particular. Para rematar la faena, el independentismo obtiene la mayoría absoluta.
Puigdemont se convierte en el mesías del independentismo. De estar amortizado -decían algunos- hace pocas semanas, hoy es uno de los triunfadores. No sería descabellado volver a verle como presidente de Cataluña.
Junqueras, de Esquerra Republicana de Cataluña y la vicepresidenta del gobierno, Soraya Saénz de Santamaria deberían reflexionar, sobre todo la señora Santamaría, que ve como todas sus aspiraciones caen cuál castillo de naipes.
En sus primeras declaraciones, el señor Puigdemont, hablaba del triunfo de la república catalán frente a la monarquía española. Arrogancia y altivez. Ni un ápice de arrepentimiento. Tampoco la señora Rovira de ERC. Difícil tesitura. Surge la pregunta.
¿Y ahora qué?