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OPINIÓN: El ateísmo como culto a la diosa Materia

OPINIÓN: El ateísmo como culto a la diosa Materia

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La oración”atea de Bertrand Russell al dios Hombre, aparte de su invocación sentimental a un orgullo sin sentido, expresa otro problema: el Hombre –en definitiva el espíritu humano divinizado– es débil y destinado a sucumbir ante la fuerza todopoderosa de la materia. Es decir, plantea de forma abrumadora la contradicción entre espíritu y materia.  Por espíritu entendemos la capacidad humana de entender, desear y obrar en consecuencia, es decir, de dar un orden y significado a las cosas (a la materia, incluso a sí mismo) y de dominarlas. Podemos reducirlo a la voluntad. El espíritu humano trabaja con la materia que se le opone pero a la que puede subyugar según su voluntad… aunque solo parcialmente, demasiado parcialmente y temporalmente, pues ella, “indiferente al bien y al mal, implacablemente destructora” del espíritu y sus obras, se impondrá de modo ineluctable, y tal como perece cada individuo, perecerá finalmente la especie humana

Sobre esa analogía, Russell concibe la divinidad como un espíritu  o voluntad que impone orden y sentido no solo a una pequeña parte de la materia, sino a la propia vida humana.  Su dios es, por tanto, muy poco poderoso. La omnipotente es la materia, a la que Russell no reconoce carácter divino, sino más bien lo contrario.  Como en la mitología nórtica, las fuerzas del mal terminarán  venciendo a los dioses y al hombre (que para el ateo  Russell vienen a ser lo mismo). Debe reconocerse que la religiosidad de Russell es muy pesimista e invita al suicidio: la vida humana solo tiene el sentido que le quieran dar los hombres, una idea absurda, como si hubiéramos de creer un genio a cualquiera que se proclamara tal. Debe haber algún criterio superior  al de la mera subjetividad humana, pues el criterio basado en esta, aparte de arbitraria, se autodestruye ante la perspectiva de la derrota final. Y ya que la materia es la verdaderamente omnipotente, deberíamos fiar a ella el criterio y considerarla divina. Esta viene a ser la tesis del marxismo o la de los panteísmos. La Naturaleza, es decir, la Materia, serían el dios real con todos sus atributos de omnisciencia, omnipotencia y justicia: el espíritu humano sería solo una de sus manifestaciones, insignificante o casi,  dentro de su poder omnímodo.

Para los materialistas, las religiones tradicionales se explican como puras ilusiones al servicio de una ancestral opresión y explotación de las mayorías por algunas minorías. Pero, al ser ajena e indiferente al bien y al mal, la religión de Materia desvalora en definitiva al ser humano, y no es casual que los creyentes en ella se hayan sentido autorizados a masacrar masivamente a los no creyentes. Si, en definitiva, el ser humano no es más que una acumulación células, o de sustancias químicas, ordenada de modo especial, su valor y su dignidad no son mayores que los de cualquier otra manifestación de la materia que trituramos o deformamos a nuestro servicio, que la de los animales que sacrificamos para nuestra subsistencia, y todos aquellos que persistan en falsas ilusiones (en falsas religiones) pueden ser exterminados  sin mayor escrúpulo. El bien y el mal pierden cualquier carácter objetivo y general, son solo lo que los creyentes en Materia consideran conveniente y oportuno.

Pero la diosa Materia tiene inconvenientes semejantes a los del Dios (o dioses) espiritual seguido por la mayoría de las religiones: sus designios son impenetrables para el hombre, excepto en el sentido no muy consolador de que un día Materia, creadora del espíritu humano, lo destruirá. Pues evidentemente esa diosa es demasiado ajena e indiferente al espíritu como para pedirle algo o simplemente  para invocarla. Al respecto, el Dios espiritual tiene cierta ventaja, por  su mayor afinidad con el ser humano. La diosa Materia no puede fundar una moral, no puede dar mandatos a los humanos,  y estos no tienen más remedio que inventar  sus propias formas morales sin ningún otro fundamento que lo que creen conveniente para ellos. Conveniencia que tampoco pueden definir “los hombres”, sino solo algunos de ellos, los creyentes en la diosa. La fe en Materia se torna fácilmente autodestructiva.

Al igual que en el culto ateo al Hombre, la creencia en la diosa Materia excluye  al Dios espiritual y al propio espíritu, que sería una manifestación secundaria de la materia, sujeta a leyes como las de la gravedad, por ejemplo, aunque más complejas. La religión espiritual sería necesariamente un error culpable de muchas miserias de la vida human. En cambio la creencia en un Dios espiritual (por tanto personal) subordina a la materia, pero no la excluye ni la condena, excepto en algunas concepciones gnósticas, que no por casualidad tienden también al suicidio

Pio Moa, historiador y escritor

OPINIÓN: Ateísmo costumbrista o como indiferencia religiosa

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