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Dos de mayo y concepto de guerra nacional

El Dos de mayo marca la fecha oficial del inicio de nuestra Guerra de Independencia, como reza la placa que rinde homenaje en la madrileña Puerta del Sol “A los héroes populares que el 2 de Mayo de 1808 riñeron en este mismo lugar el primer combate con las tropas de Napoleón”.

Sin embargo, esta guerra no es un hecho nacional aislado ni circunscrito al ámbito peninsular, sino una fase, la vivida por el pueblo español de la Península –no olvidemos, y menos en este año, que el artículo 1º de la Constitución de Cádiz decía: “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”- de otros dos procesos que es preciso tener en cuenta para enmarcar nuestra Guerra de 1808 a 1814 en el contexto de la historia universal.

En el contexto histórico europeo, nuestra Guerra de Independencia es una GUERRA DE LIBERACIÓN, como denomina la historiografía a las guerras provocadas en el continente europeo por la hegemonía napoleónica que levantaría poderosas reacciones nacionales que darían lugar a otras tantas guerras de liberación o independencia: la española (1808-1814), la rusa (1812), y la alemana (1813).

El significado histórico de estas guerras que, esencialmente, constituyen una reacción de lo específico y peculiar de cada cultura nacional frente a la imposición del molde uniforme del imperio napoleónico y, por ello, su valor ético radican en que son manifestaciones espontáneas de la decisión de unos pueblos de afirmar su derecho a rechazar, incluso por la fuerza y a costa de grandes sacrificios, una dominación extranjera impuesta mediante la violencia y encaminada a cambiar arbitrariamente la conformación e idiosincrasia de cada nación y sus habitantes naturales.

Contiendas que, su vez, son GUERRAS NACIONALES, es decir, en vez de guerras políticas llevadas a cabo por los estados con ejércitos regulares, enfrentamientos en que la acción militar corresponde tanto a los militares como a la población civil, a la gente del pueblo, que participa espontáneamente por estimar comprometido en ella algo que interesa, no sólo al Estado, sino a sus naturales en cuanto a personas humanas y en cuanto a miembros de una comunidad.

Pero, si desde un punto de vista europeo, la Guerra de Independencia es un arquetipo de “guerra nacional”, forma, también, parte de la larga crisis bélica en que se debaten las sociedades hispánicas de ambos lados del Atlántico en la época de su transformación en Estados independientes de base burguesa y liberal, que abarca a la Guerra de Independencia (1808-1814), las sublevaciones independentistas de Hispanoamérica (1808-1824) y I Guerra Carlista (1833-1840). Igualmente podría incluirse en este concepto historiográfico de “guerra nacional” el Alzamiento de julio de 1936 contra la sovietización a que, a marchas forzadas, nos estaba llevando la II República española.

Casos en que “guerra” y “revolución” son realidades y conceptos estrechamente interconectados en la vida de los españoles durante la primera mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. En efecto, la Guerra de la Independencia conduciría a los españoles de la Península a iniciar en las Cortes de Cádiz una revolución liberal (1810-1814) que se consumaría con la victoria isabelina en la I Guerra Carlista (1833-1840). Y, paralelamente y al mismo tiempo, conduciría a los españoles de las Indias Occidentales, a través de lo que denominan sus guerras de Emancipación, a la constitución de los diferentes estados que conforman la Hispanoamérica actual.

Todo ello merecería más que un artículo, pero no quiero dejar pasar esta fecha, sin rendir un homenaje a los héroes que supieron, como pedía el Alcalde de Móstoles “tomar las activas providencias para escarmentar tanta perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alentándonos, pues no hay fuerzas que prevalezcan contra quien es leal y valiente, como los Españoles lo son”. Sirva para ello este soneto compuesto en 1842 por el navarro Francisco Navarro Villoslada:

Al Dos de Mayo
Cual palma orillas del fecundo Nilo,
Árbol de Libertad crece en España;
Y con su pompa tiende en la campaña
Plácida sombra y bienhechor asilo.
En brazos de los céfiros tranquilo,
No temas, no, del huracán la saña;
Ni que blandiendo asome gente extraña
Contra tu erguido tronco aleve filo.
¡No!, que el pueblo español alzado al punto
A tu defensa volará cual rayo,
Del pueblo de otros tiempos fiel trasunto.
Será cada español un don Pelayo;
Será cada ciudad otro Sagunto
Y cada nuevo sol un Dos de Mayo

Pedro Sáez Martínez de Ubago, investigador, historiador y articulista

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