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Y no pasa nada

Escribíamos ayer… y anteayer… y hace un año, tres y más de trece… y no pasa nada. 

Tras un breve paréntesis de pretemporada que seguramente agradecieron los lectores, vuelvo a mis desahogos reflexivos, que suponen para mí una buena terapia y espero que puedan aportar algo a los que, como yo, tenemos pocos medios de influir, más allá de la sana intención de ayudar a crear opinión, para evitar el cada día más desastroso devenir de nuestra querida España que, no pocos –y creciendo-, parecen querer romper. Y lo hago parafraseando la conocida –cada vez por menos– expresión “Decíamos ayer”, atribuida a Fray Luis de León a su vuelta a las clases en la Universidad de Salamanca, después de cuatro años de cárcel a los que lo condenó el Tribunal de la Inquisición por el “terrible” delito de traducir al castellano el Cantar de los Cantares. Desgraciadamente, me atrevería a afirmar que buena parte de los menores de 50 años (no quiero ahondar más, por si acaso) no sólo no sitúan al citado sino que les sonará poco la obra del “delito”, pero lo de la desculturización educativa no toca hoy.

Como indicaba en el título y empezando por lo más antiguo, que nunca está de más recordar por eso de que algunos intentamos tener presente aquello que nos legó el filósofo español americanizado, alumno y profesor de la Universidad estadounidense de Harvard, Ruiz de Santayana de que “El pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla” –con poco predicamento por cierto hoy–, cuando la crisis de 2008, que ya llevaba un año por esos mundos –España como casi siempre en las últimas décadas, se enteró con retraso– desde el batacazo de las hipotecas subprime en agosto de 2007, echó del mercado entre otros muchos al sector cementero en el que estaba, empecé mi desigual “lucha” contra la situación, ya mala, aunque nada comparable con la actual, en la que los primeros cuatro años del zascandil José Luis Rodríguez –eso creyeron entonces algunos “padres” socialistas (¡ay, don Alfonso y doña Rosa!, entre otros) que lo apoyaron– tras imponerse como Secretario General en aquel nefasto XXXV congreso del PSOE de 2000 para que se impusiera al, a priori, más complicado de “domar” y luego sumiso pastueño y “sobrecogedor” , José Bono, por el escaso margen de nueve votos (esa fue la diferencia, pero hubieran bastado cinco para que se diera el resultado esperado). El que luego resultó uno de los mayores “ocurrentes” de la fraseología política hasta la llegada de su clon Pedro Sánchez, “Estamos en la Champions league de la economía mundial”, en plena crisis, o “La Tierra no pertenece a nadie, sino al viento”, ya apuntaba en aquel congreso una que inclinó la balanza a su favor por el escaso margen citado: «No optéis por lo menos malo; elegid lo que os ilusione» y parece que a poco más de la mitad de los allí presentes los ilusionó no el menos malo, sino el peor. Y “de aquellos polvos –y otros–, estos lodos”

Como decía, allá por 2008, comienzo de mi desigual lucha y creyendo, iluso de mí, que las redes sociales podrían servir para algo bueno, demostrado trece años después que para poco, salvo la rapidez de comunicación en caso necesario, utilizada mucho más para el daño que para el bien, empecé a compartir en la única que creo que existía entonces –o al menos que yo conociera–, Facebook, mis humildes reflexiones y, visto lo que ya se venía viendo especialmente en esos últimos cuatro años, no tardé mucho en acuñar una frase “Aquí vale todo” que completé con “Y nunca pasa nada”, una explosiva combinación que hoy sigue dando “juego”  y superándose cada día.

Pero sin ánimo de extenderme demasiado por eso de que “a buen entendedor, pocas palabras” –aquí hay para todos–, aquellos primeros cuatro años desastrosos del hoy asesor bolivariano, excedente como miembro vitalicio del Consejo de Estado gracias al auto-regalo –una de sus primeras decisiones para asegurarse el futuro dado su “cualificado” currículum–, del que pueden disfrutar hoy expresidentes y exvicepresidentes –al que algunos renunciaron en un gesto que les honra,  “conformándose” con otras prebendas o salidas inherentes al puesto dejado, aunque supongo que continúan con esa condición “perpetua”–, en los que muchos conocimos al personaje que llegó en Marzo de 2004 por la masacre de Atocha y llegamos a pensar que se iría tras las próximas elecciones por el atentado de Barajas de Diciembre de 2006, en un viaje de ida y vuelta sin retorno, salvo a algún juzgado, no bastaron para ganar las elecciones de 2008 y acabaron, después de otra frase del susodicho a su fan Iñaki Gabilondo pocos días antes de las elecciones: “Lo que nos conviene es que haya tensión”,  en un nuevo triunfo del iluminado y en un pequeño exilio mejicano del derrotado, del que tal vez algún día sepamos la realidad de su trasfondo, pero que por los hechos nos tememos lo que pudo pasar. 

Como ya sabemos, no se pudo completar aquella legislatura tras la renuncia como candidato del personaje después del famoso “movimiento 11 M” –donde empezaba a sacar las orejas un tal PabLenin Iglesias, casi veinte años más tarde socio del antes citado clon que mejoró al original–, y acabó con la convocatoria adelantada de elecciones en una fecha histórica, el 20 de Noviembre. La nominación como sucesor del “novato” –demostración clara de la “voluntad” de cambio del PSOE– Alfredo Pérez Rubalcaba (nunca mejor dicho q.e.p.d.), y el hastío de los españoles por el desastre económico –no tanto por el sociocultural, como lamentablemente se ha visto después– dieron como resultado la victoria con mayoría absoluta de Mariano Rajoy que, en lugar de dar el puñetazo en la mesa que la situación demandaba, levantar las alfombras y abrir las ventanas, cayese quien cayese, y darle “la vuelta al calcetín” que España pedía a gritos, se conformó con medio arreglar la situación económica y mejorar la imagen internacional, en quiebra una y otra, que no era poco, pero a todas luces insuficiente si no se daba de una vez la batalla cultural y social que tampoco había dado José Mª Aznar, tras su sorprendente mayoría absoluta del año 2000, cuando pudo evitar situaciones que llegaron con Zapatero. Todo ello, como pudimos comprobar, dio lugar a un nivel de descontento en propios y extraños que, unido a la siempre inestimable ayuda de los medios de comunicación, abandonados históricamente por el Partido Popular, propiciaron la aparición en 2014 de dos “alternativas” por la izquierda, una más de centro, Ciudadanos –ya existente en Cataluña, pero que se envalentonó ante la situación y dio el salto nacional– y otra extrema, Podemos, que junto a la que aparecía por la derecha, VOX, un medio aborto que en ocho meses pasó a la incubadora –donde estuvo cuatro años y no debió salir–, ofrecían un panorama de difícil ajuste en un país en el que la división de las despertadas dos Españas de Antonio Machado no se supo restañar con la derogación de la Ley de Memoria Histórica nada más llegar, como hubiera hecho el PSOE en caso contrario, campaba cada día más a sus anchas. El resultado fue un gran batacazo electoral del PP en diciembre de 2015, salvado por la campana por el segundo gran fracaso del PSOE del ya citado clon Sánchez, la bisoñez de Iglesias que adelantó su consejo de ministros y asustó al de Ferraz y la ambición que acabaría pasándole factura al joven Albert Rivera, dieron pie a una nueva convocatoria electoral en la que mejoró un poco el PP, cayó más el PSOE, se consolidaba Podemos absorbiendo a Izquierda Unida y se mantenía Ciudadanos, con VOX en la UCI política y sin presencia alguna.

Haciendo muy breve lo que vino después: la continuada indefinición de Rajoy; el retorno en 2017 del desterrado pero no expulsado en 2016 Sánchez; un golpe de Estado en Cataluña pésimamente gestionado por el PP; el éxito, desde la manipulación de una resolución judicial y la mentira, de una moción de censura “contestada” con un bolso en el escaño del censurado –hubiera dado igual de estar, pero habría quedado mejor el señor Registrador–; la llegada de Pablo Casado, en medio de una crisis interna en el partido que tampoco supo resolver con “aspiradora” drástica el nuevo Presidente y del desencanto creciente de su electorado; el súbito inflado de VOX, rescatado de urgencia de la UCI para aprovechar mejor la debilidad del PP –que eso sabe hacerlo la izquierda mucho mejor que la derecha–, al que se unieron arribistas y defenestrados del PP por diversas circunstancias; el retraso en llamar a las urnas –otra mentira del que presentaba la moción para “convocar elecciones lo antes posible y dar estabilidad a España”–, etc., nos llevaron a una doble convocatoria electoral en Abril y Noviembre de 2019 en las que se volvieron a poner de manifiesto las mentiras de la izquierda, la poca consistencia de las dos alternativas “triunfantes” en 2015 y la ausencia de escrúpulos de los recién rescatados por la derecha que antepusieron sus propios intereses a los de España al no querer ver que la única posibilidad remota de vencer al frente popular que se veía venir era comparecer juntos en las provincias con menor número de escaños, en las que la división de las inventadas al efecto “tres derechas” podía propiciar que la nefasta ley electoral que se implantó beneficiara a la izquierda, como así fue por dos veces, en las que pese a la subida del PP en las segundas, la ambición de los dos competidores, Rivera y Abascal, se tradujera en la casi desaparición del partido y en su salida a la puerta giratoria que otrora criticaba, del primero, y en poco más que un hinchado de sus pectorales del segundo, al que su deseo de venganza del partido que lo dejó sin chiringuitos de los que vivir del cuento le primaba sobre el supuesto “patriotismo” que vende a sus fanáticos y a los viscerales descontentos de Rajoy. Y así llegamos al desgobierno socialcomunista de Enero de 2020, después de año y medio de parón y caída que la más que dudosa en su origen crisis del coronavirus y la pésima gestión política y económica de la misma por un “matrimonio” de conveniencia con unos padrinos de intereses espurios para España han completado. 

 Y dicho lo anterior me pregunto –iluso que soy, repito– cómo hemos llegado a una situación en la que hemos pasado de ser la octava potencia mundial industrial en 1975 a no se sabe qué puesto, que los más optimistas sitúan en el decimotercero o decimocuarto –un ex ministro de Educación, socialista y autor de la LOGSE, hubiera dicho treceavo o catorceavo– y no pasa nada; a encabezar notablemente la lista del desempleo que se hace astronómica si se habla del paro juvenil y no pasa nada; a una deuda pública que supone el 125% del PIB y no pasa nada; a que se queme la bandera de España y se  insulte al Rey y no pasa nada; a que se mienta una y otra vez por parte del presidente del gobierno y no pasa nada; a que se declare inconstitucional el primero y el segundo estado de alarma, aprovechándolos para legislar barbaridades ajenas a la situación con fines exclusivamente políticos y no pasa nada; a que el precio del Kilowatio bata récords casi todos los días, se echa la culpa a las eléctricas, y no pasa nada; a que un presimiente nos perdone la vida a diario y nos diga con total descaro el martes que “hemos vacunado a todo el mundo sin preguntar su ideología ni a quien votan” y no pasa nada; que asista ayer a una reunión “bilateral” con los golpistas de Cataluña en Barcelona y no pasa nada… y sólo se me ocurre recordar la conocida anécdota que se atribuye al matador de toros Juan Belmonte cuando en una corrida de toros a la que asistía en Huelva, se dice, se encontró al que había sido banderillero suyo presidiéndola como Gobernador Civil y le preguntó que cómo había llegado hasta ahí, a lo que el subalterno le contestó: “Pues ya ve, maestro, degenerando, degenerando…”. Y sólo eso explica la mediocridad política alcanzada en España, una degeneración educativa y moral a la que nadie ha querido poner coto, que empezó hace más de cuarenta años despacito, y que acelera por décadas a una velocidad que ya hace difícil su frenada si no se aborda de verdad con contundencia. Queda tiempo, pero poco y cada día menos.

Antonio De la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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