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El Islam, los musulmanes y la Guerra Santa

En retórica existe un tropo denominado sinécdoque consistente en nombrar el todo por la parte (hablando de fútbol, por ejemplo, “España ganó a Francia”, cuando se enfrentaron las selecciones en un partido y no las naciones en una guerra) o la parte por el  todo (“tres mil cabezas” en vez de tres mil reses) ¿Por qué traer esto a colación? La respuesta es sencilla: desde hace tiempo hay propensión a equiparar al musulmán con el terrorista islámico.

El reciente atentado de Manchester, que, en el momento de escribir estas líneas lleva 22 muertos y 59 heridos, más de una decena de éstos en estado crítico lleva a cuestionarse si esta equiparación es justa y si todo musulmán no puede ser en potencia un terrorista. De hecho, se cree que solo los jóvenes musulmanes británicos que han retornado tras combatir en Siria e Irak alcanzan la cifra de 350; y existían serios indicios de que Salman Abedi, nacido en Mánchester en una familia de refugiados libios, suponía un peligro. Citando fuentes de la Inteligencia estadounidense, la cadena NBC asegura que un familiar de Salman llegó a alertar sobre él a la Policía británica.

Otro hecho es hasta qué punto, en la política penitenciaria española, a causa del gran porcentaje de presos musulmanes, se está islamizando la dieta de toda la población reclusa. Recientemente, tras la detención de Ignacio González, leíamos en un medio nacional se daba esta noticia: “el expresidente madrileño ha comenzado a paladear los sabores del encierro, resumido en un menú sencillo y modesto dentro de su celda en la Comandancia de Tres Cantos. La base del menú carcelario que han ‘disfrutado’ González y el resto de detenidos son ensaladas precocinadas de arroz, de una conocida marca de espárragos en conserva, según explican fuentes policiales. Ninguna de las ensaladas incluye cerdo como ingrediente, sobre todo en atención a los musulmanes”.

Igualmente, hay constancia –y ha habido arrestos y deportaciones por ello en España- que imanes de todo el mundo aprovechan las oraciones de los viernes para lanzar prédicas subversivas, promoviendo algaradas, disturbios en defensa de la Saría o, cuando menos, animadversión contra muchos valores asumidos por la llamada “civilización occidental”. Y en España, aproximadamente un 6,3% de la población (2.500.000 personas) es musulmán.

Conviene recordar que Islam viene a significar “sometimiento”, particularmente a la idea “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta” de forma que, aunque el Estado no sea confesional, el islamista está llamado a buscar el gobierno de Dios en la tierra, fin en virtud del cual, son numerosos los musulmanes –muslim significa “sometido a Dios”- que justifican el uso de la violencia, hasta el punto de la Yihad o guerra santa y atentados como los de las Torres Gemelas, la estación de Atocha o este de Manchester.

Partiendo de esta consideración del islam como un sistema abarcador de todos los ámbitos de la existencia humana (individual, familiar, social, intelectual, político…) se derivarían conclusiones como la condena del laicismo, la ineluctable islamización del conocimiento, la postura frente a la mujer o la necesidad de crear un Estado islámico, si no teocrático sí teocéntrico, garante de dicha globalidad y, por consiguiente, defensor de toda una serie de prejuicios contra el Occidente y su concepción antropocéntrica de la sociedad.

Es cierto que hablar de musulmanes implica hablar de sejismo, babaísmo, sufismo, salafismo, wahabismo o de talibanes, de semejante modo a como hablar de cristianos implica hablar de católicos, ortodoxos, luteranos, calvinistas, mormones o testigos de Jeová. Pero con una gran diferencia: mientras para todos los cristianos existen los Diez Mandamientos, el quinto de los cuales es “no matarás”, para los que profesan la doctrina islámica común del Corán, amalgama de dogmas, leyendas, historias, fábulas, supersticiones religiosas, preceptos o máximas de economía y política, donde queda definido que la doctrina religiosa islámica que es monoteísta, pues los musulmanes creen en un sólo y único Dios que es Alá y Mahoma su profeta; y que la guerra santa es considerada como un deber colectivo de la comunidad islámica, es decir que esta tiene que no solo mantener su religión sino también expandirla por los medios que sean necesarios, en caso de que los demás pueblos no quieran adoptar el Islam pacíficamente deben utilizar la espada.

Partiendo de esta consideración del islam como un sistema abarcador de todos los ámbitos de la existencia humana se derivan conclusiones como la condena del laicismo, la ineluctable islamización del conocimiento, la postura frente a la mujer o la necesidad de crear un Estado islámico, si no teocrático sí teocéntrico, garante de dicha globalidad y, por consiguiente, defensor de toda una serie de prejuicios contra el Occidente y su concepción antropocéntrica de la sociedad.

Frente a ello, padecemos un cristianismo cada vez más tolerante y, en nuestro caso concreto, a un gobierno español que permite el hiyab (velo islámico) pero retira los crucifijos y cierra las basílicas al culto, mientras, al amparo de esa falacia denominada discriminación positiva, se ampara que los islamistas practiquen la intolerancia cuando se ofende su religión.

Para un católico o un liberal los individuos son nuestros prójimos, nuestros hermanos o nuestros vecinos. Y nos gustaría poder razonar y decirles que el conjunto de ideas, la filosofía política, el modo de vida prometido por el islam, no sólo es incompatible con la democracia sino que es perjudicial para ellos.

Si nos preguntamos si hay evidencia empírica para afirmar esto, la repuesta es Sí. En todos los lugares donde han arraigado las creencias legadas por el Profeta y su revelación, se ha implantado la sharia. Arabia Saudita, Irán, partes de Pakistán, Nigeria. Y allí donde se ha implantado, ha sido perjudicial, ha conducido a matanzas, amputaciones, tiranías. La democracia, muy lejos de ser un sistema perfecto, ni mucho menos, es preferible porque asienta los conflictos humanos en un marco donde podemos abordar los problemas con palabras. Hay instituciones que, en caso de discrepancia, permiten hacer peticiones, acudir al parlamento, acudir al tribunal…

El islam, como conjunto de ideas, es compatible con la democracia porque, al contrario que la democracia, niega la vida. El islam, al contrario que la democracia, niega la libertad. El islam, al contrario que la democracia, niega los derechos de la mujer e en actitudes hacia la mujer: por ejemplo la obsesión con el himen de la mujer y no con su cabeza es una fuente de problemas.

El mundo musulmán comprende a mil cuatrocientos millones de personas. El 81% vive en 57 países que tienen mayoría musulmana. Sólo cinco de ellos – Benín, Guyana, Malí, Senegal y Surinam- están clasificados como países libres por la Freedom House.

El mundo musulmán se encuentra en medio de una crisis material, política, social, sociológica y tecnológica que puede serla responsable de que algunos se empeñen en sumergirse en la historia islámica –en la época del Profeta, el siglo VII, sobre la cual, por cierto, no tenemos archivos históricos precisos– y buscar ejemplo en la vida del Profeta. Y el ejemplo que extraen del profeta Mahoma es mucho más consistente, y eso es lo que hace poderosa la postura de quienes piensan como el terrorista Bin Laden, los ayatolas iraníes o el actual ISIS.

La razón para que personas, independientemente de su raza, su color, su idioma, su país, sigan apoyando aquí y ahora estas actitudes, es que la forma en que actúan guaraa una relación de coherencia consistente con lo que dicen las Escrituras Sagradas de los musulmanes: el Corán y el ejemplo del Profeta. Por eso, aunque la democracia no sea un sistema perfecto, radicalmente, es incompatible con el Islam.

Prueba puede ser la “fatwa” (edicto religioso) que en 1989, el ayatola Jomeini promulgó contra Salman Rushdie, que ordenaba su ejecución y meses después añadía una recompensa de 3 millones de dólares a quien lo ejecutara.

Otro testimonio que prueba la incompatibilidad entre islamismo y democracia, aunque de menos difusión, es la feminista y política holandesa de origen somalí,  Ayaan Hirsi Ali, amenazada de muerte por los integristas islámicos. Hirsi, inicia su obra, Nómada, unas memorias de su salto del mundo musulmán a Occidente, con la frase «He sido nómada toda mi vida». Una verdad acreditada por su agitada biografía. Nacida en 1969 en Mogadisio, en 2003 acabó como diputada del parlamento nacional, pero ya encuadrada en el partido liberal holandés. En todo este tiempo fue desarrollando un discurso cada vez más crítico contra la teología islámica. Tenía a los radicales encendidos, sobre todo después de escribir el guión de Sumisión, película que rodó Teo Van Gogh y en la que retrataba las humillaciones que sufrían las mujeres sujetas a la sharia. Van Gogh fue asesinado y ahora Hirsi Ali vive bajo continua vigilancia.

Ella sostenía hace pocos años, y vemos que el paso del tiempo le está dando la razón, que Europa debe ser más dura con los inmigrantes; y explica que «Occidente, sobre todo Europa, ha sido muy ambigua. Los que llegaban a ella tenían muy claro que gozaban de unos derechos pero las obligaciones, en cambio, eran exigidas de manera muy vaga», al tiempo que sostenía, igualmente, que «los partidos establecidos» deben ser más severos para que los «partidos populistas» no aprovechen el descontento.

Hoy y desde siempre, entre las razones empleadas para justificar el empleo de la guerra y la fuerza militar por parte de los musulmanes para imponer su dogma religioso podemos mencionar tres. En primer lugar: la solidaridad. Los musulmanes se caracterizan por la solidaridad mutua entre ellos y dar a conocer la supuesta verdad que sólo ellos tienen y a presentarle al que ellos creen el Dios único.

En segundo lugar: la total dependencia de la soberanía divina en que  una persona puede asegurarse el perdón de los pecados y la entrada al paraíso si muere luchando por la defensa de su religión y en este caso la guerra santa y los atentados son los caminos.

En tercer lugar: el Corán. El libro sagrado de los musulmanes no obliga pero si anima a los fieles a luchar contra los enemigo para defender la religión que se profesa. Especialmente son las aleyas 186 a la 190 y la 212 a la 215 las que hacen clara referencia a la declaración de la guerra a los enemigos y al empleo de la acción militar para expandir el culto de Alá y que la misma no debe terminar hasta el mundo acepte y obedezca únicamente a Alá.

En Todo sobre el Islam, un cristiano iraquí que, al igual que su familia ha padecido la persecución y martirio de nuestros hermanos en la fe, el doctor Raad Salam Naaman, hoy refugiado en España y profesor de la Universidad Complutense, expresa que: “El mundo musulmán debe cambiar y sus fieles deben emprender o tener otra orientación distinta en la vida. Así como el cristianismo en su devenir ha sufrido los vaivenes de las épocas, llegando a la actualidad con la capacidad de aclara su mensaje, dejando abandonado en el camino las secuelas de épocas oscuras. Sería sugerente que el mundo musulmán tras recorrer este mismo camino considerara con el cristianismo, el judaísmo y el pensamiento actual en el acercamiento, el diálogo, la conciliación, la concordia, la paz, la fraternidad, la convivencia pacífica con los demás seres humanos de otras nacionalidades y religiones”.

Sin embargo, los buenos deseos del profesor Naaman, contrastan con la realidad que podíamos ver en Pamplona hace no muchas semanas, como se estará viendo por el resto de España, en los pases del estremecedor documental “Defensores de la fe”.

Hoy por hoy, cuando un cristiano es martirizado cada cinco minutos, mientras los terroristas islámicos surgen bajo las piedras entre la población musulmana de las ciudades que los acogen y, se podría decir –y testimonio serían los incidentes de la última “madrugá” sevillana- que han sembrado por doquiera la sensación de miedo, amenaza e inseguridad.

Por ello, mientras la situación no dé un giro copernicano, habrá que dar la razón a Ayaan Hirsi Ali, de quien extraigo estas dos citas para concluir: «No podemos ser ingenuos. Islam y democracia son incompatibles. El Islam es una teología que rige todos los aspectos de la vida: las costumbres sociales, la casa, el vecindario, el país, es una receta que sirve para todo […] Es muy complicado que evolucione hacia valores democráticos»; y «La economía de Europa está en crisis pero no sus principios ilustrados y su respeto a los derechos humanos. Prohibir los minaretes como en Suiza o el burka, como se ha hecho en Francia, es simplemente intentos de solucionar puntos concretos de un problema global, el del choque entre dos culturas, una democrática y otra teocrática«.

Pedro Sáez Martínez de Ubago, investigador, historiador y articulista

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1 Comentario

  1. anonimo

    Yo defiendo la idea de «Todos a su casa y Dios en casa en todos.»
    Veamos, cuando una persona se marcha a vivir a un país extranjero tiene que amoldarse e integrarse a ese país, no puedes pretender que la gente se adapte a ti. Pero esto es aun mas serio, antes de que esta gente llegara en masa no teníamos atentados (y no hace tanto de esto) y ahora es cada dos por tres.
    Yo lo siento, pero nuestra seguridad va en primer lugar y a llegado el momento de cerrar las puertas, deportar a los musulmanes que hay en este país (sobretodo a los que tienen delitos) y mandarlos a sus países. La comunidad internacional puede ayudar a los refugiados montando campamentos y darles las herramientas para que puedan salir adelante. Pero aquí no se pueden quedar, se ha demostrado que con ellos NO estamos a salvo. Los que matan no son ni judíos ni cristianos, sino musulmanes, muchos de ellos nacidos aqui y radicalizados.. BASTA.

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