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Ladridos contra el estrés: terapia canina en cárceles de Ecuador

Ladridos contra el estrés: terapia canina en cárceles de Ecuador
AFP/AFP - Prisioneros participan en una terapia caninda en una prisión de Santo Domingo de los Tsachilas, Ecuador, el 21 de octubre de 2014
AFP/AFP – Prisioneros participan en una terapia caninda en una prisión de Santo Domingo de los Tsachilas, Ecuador, el 21 de octubre de 2014

A diario salen de las celdas para recibir una visita inusual. Otelo y Cristán jadean y mueven la cola apenas los ven: en la cárcel de Santo Domingo, en el centro de Ecuador, los presos alivian el estrés del encierro y el hacinamiento con terapia canina.

Mario aprendió a adiestrar perros cuando estaba en libertad. Jamás pensó que estos animales se convertirían en su mayor consuelo tras las rejas. Lleva un año detenido por robo.

«Estar encerrado es tenaz, son paredes, son rejas, es bulla, es la desesperación de todo el mundo por estar en prisión», describe a la AFP este colombiano, cuya identidad no puede ser revelada a pedido de las autoridades.

Mientras conversa, Mario se divierte con Blanco y Salserín, dos perros rescatados de la calle. Los terapeutas, como llaman los presos a los canes, son afectuosos y dóciles. Al finalizar la sesión, los animales son conducidos por los internos a sus jaulas.

«Los perros han sido una bendición, me han devuelto mi equilibrio, mi libertad», señala.

Las autoridades carcelarias de Ecuador impulsan desde hace cuatro meses un plan piloto de terapia canina para combatir el estrés de los reclusos, y ayudar a algunos de ellos a superar problemas de adicción a las drogas.

En cada sesión, los presos, con la ayuda de un instructor, colaboran en el entrenamiento de labradores, pitbulls y husky siberianos. Trotan juntos, juguetean, y les ayudan a saltar obstáculos rústicos de madera en una pequeña área verde.

Varios de los perros fueron rescatados del maltrato de sus dueños y siguen su propia rehabilitación junto con los presos.

Para algunos reclusos, el encuentro diario con los perros los libera de presión. Para otros, sobre todo ancianos, estos animales pueden ser la única visita que reciban en semanas.

«Hay mucha gente que no tiene visita, que es de la tercera edad, que necesita recibir o dar afecto, y para eso están los perros», dice Mario. Los reclusos que participan en este ejercicio no reciben ninguna rebaja de penas.

Mutua ayuda

En Ecuador había hasta septiembre 26.821 reos distribuidos en 52 centros, incluidas cárceles y lugares de detención provisional, según cifras divulgadas por la prensa estatal.

El gobierno evita hablar de presos y prisiones. Son «PPL» (Personas Privadas de Libertad) y centros de rehabilitación social, en los cuales las autoridades pretenden eliminar el hacinamiento.

En el presidio Bellavista, en la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas, unos 140 kilómetros al oeste de Quito, al que la AFP fue autorizada a ingresar, hay 1.400 presos, casi el doble de su capacidad.

«Acá es bien duro. Es una tortura, hasta comer el mismo pan hecho aquí es un tormento. Con esto (la terapia canina) uno deja de drogarse», señaló Alcides, un ecuatoriano que cumple una condena de ocho años.

El hombre elige a Cristán, un dócil labrador negro. Trotan juntos por varios minutos y después Alcides ayuda a su compañero a saltar obstáculos.

Daniela Torres, psicóloga de la penitenciaría, observa el trabajo. «Con este tipo de terapia buscamos cambios de estilo de vida, que se entretengan y disminuyan el consumo de drogas», indicó.

Jorge, otro de los reos en tratamiento, interrumpe su paseo con Otelo, un pitbull. «Me despejo y siento libertad», apuntó este ecuatoriano condenado por asalto.

Erika Rodríguez, coordinadora de la cárcel, anotó que las terapias caninas están dirigidas a reos de las tres áreas, incluida la de máxima seguridad, donde permanecen los condenados a más de 17 años de prisión.

Ahora «tenemos menos peleas, hay más participación en actividades comunitarias y laborales», comenta la funcionaria.

La sesión acaba. Los perros vuelven a sus jaulas y los presos, a las celdas.

«Me gustaría seguir participando en la terapia», dice casi en súplica Jairo, otro preso colombiano, a un guardia penitenciario.

 

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