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De descubridores de la tumba de Tutankamón a familia denostada

De descubridores de la tumba de Tutankamón a familia denostada

El clan egipcio Abdelrasul conoce de primera mano la fina línea que separa la gloria y el deshonor. Pese a su inestimable ayuda en el hallazgo de la tumba del faraón Tutankamón en 1922, no han conseguido librarse de la fama de cazatesoros.

Fue Husein Abdelrasul, tan solo un niño de unos 10 años que llevaba agua a los exploradores, quien el 4 de noviembre de aquel año encontró por azar la entrada al sepulcro del «faraón de oro» en el Valle de los Reyes, en la antigua Tebas y actual Luxor.

Las leyendas se han alimentado desde entonces en medio del auge de la pasión por la egiptología, que trajo consigo el descubrimiento de los tesoros intactos de Tutankamón por parte del arqueólogo británico Howard Carter.

«Algunos dicen que halló la tumba cuando estaba con unas cabras en el monte, pero la verdad es que mi abuelo traía agua para la expedición en dos tinajas y a lomos de un burro cuando encontró la entrada», cuenta a Efe su nieto, Ahmed Abdelrasul, de 35 años.

Husein excavó en la arena con sus manos para colocar una de las tinajas, cuya base era redonda. Fue así -continúa Ahmed- cómo apareció el escalón de la tumba que devolvió la esperanza a Carter.

El británico estaba a punto de abandonar las excavaciones ante la falta de resultados. Su mecenas Lord Carnarvon ya le había dado un ultimátum, por lo que no es difícil imaginar la gratitud que sintió hacia el niño cuando entró en la cámara funeraria y atisbó las riquezas allí guardadas.

Una fotografía en blanco y negro testimonia ese reconocimiento: Husein, vestido con galabeya (túnica tradicional) y turbante, luce sobre su pecho el collar con escarabajos y cobras de Tutankamón, que el propio Carter le colocó lleno de euforia.

Una copia de esa famosa instantánea, realizada por el egiptólogo y fotógrafo británico Harry Burton mientras inventariaban el imponente ajuar del llamado «faraón niño», ocupa un lugar predominante en la casa-museo establecida por Ahmed en el pueblo de Nueva Qurna, a las afueras de Luxor.

Se trata en realidad de una modesta habitación que intenta revivir mediante fotografías y libros desgastados por el tiempo la gloria de sus antepasados, que trabajaron codo con codo con Carter, incluso como capataces.

«Mi familia guió a Carter a las tumbas, mostrándole cuál era el camino y dónde se encontraban. Era un clan importante, pero ya no», se lamenta Ahmed, quien desea también limpiar la imagen de un linaje de grandes ladrones de tumbas.

La historia turbulenta de esta estirpe con la arqueología comenzó con Mohamed Abdelrasul, su tatarabuelo, quien encontró desde fines del siglo XIX muchos sarcófagos y momias -cuyas imágenes también decoran el museo de Ahmed- y se quedó con parte de sus tesoros.
«En esos tiempos interesaba el oro, no las momias. Todo el oro se robaba. Se hicieron las cosas mal», reconoce Ahmed, el cual asume otro error que hizo su tatarabuelo: sacó las momias de sus sarcófagos, y no eran unas momias cualquiera.

Ramsés II o Seti I pasaron supuestamente por las manos de Mohamed, quien con su decisión de separar las momias de los sarcófagos dificultó la identificación posterior de las mismas.

Las autoridades egipcias lo encarcelaron por el robo de antigüedades, aunque finalmente llegaron a un acuerdo por el que los Abdelrasul entregaron parte de las piezas a cambio de tierras.

Pero no todo el botín salió a la luz: «Todavía hay tesoros escondidos que ni nosotros sabemos dónde están», revela Ahmed, quien conoce estos detalles por su abuelo Husein, fallecido ya octogenario hace dos décadas.

Mientras observa las fotografías y otros recuerdos, testimonio de la época dorada de su estirpe, con la que hicieron trato durante años los principales arqueólogos y egiptólogos, sus sentimientos son encontrados.

Muestra sin titubear su orgullo hacia su familia, aunque no oculta su pesar porque en la actualidad el clan esté apartado de las excavaciones por las acusaciones de robo de antigüedades.

Como si se tratara de la mítica maldición de Tutankamón, que según los supersticiosos persigue a quienes profanaron su tumba, los Abdelrasul se dedican a regentar distintos negocios, desde una cafetería a un hostal.

Ahmed sueña con trabajar como sus antepasados con las misiones arqueológicas que a día de hoy aún desvelan los secretos enterrados en el Valle de los Reyes.

También desearía protagonizar nuevos hallazgos que hagan historia: «Es una tradición familiar», dice con una sonrisa entre melancólica y pícara.
Marina Villén EFE

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