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Leptis Magna: una lección de historia a pocos kilómetros del frente de guerra

Hijo de una acaudalada y noble familia de raíces púnicas, cuentan las crónicas que al emperador Septimius Severus nadie ni nada le importaba más allá del poder y de los caballos.

 «Casi como a su compatriota Muamar al Gadafi, que el diablo se lo haya llevado», asegura a Efe con una pícara sonrisa Mohamad Essam, profesor libio de historia de la Antigüedad y periodista afincado en Trípoli.

Es una luminosa mañana de verano y el sol cae como un cuchillo sobre las imponentes ruinas de Leptis Magna, bañadas por el azul intenso del mar Mediterráneo, lugar donde asomó a la vida Severus, el primer emperador romano nacido en el norte de África.

Situadas a escasos 300 kilómetros del frente de batalla en Sirte, bastión del grupo yihadista Estado Islámico ahora sitiado por las milicias del oeste de Libia, cualquiera creería que además de vacías estarían fuertemente custodiadas.

Máxime porque no existe información alguna en la red sobre su estado, más allá de la advertencia de la UNESCO de que este complejo, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1981, «está en situación de riesgo» desde 2016, año en el que los yihadistas parecían avanzar sin freno hacia el oeste de Libia.

Sin embargo, entre sus piedras milenarias resuena la voz alegre de los niños, llegados en masa -perfectamente uniformados- desde la vecina capital para, a pesar de la inseguridad que domina la mayor parte de las carreteras, recibir «in situ» una clase de historia en un país en guerra.

«Somos miembros de una asociación de Trípoli que celebra todos los años un festival sobre el patrimonio de nuestro país. Es muy importante que los niños y los jóvenes vengan aquí», explica a Efe uno de los guías.

«Sí, claro que nos preocupa la guerra. Pero debemos ser positivos y actuar con normalidad para que el país recupere su fuerza», agrega.

No solo los niños y sus monitores insuflan vida a un complejo que sorprende tanto por el privilegiado enclave en el que se eleva, rodeada de arenas blancas y dunas salvajes, como por el excelente grado de conservación de los edificios y la ausencia de hombres armados, tan habituales en Libia.

Familias libias enteras escalan tranquilas el anfiteatro, desde cuya grada superior se escucha el calmo rumor de las olas y se observa la pericia de los kayte-surfistas que vuelan en las playas vecinas.

Otras buscan la sombra amiga al abrigo de los restos de la basílica Severiana, salteada de columnas, puertas de frontones intactos y bellos capiteles apilados en desorden.

Y casi todas pasan inadvertidas por uno de sus detalles más curiosos: en la calle empedrada que lleva del mercado a la playa, a la altura del Templo de Serapis, unos órganos masculinos tallados en la piedra marcan el inicio del barrio de las meretrices.

Según las crónicas, el primer asentimiento urbano levantado en el área donde ahora reluce Leptis Magna fue fundado por colonos fenicios en torno al 1.100 antes de Cristo y permaneció bajo control cartaginés hasta la III Guerra Púnica.

Lugar en el que convergían varias rutas de caravanas procedentes del África Subsahariana, su puerto fue acumulando prestigio hasta que en el año 110 el emperador Trajano le concedió el estatus de colonia y sus habitantes libres lograron la ansiada ciudadanía romana.

En aquella época, era sufete (alcalde) el padre del futuro emperador, Severus, un hombre al que las crónicas describen como un militar taciturno, ambicioso y brutal en ocasiones.

Senador con plaza de mando en la Galia, ganó sus galones de guerra en Siria y el prestigio gestor en los actuales Balcanes, como gobernador de Panonia.

Al igual que haría siglos después su compañero de origen, Muamar al Gadafi, llegó a la cúspide del poder gracias a un golpe de Estado con el que derrocó Didio Juliano e instauró la dictadura castrense de los Severos, en la que también sobresaldría uno de sus hijos, el emperador Caracalla.

Severus enriqueció Leptis Magna, la convirtió en uno de los principales puertos comerciales del Mediterráneo sur y muchos de sus habitantes participaron de sus victorias militares, en especial el triunfo en la guerra contra los Partos, que devolvió a Roma el control de Mesopotamia.

Al Gadafi también soñaba con conquistar -políticamente- Oriente Medio y el mundo árabe, y aspiraba a reinar en África, pero cuando la revolución estalló en 2011 y los rebeldes comenzaron a avanzar apoyados por la OTAN decidió aprovecharse de la historia para ganar ventaja.

Escondió sus tanques entre las ruinas de Leptis Magna, sabedor de que la comunidad internacional se abstendría de bombardear un área declarada Patrimonio de la Humanidad.

Cinco años después, y protegida por las milicias de Misrata que el dictador quiso masacrar, sigue dando lecciones de historia ahora ya lejos de las ambiciones de los yihadistas, frenados en Sirte, ciudad natal de Al Gadafi. EFE/Javier Martín

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