Manifestación entre Hendaya (Francia) e Irún (España), contra la reunión G7 en Biarriz. EFE/Juan Herrero.
Todo el mundo tiene derecho a protestar, si así lo considera oportuno, mientras que su protesta no coarte ni impida la libertad o, simplemente, la protesta del otro.
Desde ayer en la localidad francesa de Biarriz se reúnen los primeros ministros o presidentes de las 7 economías consideradas las más poderosas del mundo, integradas en lo que se hace llamar el G—7.
Estas reuniones suelen producirse, aproximadamente , cada dos años y, cada vez, en un lugar diferente del mundo. Esta vez tocaba Francia, tocaba la región francesa de Aquitania. Su parte sur es llamada por el nacionalismo vasco, su País Vasco Francés. Y, cómo no, han tenido que dar la nota.
Resulta que el G-7 intenta acordar medidas a nivel mundial y no está para localismos de medio pelo y, menos, si estos localismos intentan imponerse sobre todo lo demás.
Las protestas sobre las medidas que se van a tomar de cara a futuro, parece que hubieran pasado a un segundo orden, frente a lo que el nacionalismo vasco pretende, que no es otra cosa que mostrar el llamado conflicto vasco.
No es de extrañar que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad franceses hayan blindado las reuniones del G-7 y que hayan detectado a terroristas de ETA en las protestas. Una cosa es protestar por la economía mundial, el cambio climático o el incendio amazónico y otra aceptar lo vasco. Un problema que se circunscribe a lo local, sin apenas incidencia a nivel mundial, como si fuera algo excepcional.
Francia, no obstante, lo tiene claro frente a este tipo de.protestas, contundencia y contundencia. Pero, ¿y España?
Urge una reflexión.
