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Pamplona

El escudo de Pamplona se compone de: El día 8 de septiembre de 1423, Carlos III el Noble, rey de Navarra dispuso cuales habían de ser las armas que usase la ciudad: «…Todo el dicto pueblo de nuestra dicta Muy Noble Ciudat de Pomplona, unido como dicto es, aya a auer un sieillo grant et otro menor para contra sieillo. Et un pendon de unas mesmas armas, de las quoalles el campo sera de azur; et en medio aura un leon passant, que sera dargent; et aura la lengoa et huynnas de guenlas. Et alderredor del dicto pendon aura un renc de nuestras armas de Nauarra, de que el campo sera de guenlas et la cadena que yra alderredor, de oro. Et sobre el dicto leon, en la endrecha de su exquina, aura en el dicto campo del dicto pendon una corona real de oro, en seynnal que los reyes de Navarra suelen et deuen ser coronados en la eglesia Catehedral de Sancta María de nuestra dicta Muy Noble Ciudad de Pamplona».

El escudo se distingue por las figuras de un león y una corona sobre fondo azul, a los que se añadieron las «cadenas», el entonces y ahora emblema del reino navarro y de su soberano.

La descripción oficial refiere también el uso de una corona ducal, y habitualmente se representa en la forma de un escudo de contorno apuntado.​ Este blasón es también compartido con la ciudad de Pamplona, en Colombia mientras que el municipio vecino de Arbizu emplea una variante con el león en posición opuesta o «alterada».

PAMPLONA
Categoría
Ciudad
Superficie en km2
26,3
Distancia a Pamplona
Altitud
449
Habitantes
199.066

 

Situación:


Limita al norte con los municipios de Juslapeña y Ezcabarte, al este con los de Villava, Burlada, Egüés y Aranguren, al sur con Galar y al oeste con Cizur y Olza.

 

Historia


Consta con seguridad que en el invierno de los años 75 a 74 antes de Cristo el lugar donde hoy se asienta el núcleo histórico pamplonés, sirvió de campamento a la milicia del general romano Pompeyo, considerado luego por ello fundador de Pompaelo, nombre sin embargo de dudoso origen. Bajo el imperio de Roma se consolidó la población y fue ampliando sus funciones como encrucijada de caminos y cabeza de comarca.

Las excavaciones arqueológicas han descubierto el recinto y la infraestructura de un polo urbano dispuesto según pautas romanas sobre el solar donde hoy se encuentra su Catedral, con su foro, sus termas y demás servicios. Los hallazgos de mosaicos, esculturas, cerámicas y monedas corroboran la escasa información escrita conservada.

Los visigodos debieron de controlar la ciudad desde el año 472. Una necrópolis parece acreditar la continuidad de la presencia visigoda en la ciudad. Inclinados probablemente a favor de Agila II, hijo del rey Vitiza, opuesta al nuevo soberano Rodrigo, los cabecillas pamploneses debieron de capitular sin dificultades ante los musulmanes en cuanto éstos señorearon hacia el año 714 la cuenca del Ebro. Parece que, para bloquear seguramente los accesos desde la Galia, el emir Uqba instaló una guarnición en Pamplona (734). La ciudad tuvo que ser reocupada por Abd al-Rahman I (781) tras la famosa expedición de Carlomagno hasta Zaragoza. Y con ello tornaron a la obediencia de Córdoba los linajes dominantes de la alta Navarra, respaldados por sus congéneres de la ribera, los Banu Qasi, convertidos un siglo atrás a la fe de Mahoma.

Hacía el siglo VIII se fue fraguando un espacio político en torno a Pamplona, impulsado por la familia del clan nobiliario más afortunado en las confrontaciones armadas con los agentes del soberano cordobés. A comienzos del siglo X coagula definitivamente un verdadero reino pirenaico-occidental que toma su nombre de Pamplona, capital eclesiástica del territorio nucleador de la nueva monarquía.

Las expediciones de castigo, primero, y de intimidación después, condujeron a los ejércitos musulmanes en diversas ocasiones hasta Pamplona. Abd al-Rahman III, por ejemplo, arrasó completamente (924) su caserío y su iglesia, la primitiva catedral sin duda. Por ello, cuando llega al trono Sancho el Mayor, la ciudad había quedado reducida a una menguada aglomeración campesina, colocada además bajo el señorío temporal del obispo. Sólo a finales del propio siglo XI iba a empezar a recobrar su fisonomía urbana como consecuencia del asentamiento de inmigrantes «francos», favorecido por Sancho Ramírez, «rey de los Pamploneses» (1076), en el marco de una política de potenciación de sus dominios, en particular siguiendo los tramos residuales de la antigua red viaria, reanimados pronto por el espectacular movimiento de las peregrinaciones a Compostela. Amén de rescatar en parte su primitiva función de escala obligada de una de las grandes rutas transpirenaicas, Pamplona se iba a erigir un nudo principal del tráfico mercantil a través de Navarra.

La primera oleada migratoria conformó el «burgo» de San Saturnino o San Cernin, a cuyos pobladores extendió (1129) Alfonso I el Batallador el fuero de Jaca. Provenían mayoritariamente de la región tolosana, como sugiere la advocación de su iglesia, que dio nombre a la nueva planta urbana. Mercaderes, cambiadores de moneda y artesanos cerraron filas en un núcleo hermético, restringiendo severamente la incorporación y las actividades de vecinos de diferente condición social que podían alterar la armonía jurídica y económica de la pujante comunidad. Hacia mediados del mismo siglo XII se había yuxtapuesto al sur del «burgo viejo» otra «población», la de San Nicolás, dotada también del estatuto jacetano de franquicia. Un fuero semejante se otorgó finalmente (1189) a la arcaica «ciudad», que acabó llamándose Navarrería, en referencia probable a la anterior condición villana de la mayoría de sus pobladores, siervos del obispo.

A mediados del siglo siguiente la ciudad alcanzaba entonces probablemente su máxima cresta demográfica medieval, unos 1.500 fuegos. La Navarrería había generado un pequeño burgo contiguo, el de San Miguel, y cobijaba en el lado contrario la aljama judía.  En la extremidad opuesta a la iglesia de San Cernin se había alzado la de San Lorenzo y, junto a ella, sobre tierras del mercado del burgo se había concentrado una «pobla nova» de labradores.

Cada una de las entidades nacidas al compás del desarrollo urbano configuró un municipio diferenciado, con sus propios concejos y jurados, su alcalde o juez y el oportuno representante del señor de la ciudad. En estas circunstancias no debe sorprender que la coexistencia entre los distintos núcleos se hiciera con frecuencia incómoda e incluso violenta. Baste recordar la lucha cruenta del burgo contra la población y la ciudad, solventada por Sancho el Fuerte y su hijo el infante obispo Ramiro (1222) mediante una paz exculpatoria de los agresores, los de San Cernin o el prolongado pleito entre el rey Teobaldo I y el prelado Pedro Jiménez de Gazólaz, por ejemplo.

En su catedral de Santa María debían consagrarse, según fuero, los nuevos soberanos. Y aunque como casi todos los reyes medievales, los de Navarra fueran también itinerantes y dispusieran de varias mansiones, es lógico que fijaran sus ojos en Pamplona, la única sede episcopal existente en el solar pamplonés.

El rey Carlos III habría acabado con los últimos roces de los concejos pamploneses al promulgar el denominado «Privilegio de la Unión» (8 de septiembre de 1423) que fundía aquellos en un solo municipio, con diez jurados (cinco por San Cernin, 3 por San Nicolás y 2 por Navarrería), un solo alcalde o juez ordinario y un único «justicia», que sustituía incluso en su denominación a los antiguos almirantes y preboste. Había además un estatuto jurídico común, el Fuero general. Y la ciudad, calificada ya de «muy noble», dispondría en adelante de su emblema definitivo, el blasón con león de plata rampante sobre campo de azur, y la corona para significar que la catedral pamplonesa era lugar tradicional de coronación de los monarcas.

La ciudad tiene yai 1.400 fuegos de 1428, pero aquí que llega la época de la guerra civil que asolaría al reino navarro. Frecuentada por el príncipe Carlos de Viana, como gobernador y lugarteniente general del reino, su «muy noble y leal» Pamplona se convirtió en el principal foco del bando beaumontés, que en ella convocó Cortes generales para proclamar rey al príncipe (1457), sofocó violentamente una conjuración agramontesa (1471) y desafió impunemente a la lugarteniente Leonor. Sólo mediante concesiones consiguió la regente Magdalena que fuera reconocido en la ciudad su nieto Francisco Febo (1481), y los reyes Catalina y Juan III de Albret pudieron coronarse (1494) tras su compromiso de vedar los cargos e incluso la entrada en la ciudad a los agramonteses. Con todo, a finales de siglo, se edificó la nueva casa consistorial o «de la jurería» donde había dispuesto Carlos III, Arnaldo Guillermo Brocar montó una imprenta (1490) y la antigua sinagoga mayor se convirtió en estudio de gramática (1499).

En la festividad de Santiago de 1512, los jurados entregaron las llaves de la ciudad a Fadrique Toledo, duque de Alba, y los pamploneses aceptaron como nuevo soberano a Fernando el Católico a cambio del juramento de sus fueros y libertades. Se alzó enseguida un nuevo castillo, que no pudo resistir la contraofensiva de Enrique de Albret (1521); en sus muros cayó herido Iñigo de Loyola; mas los castellanos no tardaron en recuperar la ciudad.

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