La búsqueda del «Nuevo Orden» en Oriente Medio, epicentro de las guerras de los últimos 20 años
Por Luca Mainoldi
Operación «Nuevo Orden». El nombre dado por el gobierno de Netanyahu a la operación israelí para matar al líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, indica la intención no sólo de cambiar el equilibrio de poder en Oriente Medio, sino de reformar el marco político de la región. Ya hubo intentos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando el presidente estadounidense George W. Bush proclamó la Gran Guerra contra el terrorismo. Tras invadir Afganistán con el pretexto de buscar a Bin Laden y a los dirigentes de Al Qaeda, la administración Bush atacó el Irak de Sadam Husein con el pretexto de la presencia de supuestas armas de destrucción masiva, cuya existencia no ha sido nunca demostrada.
Pero según el testimonio de Wesley Clark (comandante supremo de la OTAN de 1997 a 2000) publicado en su libro de 2003 y luego en una entrevista televisiva en 2007, un mes después de los atentados del 11-S, el Pentágono había esbozado planes para atacar después de Afganistán siete países de Oriente Medio en cinco años: Sudán, Somalia, Libia, Líbano, Siria, Irak e Irán. La invasión de Irak provocó la caída del régimen de Sadam Husein y la imposición de una administración provisional dirigida por Estados Unidos que debía conducir al país hacia la «democracia».
La eliminación del régimen baasista dirigido por suníes (y en particular del clan original de Takrit, ciudad natal de Sadam) abrió la caja de Pandora de las reivindicaciones étnico-religiosas. En concreto, los chiíes, que representaban el 60% de la población, reclamaron el control del ejecutivo, mientras que a las regiones kurdas se les concedió una amplia autonomía. Se desencadenó una sangrienta guerra civil que provocó la retirada de la mayoría de los contingentes militares de la coalición internacional que debía ayudar a Irak en el «camino hacia la democracia». Mientras tanto, la guerra de 34 días entre Israel y Hezbolá en el verano de 2006 se caracterizó por un intento fallido de reducir el componente militar de la organización chií libanesa. La segunda guerra del Líbano fue aclamada por la entonces Secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, como el inicio del nacimiento de «un nuevo Oriente Medio».
El fracaso de Israel en Líbano, unido a las dificultades en suelo iraquí (por no hablar de Afganistán), había llevado a los responsables estadounidenses a un cambio de estrategia. Ya no se trataría de un compromiso militar directo masivo, sino de acciones selectivas, para contener a los yihadistas, por un lado, y, por otro, abrirse a los Hermanos Musulmanes, en el mundo suní, y a la República Islámica de Irán, en el mundo chií. Esta fue la estrategia seguida por la administración Obama, que se subió a la ola de la llamada «Primavera Árabe» (cabe señalar que entre sus iniciadores había jóvenes que habían seguido cursos de ONG estadounidenses e internacionales sobre levantamientos no violentos) que condujo a la caída de los regímenes de Bel Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto en enero de 2011.
Al mismo tiempo, Obama firmó un acuerdo internacional con Irán para garantizar que el programa nuclear de Teherán no conduciría a la creación de armas atómicas. En Siria, las cosas fueron diferentes: la violenta represión de las primeras manifestaciones por parte del régimen sirio hizo que el país se deslizara rápidamente hacia la guerra civil. Lejos de ser simplemente una guerra entre gobierno y rebeldes, el conflicto sirio pronto se convirtió en un mosaico de guerras con la participación directa de grandes potencias y Estados regionales. Una especie de mini-guerra mundial librada en suelo sirio.
Los propios aliados árabes de Estados Unidos no vieron con buenos ojos la estrategia de apertura a los Hermanos Musulmanes anunciada por la Administración demócrata en el discurso de Obama en la Universidad de al-Azhar de El Cairo en 2009. Tanto es así que en 2013 el golpe militar que derrocó al gobierno de Morsi, expresión de los Hermanos Musulmanes, elegido en 2012, contó con el apoyo de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
Los desencuentros entre aliados se constataron luego en el conflicto sirio con el apoyo a diversos grupos armados, también de expresión yihadista, por parte de las distintas potencias, que en lugar de derrocar al régimen de Assad, crearon más caos. Assad buscó ayuda en Irán, Hezbolá y la Federación Rusa, lo que le permitió recuperar el control de varias zonas del país y, sobre todo, mantenerse en el poder en Damasco. Un nuevo revés impuso la Administración Trump, que se retiró del acuerdo nuclear con Irán y lanzó los llamados «Acuerdos de Abraham», destinados a crear una alianza de facto entre las monarquías suníes e Israel con el apoyo exterior de Washinton.
Acuerdos que quedaron «congelados» tras el asalto de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023. Ahora, la guerra en Gaza no es más que una primera etapa de lo que parece ser la estrategia del gobierno israelí para redibujar el mapa de Oriente Medio golpeando el eje chií concentrado en Irán. El primer ministro Netanyahu dirigiéndose a la población iraní (a la que se ha denominado «pueblo persa») ha declarado: «Cuando Irán sea finalmente libre, y ese momento llegará mucho antes de lo que la gente cree, todo será diferente. Nuestros dos pueblos ancestrales, el pueblo judío y el pueblo persa, estarán por fin en paz. Nuestros dos países, Israel e Irán, estarán en paz». Pero mientras tanto, los dos países están peligrosamente cerca de un enfrentamiento directo que amenaza con sumir a toda la zona en una guerra regional, con la participación de las grandes potencias. AGENZIA FIDES