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«Hergé y el Arte» o cómo el universo de Tintín se convirtió en obra artística

Los millones de seguidores de las aventuras de Tintín saben que su creador, el dibujante belga Georges Remi (Hergé), fue un gran artista de su tiempo, pese a haberse dedicado a un «arte menor» como el cómic, pero hacía falta que un libro como «Hergé y el Arte» sentara cátedra sobre la materia.

El profesor y crítico de arte Pierre Sterckx, que en 1965 se convirtió en amigo personal y asesor de Hergé, firma este esmerado y crucial volumen, que aparece ahora en España de la mano de Zephyrum ediciones, coincidiendo con la monumental exposición dedicada en el Grand Palais de París al autor de Tintín en su faceta más artística y creativa.

En «Hergé y el Arte», profusamente ilustrado con fotos, bocetos y viñetas de todas las etapas del dibujante belga, Sterckx hace un repaso por los claroscuros de su biografía, la evolución de su obra y de sus personajes, y también incide, por primera vez, en su pasión por el arte, en las influencias de grandes artistas y en su fugaz incursión como pintor de arte moderno.

«Que las aventuras de Tintín constituyen una obra de arte y, en consecuencia, que Hergé fue un gran artista es algo que no ofrece ninguna duda para la mayoría», escribe Sterckx en la introducción del volumen, que detalla además los motivos que sitúan a Georges Remi en el Olimpo artístico, como que su producción ha motivado centenares de obras de sociólogos, filósofos o ensayistas.

Sterckx, fallecido el año pasado poco antes de la publicación de la edición francesa del libro, convertido así en una suerte de testamento artístico, disecciona los dibujos, trazos, encuadres y perspectivas del dibujante belga, máximo exponente de la línea clara del cómic, y los asocia a pintores y artistas de primer orden.

De este modo, vincula sus primeros álbumes en blanco y negro a ilustradores como Doré, Steinlen o Masereel, y los inscribe también en el conjunto de la estética monocromática de su tiempo, en consonancia con el cine de Chaplin, Eisenstein, Lang o Welles, o con las fotografías de André Kertész, Bill Brandt o Walker Evans.

A partir de 1942, presionado por su editor, Hergé incorpora el color a sus álbumes, y si bien empieza de forma prudente, «como un pintor clásico», en «La estrella misteriosa», después, ayudado por su amigo Edgar P. Jacobs, llega a «orquestar el color en auténticas sinfonías».

A Hergé, como a la mayoría de los autores del cómic, también le gustaba la pintura y, en este sentido, Sterkx revela que los principales artistas que admiró fueron, cronológicamente, Hans Holbein el Joven, Ingress y Joan Miró, mientras coleccionó obras de Jean Dewasne, Roy Lichtenstein, Serge Poliakoff, Andy Warhol, Lucio Fontana o Frank Stella, entre otros autores contemporáneos.

De Holbein, Hergé habría heredado «la fría honestidad del arte del dibujo», de Ingress «el nervio y la rabia» de sus bocetos, y de Miró, «la mirada perpleja» que introduce en algunas de sus viñetas a página entera, que interrumpen la narración y en las que «la imagen lineal se convierte en una imagen reticular».

Hergé amaba a Miró y una de sus obras, «Interior holandés» (1928), adornó durante años la pared de su despacho. De forma recíproca, la Fundación Miró organizó en 1984 la exposición «Tintín en Barcelona. Homenaje a Hergé», en la que diversos artistas e ilustradores plasmaban su particular visión del famoso reportero.

Más allá de las imágenes, Sterckx apunta a otros elementos de la obra de Hergé que entroncan con la concepción de arte en mayúsculas, como su talento en la estructura narrativa de sus álbumes, una galería de personajes convertidos en iconos, al igual que la de grandes escritores, e, incluso, la progresiva revalorización de sus originales, que alcanzan precios astronómicos en las subastas.

Pierre Sterckx aborda brevemente la fase en la que un Hergé ya consagrado en el cómic, a principios de los años 60, decidió iniciar una carrera como pintor al dudar de la relevancia de su «arte menor», para lo que contrató como profesor al reconocido pintor abstracto belga Louis Van Lint.

De esa etapa, desconocida hasta ahora del autor belga, pues Hergé optó por olvidarla, surgieron «una treintena de cuadros, todos de buena factura, pero que no aportan nada nuevo a la pintura contemporánea», por lo que «con gran lucidez, decidió renunciar», concluye, sin concesiones, su amigo y consejero artístico Sterckx. EFE

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