- Por José V. Ciordia, historiador
Tal día como hoy, un 30 de julio de 1789, comenzaba la más maravillosa expedición náutico-científica de la historia. La llevan a cabo dos marinos: los Capitanes de Fragata D. Alejandro Malaspina y D. José Bustamante y Guerra, a quienes el destino había unido en el arsenal de la Carraca en Cádiz, la joya de la Corona y de la política naval de los Borbones españoles.
Pretendían circunnavegar todas las tierras, océanos y mares bajo dominio español. Pretendían estudiar cada milla de mar, cada legua de tierra, con los más avanzados conocimientos del siglo; se determinarían las latitudes, por las alturas meridianas del Sol y de los relojes; se deducirían las longitudes; se haría ciencia hidrográfica en mares, estrechos, radas, bahías y enseñadas, levantando de todos los más exactos planos, las concretas y detalladas cartas para la navegación y se adjudicaría un lugar preferente para las Ciencias de la Naturaleza, en especial para la Botánica, la más querida por los naturalistas.
Se construyeron al efecto dos corbetas, ambas iguales, de 306 toneladas, cubierta con chapa de cobre para impedir la acción de la «broma» (un molusco que se fija a las maderas sumergidas y las perfora) y sus fondos tendrían doble casco para ponerlas a cubierto de cualquier posible varada. Recibieron los nombres de «Descubierta» y «Atrevida», correspondiendo el mando de la primera a D. Alejandro Malaspina, Jefe de la Expedición, a quien acompañan a una dotación de 102 hombres (como en la «Atrevida») entre jefes, oficiales, tropas de marina y de brigadas, artilleros de mar, grumetes, todos «robustos, capaces, leales y gratos al comandante… gente subordinada y hábil.
Entre los oficiales figuraron D. Cayetano Valdés, y D. Felipe Bauzá, Oficial Director de Cartas y Planos. Entre los naturalistas, el Teniente Coronel D. Antonio Pineda. La «Atrevida» tuvo como Comandante a D. José Bustamante y Guerra, embarcando en ella el oficial D. Dionisio Alcalá Galiano, que moriría heróicamente en Trafalgar; el botánico francés Luis Née y algo más tarde, , el naturalista bohemio Thaddeus Haenke.
La mañana del 30 de julio de 1789, la «Descubierta» y la «Atrevida» van a iniciar una fabulosa y siempre inquietante navegación. En la bahía, se esperan vientos propicios. Todo esta preparado; los pilotos repasan sextantes, agujas y escandallos; marineros y hombres de tropa, cirujanos y capellanes ponen en orden aparejos y artillería, hierbas y altares. Por fin, unas suaves brisas mañanéras propician la partida; las anclas se levan a bordo y las dos proas, seguras del rumbo marcado por sus Comandantes, se alejan lentamente del fondeadero gaditano, para irse desdibujando, irremediablemente, en la lejanía de la tierra. Banderas en la torre de Tavira dan un último adiós a los marinos españoles. A la salida de la canal multitud de botes y faluchos acompañan a las naves en un abrazo para quienes van a realizar la más grande hazaña expedicionaria que el siglo les iba a deparar.
Con buen tiempo y viento del Nordeste, al alcance de la voz, las dos corbetas pusieron rumbo a Montevideo. Tras 62 meses a bordo, por tierras y mares del Mundo – Estuario del Río de la Plata, Patagonia, las islas Malvinas, Chile, Perú, Guayaquil, Panamá, Acapulco, California, búsqueda del paso del NO, Glaciares, Islas marianas, Filipinas, Nueva Zelanda- la «Descubierta y la «Atrevida»a- culminarían un viaje calificado de proeza por los científicos de su tiempo, al corregir las cartas de navegación establecidas por los navegantes franceses e ingleses, acumular al propio tiempo una rica colección de minerales y levantar mapas de las costas Suramericanas.
Como recompensa, tristemente, y por causa de intrigas palaciegas, la expedición acabaría “con sus huesos” en la cárcel en el Castillo coruñés de San Antonio: era el pago que el Príncipe de la Paz, el nefasto Manuel Godoy, daba a quien más gloria expedicionaria y científico-naval dio a España en todo el curso del siglo XVIII.