Hace cincuenta años más o menos –uno ya va siendo mayor–, leí la novela de George Orwell, Rebelión en la Granja, que entonces no alcanzaba a ver sino como una historia de ciencia ficción, en la que se contaba como los animales de la Granja Manor, encabezados por dos “inteligentes” cerdos, Napoleón y Snowball, se rebelaban contra el granjero, Mr. Jones, al que expulsan de su propiedad y empiezan a “gobernar” ellos la gestión y explotación, desde la creación de un himno, “Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda” y un ideario de “siete mandamientos” que se iniciaba con “Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo” y terminaba con “Todos los animales son iguales”, que acaban al final de la historia resumidos en uno: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”, después de haber ido añadiendo palabras a algunos de ellos para justificar los abusos del que cortaba el bacalao, tras expulsar al compañero de rebelión y promover al palmero Squealer –cerdo también, claro– que, como su nombre indica, hacía de “cantor” de las excelencias del líder y “chillaba” para justificar sus “cambios de criterio” beneficiosos para él. Recomiendo su lectura a quienes no conozcan la obra, que yo he vuelto a leer recientemente y, ahora sí, encontré los paralelismos que entonces, principios de los 70, no veía porque conocía muy poco el comunismo contra el que el “opresor régimen franquista” no nos había adoctrinado a los jóvenes de mi generación, como quieren vendernos algunos desde el socialcomunismo capitalista imperante –y los nacionalismos de uno y otro signo– para justificar esa infumable ley de Memoria Histórica que se inventó José Luis Rodríguez en 2007 y no derogó Mariano Rajoy nada más llegar en 2011, su primer gran error. Una ley, que no es otra cosa, en mi opinión, que la expresión del resentimiento sectario, inducido, que arraigó en grupos que no vivieron aquellos años ni mucho menos la guerra civil de 1936-39, provocado precisamente por los desmanes que ese engendro “legislativo” vino a intentar cubrir, reescribiendo la Historia a la manera de los derrotados.
Y precisamente los hechos cuyo décimo triste aniversario se recordaba el pasado sábado, conocidos como el Movimiento 15M, son los que me han hecho recordar ese magnífico y premonitorio libro de Orwell. Porque no me negará el lector que existe cierto paralelismo entre el relato del autor inglés y lo que se derivó de aquella “acampada” de aproximadamente un mes –si no recuerdo mal– en la madrileña Puerta del Sol; de la decepción con la mayoría absoluta del PP y su continuismo con las políticas socialistas –salvo en lo económico y relaciones exteriores, sin entrar en detalles–; la moción de censura de Pedro Sánchez en 2018 y las dos elecciones generales en 2019, tardías pero siguiendo el guión de reabrir las dos Españas y atentar contra el Estado –Mr. Jones, permítaseme la licencia–. Dos elecciones que acabaron con el abrazo entre los dos socios frentepopulistas, Sánchez y PabLenin Iglesias, a las pocas horas de conocerse el resultado de las segundas, que –en mi opinión, claro está– replicarían a la perfección los personajes de Orwell. Y, como en la novela, al final se queda solo “Napoleón” Sánchez, apoyado en el mercenario Iván Redondo “Squealer” que, como después veremos, cobra protagonismo tras la huida con el rabo entre las piernas de “Snowball” de Galapagar y su renuncia a todos los cargos. Sólo queda, para que el paralelismo sea completo, ver si el fugado influye en sus representantes para bombardear los restos de esa alianza rebelde. Tiempo al tiempo.
Y tras bastante tiempo imitando al río Guadiana, con más tramos oculto que visible, reapareció el doctor Plagio cum Fraude para anunciar con su peculiar “humildad” que faltan 100 días para alcanzar la inmunidad de rebaño en España –ahora dice de grupo, porque parece que parte del “rebaño” se le va rebelando– y canta a diario, en cada aparición “estelar” que le prepara su “Squealer”, que “nos quedan 99, 98, 97…”, recordándome aquel “un día menos” que, tras el toque de retreta y gorras al aire, cantábamos los CAOCs en mis campamentos de milicias. Abucheos, y algo más, que se repiten en sus escarceos fuera de los mítines con los suyos y podrían estar detrás de esa desaparición de la escena de la que sale para contados actos casi a puerta cerrada, semiescondido, en coche blindado, con innumerable escolta y sin pisar mucho la calle tras comprobar que se le quiere poco, como ocurrió cuando fue de incógnito al Hospital La Paz, a votar en las elecciones madrileñas, el sábado en la Puerta del Sol, donde acudieron varios miles de personas con motivo del aniversario antes citado pero en sentido contrario y, casi sin solución de continuidad, el pasado martes en Ceuta, tras la invasión de la ciudad dirigida sin duda por el Sultán de Marruecos, tras la enésima equivocación de Mr. Falconetti, donde no pocos ciudadanos lo esperaban para acordarse de su, sin duda, santa y honesta madre; censurable actitud seguramente, pero es lo que pasa cuando se siembran vientos, que se recogen tempestades, y este “presimiente”, soportado por los peores enemigos internos de España, lleva ya tres años tocando partes sensibles de los españoles, españolas y “españolos”.
Como remate, hasta ahora, porque seguirá el esperpento Sánchez mientras no salga de Moncloa, nuestro particular Pinocho nos hizo el lunes su penúltimo anuncio antes del último abucheo, que me recordó la conocida película de finales de los 60’s, “2001, una odisea del espacio”, ya que no espero sino una “odisea” en toda regla de ese “proyecto de estrategia nacional” que han denominado sus “expertos” –supongo que mejores que los inexistentes del no doctor Fernando Simón, pero me temo que no mucho– “España 2050” –se le quedó corta al personaje la “Agenda 2030” y la quiere superar–. Con ese pretexto, el ya repetido Iván Redondo “Squaeler” –muchas veces ventrílocuo de su jefe– ha sorprendido a propios y extraños con un artículo en El País https://elpais.com/espana/2021-05-17/espana-2050.html –siempre el medio amigo del socialismo– con un adelanto de lo que, cuando este artículo vea la luz en la mañana del jueves, será la presentación por el lector de la Moncloa del citado proyecto estratégico. Tras repetir las palabras con las que anticipó su propósito el elector del jefe de gabinete: “Tenemos un proyecto de presente y renovación para modernizar España, pero para lograrlo, el largo plazo lo es todo. Conseguirlo no será fácil, pero no es imposible” dice Redondo que le pidió “un impulso estratégico a la disciplina de la Prospectiva en España”. Un reto, continúa, que “se sintetizaba en dos palabras: España 2050” –que no son dos palabras sino cuatro en todo caso: ‘España dos mil cincuenta’–. Como buen “Squaeler”, no podía faltar su alabanza: “El presidente fue muy nítido y ejecutivo, como es él”, dejando en su artículo frases para la posteridad dignas de su jefe, que ya podemos intuir de dónde saca su ampulosidad verbal: “España 2050 es una visión, un ejercicio, una reflexión, un horizonte, un compromiso, un territorio y un espacio de diálogo para medir, analizar y actuar”. Le ha faltado, como hizo Carmen Calvo, pedir que “la UNESCO –en este caso, España– legisle para todos los planetas” o, para “mejorar” al que clonó su amado Pedro, decir que “la Tierra” y, dentro de ella, España “no es de nadie sino del viento”… y suya, faltaría más. Entre las “novedades” que nos va a dejar este proyecto está la Oficina de Estrategia del Gobierno que ya creó Adolfo Suárez en 1979 dentro del Instituto Nacional de Prospectiva de 1976, a la que intercala Nacional y añade de País, eliminando ‘del Gobierno’, o sea, casi nada nuevo bajo el Sol. En fin, ya veremos lo que con su “sencillez” habitual nos presenta bajo el título “Fundamentos para una Estrategia Nacional de Largo Plazo” con el que dará a conocer ese informe España 2050 que firman “exactamente 100 autores” de una Oficina “compuesta por un equipo multidisciplinar liderado por Diego Rubio, con jóvenes investigadores, licenciados y/o doctorados –espero que con tesis de verdad y no plagiadas– en economía, historia, sociología, ciencias políticas, derecho y ciencias ambientales con una media de edad de 35 años” que, expertos, lo que se dice expertos, con esa media de edad, no creo que pueda llamárseles a todos, por muy de “la generación de la democracia” que sean, aunque suponemos que para Carmen Calvo esa característica no afectará al grado de “expertitud” que atribuía a Fernando Simón.
En fin, no conviene dejar en olvido lo que ha dicho Alfonso Guerra: «El PSOE no puede aceptar cambiar a un Redondo, Nicolás, por otro Redondo, un tal Iván». El ex vicepresidente dice en una entrevista en El MUNDO que «la izquierda no tiene el fuste necesario para defender España», algo que no hace falta ser un experto analista político para comprobarlo tras lo visto en la etapa de José Luis Rodríguez y estos tres últimos años, en especial desde que el dúo del abrazo apareció en el banco azul, que milagro fue que no tapizaran con los colores LGTBI.
Termino insistiendo en mi recomendación de leer Rebelión en la Granja que, junto con otra gran obra de Orwell, 1984, escrita un poco después, pero también en la misma década de los años 40 del pasado siglo, ayudan a mi juicio a entender el fenómeno del asalto la madrileña Puerta del Sol en Mayo de 2011, parte de ellos en el desgobierno actual, y lo que estamos viviendo en los últimos dieciséis meses como consecuencia de una supuesta pandemia, que recuerda lo que Winston Smith, protagonista de la segunda, veía en su fatigosa subida a pie a un séptimo piso, en cada descansillo de la escalera, en los que bajo el dibujo de unos ojos que siguen siempre al que los mira, figuraba el cartelón “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”, que no otra cosa parece el mensaje unívoco de los lectores de “noticias” de los teledoctrinarios de todas las cadenas desde hace dieciséis meses, todos los días y durante casi todo el tiempo de emisión y de los diversos mensajeros que lo comparten y refuerzan, porque no se oye a ninguno de los cada vez más abundantes críticos a los que se reduce, bajo el estandarizado término de negacionistas, por el simple hecho de plantear preguntas y dudas que nadie de los positivistas responde o se presta a debatir.
Mientras tanto, veremos como acaba el “acuerdo” entre Junts per Puigdemont y Esquerra Republicana de Junqueras, dos nacionalismos, uno de cada extremo, que se “unen” a la fuerza para contribuir a culminar lo que intentaron sin éxito en 2017, la independencia de España pagada por el Estado español –veremos quién responde esta vez, si vuelven a las andadas, ya que el Rey parece estar “confinado” por el gobierno–, que apunta a que van a dejar sin sIlla presidencial al candidato del Partido Sánchez –excepto en el PP y en el cada día más desaparecido Ciudadanos, parece que casi todos los partidos han sido fagocitados por su líder– y a ver cómo éste termina de “regar” al vecino alauita para que pare su invasión dirigida, sobre Ceuta y Melilla.
Antonio de la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión