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Libros en el tren

Artículo 187

Yo no entiendo a los que, pudiendo ver el paisaje que queda al otro la ventanilla del tren, se ponen a leer dejando de ver esos parajes infinitos, variados y su contenido, puesto que no hay mejor decorado que el que ofrece la naturaleza y ha puesto ahí: prados, cabezos, pinos, montañas, pájaros, pájaras, puentes, encinas, carreteras, autovías, señales de tráfico, coches, camiones, estaciones, gasolineras, el reflejo del sol en los charcos, los riachuelos, ríos, iglesias, campanarios, pueblecitos, caseríos, cuevas, rebaños, algún corzo en los sembrados, explotaciones ganaderas, el tren que nos cruza como un rayo dejando el sonido de un trueno tenue, las estelas de los aviones que surcan el cielo pespunteando las nubes y, mientras que el baño queda libre, te asomas por el otro lado del vagón y ves carrascas y encinas y, bajo estas, animales descansando del sol.

A 290 kilómetros por hora, mientras sigue ocupado el baño, ves la vida pasar muy deprisa. En ocasiones, por falta de cable en las vías y la catenaria (que no es una señora ucraniana), deja de alimentar el AVE que nos lleva de aquí para allá. Mientras, dice el ministro del ramo que nunca han funcionado mejor los trenes: lo dice porque no es extremeño ni viaja en cercanías como las gentes que padecen los retrasos en la circulación. Y el ministro en su ministerio.

Los paisajes no los rompen con vallas publicitarias porque no daría tiempo a verlas, o sí, dependiendo el sentido de la marcha. Y el de tu lado, al que interrumpiste cuando fuiste al baño (fue el único instante que levantó la vista de la pantalla), apaga el ordenador porque vais llegando. Lo anuncia la megafonía que no engaña lo repite en varios idiomas, para que no te enteres y te bajes del vagón (que viene de vago, de no hacer nada porque lo hace la máquina). Y la gente se pone en pie aun faltando cinco o más minutos, y bajan el portafolios, la mochila o la maleta con ruedas que bloquean el pasillo que hacen angosto aun siendo abril; y vas viendo vías y edificios y gente andando y asomados a las ventanas viendo al tren llegar, a la vez que este aminora la marcha bajo el cobertizo de la estación, deteniéndose por fin, que es el principio de la carrera que inician los pasajeros por posicionarse, que empujan y bajan y corren hacia la escalera mecánica donde sólo caben los que caben y no se miran, pero notan en sus pies y piernas las maletas con ruedas y en el hombro las mochilas que corren más que tú por la cinta horizontal, usando como advertencia de su proximidad el ruido que sobre esta producen las ruedas, y llegan a la cola de los taxi, y todo esto te lo perdiste mientras leías este artículo, puesto que la alta velocidad no da para más lecturas.

Manolo Royo, humorista www.manolo-royo.com

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