Últimas noticias

La política y la naturaleza social del hombre

La sociabilidad es algo que viene al hombre por su propia naturaleza. Nadie puede decir “YO” si no es en relación con un “TÚ”, de manera que, desde Aristóteles, el hombre se define como animal político “Resulta manifiesto que la polis es una de las cosas que existen por naturaleza y que el hombre es por naturaleza un animal político” (Política, I,1).

La sociabilidad no es por consiguiente un añadido a la vida del hombre, quien vive y convive y, en la convivencia desenvuelve su vida y se le ofrecen las múltiples formas de realización. Sin la convivencia no serían posibles el lenguaje, la relaciones afectivas, el contraste e intercambio de ideas y proyectos, etc.

La Historia es testigo de las extremas oscilaciones que, como en un movimiento pendular, han padecido las relaciones entre el individuo y la sociedad. Épocas de individualismo preconizadoras de la dignidad individual han alternado con otras que postulaban los más diversos colectivismos totalitarios.

Igualmente la Historia es testigo de que el individualismo exagerado y el liberalismo pueden resultar peligrosamente cercanos al totalitarismo y, basándose en la dignidad individual del hombre, hacerle imposible a éste el ejercicio de su libertad. Así, gobiernos salidos democráticamente del sufragio universal pueden legislar sobre la Ley Divina, el Derecho Natural, la Moral Objetiva, el Bien Común, la familia, la libertad religiosa, educativa o contra el mismo derecho intrínseco del ser humano a la vida o la propiedad, etc. la existencia de Dios o la Unidad de la Patria.

Si observamos la realidad, encontraremos que el sistema de partidos en España necesita una profunda renovación. La democracia es tanto más real cuanto mayor es la identificación ideológica y sociológica de los electores con sus representantes. España demanda la aparición de nuevas opciones que, rompiendo el bipartidismo, aborden y transporten al discurso político aquellas cuestiones que no forman parte del discurso de los partidos; que no sustituyan los problemas de los ciudadanos por artificios, por temas que no surgen de una demanda social sino que, muchas veces, son generados por la llamada clase política, tal y como ha sucedido, por ejemplo, en ruinoso y, con frecuencia artificioso caso de la división en comunidades autónomas.

Ahora, al celebrar los 40 años de democracia, se oye hablar de la necesidad de una segunda o tercera transición para regenerar la política. Uno de sus componentes sería una nueva redistribución de la representación política más acorde con la realidad social de la nación, frente a la actual, que favorece a los grupúsculos nacionalistas. Igualmente, con los índices de abstención, vemos que la irracionalidad  de mantener sistemas de representación, que tratan de uniformizar en dos opciones a la sociedad, sólo conduce al progresivo desinterés del ciudadano por la política, al ensimismamiento de la clase política, a la caída de los índices de participación y al distanciamiento entre la España oficial -basada en los temas que interesan a la clase política- y la España real, cuando no al peligroso populismo y la demagogia tabernaria.

Esta nueva “transición” demandaría otorgar al ciudadano una mayor capacidad de intervención y de control. Lo que implicría que los partidos deben ser expresión de la sociedad y no que, tal y como sucede en la actualidad, la sociedad es, aparentemente, la imagen construida artificialmente por los partidos, de un sistema electoral y una ley d’Hondt que favorecen el bipartidismo y recluyen a las minorías, en el mejor de los casos, en una ínfima representación, aunque cada vez vayan resultando más difíciles las mayorías absolutas.

La solución a estos bandazos sería alcanzar la síntesis entre persona y sociedad y el mejor camino disponer de una clara ideología que sea el fundamento de unas instituciones sociales arraigadas y cimentadas en la Verdad, pues es imposible construir sobre el equívoco o el error.

Dado que la ambigüedad de los artículos 6 y 23 de nuestra vigente constitución vienen a incurrir en el erros de cuasi asimilar a los partidos políticos con el cauce “fundamental” –por no decir único- de representación, por ahora, dicha síntesis hallaría su fundamento no tanto en la multiplicidad de partidos cuanto en que algún partido se comprometiera sin respetos humanos ni interés sociológico en la defensa de los valores en que radican el carácter individual de la persona como objeto y sujeto de derechos y deberes esenciales que se corresponden con los de las demás personas. A tal fin, el hombre debe buscar en propia riqueza interior una puerta para desarrollar su dimensión social, enriquecedora de su subjetividad; mientras que la sociedad debe respetar la riqueza interior de cada hombre sin sepultarlo en el anonimato de la masa.

De esta concepción de la sociedad surge la verdadera Política, cuya primordial misión es armonizar la convivencia humana y la tendencia natural del individuo a crear instituciones estables y organizadas, aplicando la teoría del bien común y cultivando los valores personales y sociales que permitan a los hombres vivir como personas.

Igualmente, surgiría, también, una imprescindible Moral política, que no confunda la ciencia política con el sistema político, la política de partido, ni el Bien Común con los intereses de grupo. Pues las dos primeras empiezan a viciarse en la medida en que se alejan del tercero, el Bien común;  mientras, al contrario, la primera, la Moral política es una parte de la metafísica que estudia el bien común, teniendo como objeto material determinar los principios armonizadores de las exigencias personales y sociales del individuo con la naturaleza de las instituciones fijas rectoras de su convivencia social: famila, asociaciones gremiales, escuela o municipio: todos los organismos que constituyen el Estado o polis.

Sin esta concepción de la Política y la Moral política y una actuación en consecuencia, no es de extrañar el hundimiento y corrupción generalizada de la sociedad que estamos padeciendo por doquiera. Pues, a decir de Séneca “nuestra sociedad es una bóveda de piedras alzadas que se caerían si no se sujetasen entre si”.

Pedro Sáez Martínez de Ubago, investigador, historiador y articulista

Artículo anterior Solemnidad del Corpus Christi

About The Author

Otras noticias publicadas

3 Comentarios

  1. Cristina Ibarrola

    Magnifica reflexión sobre el origen por lo general desconocido de la política, la repercusión real de esta en todos los ámbitos de nuestra vida, y susi diversas formas de manejo en las sociedades actales. Absolamente de acuerdo, que con respecto a nuestra Patria, los tiempos son los tiempos, y las realidades cambian. La política all servicio de la persona y no a lla inversa, supondría un cambio de su concepción, en el que los valores intrínscos de la persona serian los protagonistas…Difícil lo veo estimado Pedro, con la que está callendo. Un afectuoso saludo.

    Responder

Responder

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies