Conocí hace ya unos años a Malalai Joya en Kabul donde pude llegar gracias a su valiente organización. Para acercarme a ella y conversar comprobé personalmente, la verdad de las informaciones periodísticas acerca de la existencia de un grupo de fieles armados que protegen a la valiente luchadora afgana de las libertades de la mujer de los fundamentalistas religiosos y talibanes asesinos, que ya entonces habían intentado acabar con su vida en varias ocasiones y lo que es peor, todavía hoy la quieren matar.
Después de un largo viaje que incluyo el paso del Kyber disfrazado de pudiente afgano, una mañana a las claritas del alba, un motorista pedaleando en una Vespino de opereta, al que seguía desde la furgoneta alquilada por TVE, conducida por otro de sus fieles guardaespaldas, nos condujo en laberinto hasta un piso franco y para ello, con la profesionalidad y dedicación necesarias, acelerones, paradas y giros de ciento ochenta grados incluidos, despistó a esa sentencia de muerte que persigue a Malalai, entre calles destrozadas por treinta años de guerra y una multitud de sombras humanas, sospechas y amenazas de traición, que en la capital de Afganistán madruga mas que el sol con la humana y natural voluntad de encontrar una buena plaza para la supervivencia del nuevo día… Mañana Dios dirá.
Malalai me dijo que gracias al burka en algunas ocasiones podía salir a la calle y, a la vez, dar un poco de descanso a su “cuerpo de guardia” gracias al anonimato que le procuraba. Y que así el ropaje integrista le salvaba la vida casi todos los días. Me contó muchas cosas y muchas profundidades sobre la libertad y las mujeres en un territorio liderado por las armas y la ley del más fuerte.
Volví a ver a esta brava política que se atrevió a calificar, en voz alta, de burros y asesinos a los señores de la guerra, en Madrid, uno dos años después de mi visita a su país. Estaba de paso en la capital camino de Bilbao donde iba a pronunciar una conferencia organizada por unos grupos feministas. Compartimos la sobremesa de un restaurante italiano y se me ocurrió invitarla a un paseo turístico por el barrio de los Austrias que acabó en el Palacio de Oriente. Nunca olvidaré sus ojos negros, inteligentes y con el brillo de la sorpresa ante tamaña muestra de esplendor y oropeles occidentales.
Que interesante sería preguntarle hoy qué opina de la existencia del burka por las calles de Madrid, donde ninguna mujer salva la vida gracias al atuendo. ¿Y aquellas feministas, qué dirán hoy del sometimiento a la mujer que ese tapete celda significa para los integristas?
Manuel Artero Rueda ha dedicado toda su vida profesional a la televisión en la empresa pública RTVE. Autor del libro “El reportaje para televisión un guiño a la noticia”, un práctico temario con el que ha impartido clases tanto en el Instituto Oficial de RTVE como en el máster de periodismo de la Universidad Rey Juan Carlos. La Paseata