Me llega a través de un amigo común este artículo publicado en el periódico digital “la hora de Mañana” por Antonio Colomer Viadel , Doctor en Derecho, Diplomado en Estudios Sindicales y Profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Madrid desde 1980 hasta febrero de 2003, que, al parecer, vivió la tragedia del desbordamiento del río Turia de 1957.
El artículo en cuestión, que me limito a compartir por su enorme interés y actualidad, se titula así:
«Ante la DANA (riada) de Valencia (España). Entre relámpagos de rabia y de esperanza.
Valencia, 5 de noviembre, a una semana del fatídico día 29 de octubre de 2024.
En medio de tanta amargura y tristeza resuenan los gritos de rabia justificada ante tanta tardanza y falta de previsión.
El espectáculo grotesco de riñas sobre competencias para avisar con tiempo de la avalancha del diluvio que se nos venía encima, o en decidir, sin consultar y solicitud de avisos, que había que poner todos los recursos del Estado, sin dilación ni retrasos, a la tarea de salvar a las gentes, es fomento de esta rabia e indignación.
Golpea el asombro de lo inesperado, este turbión de muertes y destrucción generalizada.
Tenía 15 años cuando viví la riada de octubre de 1957, en Valencia. Me empeñé, en medio de aquella ciudad anegada en su totalidad por un cauce desbordado del rio Turia que cruzaba la ciudad, en acudir a ayudar al barrio del Carmen, la ciudad antigua, que entonces tenía numerosas vaquerías, y me sobrecogió la imagen de aquellas vacas ahogadas, en medio de montañas de barro. Luego supimos de ochenta y una personas muertas, sobre todo en los barrios marítimos –ahora, más de doscientas y al alza–. Esas imágenes y recuerdos se mantuvieron vivas, durante años, en mi memoria.
En la década siguiente estuvimos los valencianos abonando unos sellos del Plan Sur, contribución simbólica a aquella empresa gigante de llevar el cauce del rio fuera de la ciudad: 12 kilómetros de canal, de 200 metros de ancho, capaz de soportar 5.000 metros cúbicos por segundo. Y llegar hasta el mar, 3’5 kilómetros más allá de la desembocadura original.
En esta riada o DANA hemos visto ese nuevo cauce lleno, de orilla a orilla, dejando a salvo a la mayoría de la ciudad de Valencia.
Expertos en aguas, de nuestra tierra, nos dicen que los proyectos para encausar la rambla o barranco del Poyo –cuyo desbordamiento ha sido una de las causas principales de la tragedia– estaban hace una década elaborados, pero no hubo la decisión política para iniciar la construcción. Por el otro lado, la de los ríos Magro y Júcar, que van hacia el lado de la Albufera y el mar, también se había elaborado un proyecto de varias presas medianas y escalonadas que hubiera aliviado, en gran medida, esta otra fuente del desastre: tampoco se quiso realizar este proyecto.
Al llegar aquí no solo hay que hablar de la responsabilidad de los políticos, sino de la capacidad y competencia de los asesores y su coraje cívico para respaldar la necesidad de ciertas medidas, aunque no sean del gusto de los dirigentes políticos.
Hoy en día, en muchos casos, en vez de competencia y decisión lo que se les exige es fidelidad servil, perruna, a los jefes. Y aun es peor si los incompetentes, revestidos de esos cargos, solo por razón de esa fidelidad servil y muda, se deciden a tomar decisiones, desde su ignorancia.
En medio de tales tinieblas de incompetencia e irresponsabilidad, un relámpago de luz y esperanza lo encontramos en esa movilización espontanea de voluntarios –en su mayoría, jóvenes– para acudir desde el primer momento a esos pueblos y gentes, sumergidos por tal avalancha de agua, con una determinación y coraje, admirables.
Si este espíritu de cooperación y reciprocidad que se encuentra en el ánimo de tantos de estos voluntarios, se inculcase en la educación y formación de nuestros jóvenes, en vez de esa oferta de venir a hacerse rico lo antes posible, y por cualquier medio; a construir en zonas inundables, con materiales lo más baratos posibles; y a no perder el tiempo en realizar obras públicas que no tienen rentabilidad y beneficio político a corto plazo, tal vez construiríamos una sociedad más justa y vivible.
Ese sentido del deber y de la responsabilidad consciente que ahora se desprecia a favor del goce y el placer individual, a costa de lo que sea, impondría una comunidad que, en el entrecruzamiento de los deberes de todos, en todas nuestras tareas, emanaría, sin esfuerzo, la plena vigencia de los derechos de todos.
PD: No olvido, ingenuamente, que también existen, en medio de la tragedia, ladrones, estafadores y delincuentes de toda ralea que se enfangan -doblemente- en la infamia de delinquir enmascarados por la catástrofe.
Ahora bien, la fortaleza de los justos, el coraje de su decisión será un freno que se impondrá. Y el Estado a sus deberes para cumplir la ley con rigor, al servicio del pueblo soberano.»
Después de su lectura, de las imágenes dantescas que estamos viendo estos días, de la huida cobarde de Pedrito el Veloz en Paiporta y la vergonzosa y tardía inacción del gobierno central, cuyo lamentable intento de justificación de no haber intervenido antes lo ha desmontado nada menos que Felipe González: “Yo di la orden de que el Ejército de Tierra fuera a Bilbao” , con la no menos vergonzosa declaración del general de la UME, Javier Marcos, acusando, insólitamente, al presidente de la generalidad valenciana, que puede que no sea un genio de la gestión, pero que esta tragedia trascendía con mucho su responsabilidad, y no menos sus capacidades y posibilidades de actuación, y que parece más bien que está devolviendo a su ministra Margarita Robles –un “junco” al servicio de su señor– el favor del ascenso, según se comenta en lo que para el psicópata Pedro Narciso y su Loro Park de información sincronizada serían pseudomedios, sólo me queda repetir lo que ya dejaba dicho en mi anterior artículo: “¡Gracias Franco!”, porque de no haber sido por sus infraestructuras en la zona, la tragedia hubiera sido infinitamente mayor. Y hay que agradecer que todo lo que está saliendo sobre aquella tragedia de 1957 y las obras que se acometieron de inmediato para evitar su repetición y paliar sus efectos, está desmontando buena parte de esa falsa imagen que pretendía dar del último gobernante español con sentido de Estado, la memoria histórica zapaterina y su heredera a peor memoria democrática sanchista.
Mis mejores deseos para todos, entre ellos, la victoria hoy de Donald Trump, aunque, como en España en el caso del Partido Popular, sólo sea el mal menor.
Antonio De la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión.