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Liberalismos

Aprovechando que corre agosto, permítanme que les aburra con una de galgos y podencos. O si lo prefieren, una de liberales.

Eso de “liberal” es una etiqueta que, en España, se atribuyen desde la derecha más conservadora hasta el secretario general del Partido Socialista. Hubo un tiempo en que se llamaron “radicales” (y acabaron arrastrados a la guerra civil que organizaron izquierdas y derechas, sin identificarse con ninguna). Fuera de España no se aclaran más: para un estadounidense, “liberal” significa “progresista” (o incluso “socialista”), y para buena parte del mundo significa “conservador”.

Y es normal. Los “liberales” llevan corriendo por el panorama político desde hace siglos, y lo que defienden ha ido cambiando con sus sociedades. Hay perspectivas del liberalismo para todos los gustos. Por eso, una reunión de autodenominados liberales puede acabar como una de feministas.

Doctores tiene la Iglesia, y el liberalismo tiene casi el mismo número, con lo que intentar recapitular su filosofía sería perder el tiempo. Permítanme en cambio resumir los tres campos fundamentales en los que el liberalismo se diferencia de otras ideologías, tal como yo los veo.

Liberalismo económico. Con mucha frecuencia se confunde el simple laissez faire, laissez passer, que predica que el Estado deje hacer a los actores económicos sin restricciones, con el liberalismo económico. Y no son lo mismo.

El liberalismo económico entiende que la mejor manera de ordenar la actividad económica es mediante mercados libres, con las mínimas barreras posibles y sin que el Estado interfiera.

El problema es que un mercado es pocas veces perfecto y menos, “libre” (tal como entendemos los economistas) porque los actores que intervienen no son iguales. Unos tienen más información que otros. Unos tienen más poder de negociación que otros. Unos se aprovechan de externalidades (cargando a otros sus costes) o privilegios (monopolios legales). Otros exprimen sus contactos (capitalismo de amiguetes). Un estado “liberal”, por tanto, debe intervenir. Pero no para favorecer a unos sectores o actores, sino para nivelar el terreno y asegurar que el mercado funciona, fomentando la libre competencia.

Liberalismo social. Los que se etiquetan hoy como liberales en España (y en general en Europa) se olvidan con frecuencia de esta pata, al revés que en EE UU. Y es clave para entender el liberalismo y su historia en política.

Simplificando, hablamos de la igualdad de derechos para vivir la vida como quieras, pienses lo que pienses, siempre que no hagas daño a tus vecinos. Hablamos de la libertad de conciencia. Hablamos de la libertad de opinión. Hablamos de la libertad de educación. Hablamos de la libertad de hacer con tu vida y tu cuerpo lo que quieras (de nuevo, sin perjudicar a otros o limitar sus libertades). Hablamos de que dé igual tu sexo, tu raza, tu edad. Hablamos, en resumen, de que la sociedad no te pueda imponer un comportamiento (y menos un pensamiento) con el que no estés de acuerdo. Aunque tu elección contravenga la religión mayoritaria o la corrección política, si sólo te afecta a ti, es sólo tuya.

Otra vez, no se puede confundir libertad con ausencia de intervención estatal. Lo que es esencial es limitar la intervención estatal a asegurar el ejercicio de esas libertades… y que ese ejercicio no choque con el ejercicio de las de los demás. Algo mucho más complejo de lo que parece.

Liberalismo político. El liberalismo económico está aceptado (aunque sea de boquilla) en casi todo el mundo. El liberalismo social hace lo que puede por avanzar. El liberalismo político está en retroceso.

El modelo político que ha ido desarrollando el liberalismo es la “democracia liberal”, un compuesto de representación de la voluntad popular unida al respeto inamovible a la ley y a una serie de derechos de los individuos y las minorías. Es decir, la voluntad popular puede cambiar la ley, pero no saltársela, y los derechos individuales no se pueden tocar sin el acuerdo de una inmensa mayoría. Se traduce en Estados con separación de poderes, con un poder judicial independiente y con elecciones libres.

A día de hoy, este modelo está bajo ataque tanto por los populismos de izquierda (Italia, España, Grecia, Francia) como por los de derecha (Polonia, Hungría, EE UU, Turquía), que pretenden que la voluntad popular (cuando les favorece) es suficiente para ignorar las leyes y arrollar los derechos, y para ello, suelen empezar por acabar con la independencia judicial y terminar por crear regímenes presidencialistas autoritarios. La mayor parte de ellos, muy “liberales” (de boquilla) en lo económico.

Liberalismo progresista.

Una combinación de esas tres perspectivas con sentido común, moderación y una visión clara de que el objetivo de la política es la mejora de las condiciones de vida de la gran mayoría, es lo que yo personalmente entiendo como “liberalism progresista”.

Un liberalismo dispuesto a explorar cambios reales en la sociedad para encontrar soluciones a los problemas, y a intervenir para asegurar que las libertades necesarias existen de verdad. Y a hacerlo todo siempre dentro de un marco legal ante el que todos seamos iguales.

Hay muchas otras maneras de entenderlo. Esta es la mía. Si les apetece debatir, ya saben dónde estoy.

Miguel Cornejo (@miguelcornejoSE) es economista… y liberal.

Artículo anterior Contra la ley foral de “abusos policiales”

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