Un proyecto de «ciencia ciudadana» de la estudiante pamplonesa Marta Torres, con el que se ha graduado en Ingeniería Agroalimentaria y del Medio Rural en la Universidad Pública de Navarra (UPNA), ha involucrado a seis centros educativos en la elaboración de compost para producir hortalizas
Los alumnos, informa la UPNA en un comunicado, son de la Comarca de Pamplona y de todas las etapas educativas a partir de 6 años: desde Primaria a Bachillerato y Formación Profesional, pasando por la educación especial.
Los 150 estudiantes que han participado en el programa han cerrado, en colaboración con doce docentes, el círculo de la materia orgánica mediante el compostaje y la producción de hortalizas en el propio centro.
“Es una oportunidad para fomentar el consumo de productos de origen vegetal y de cercanía y la alimentación saludable y para introducir el sector primario en el aula”, apunta la autora de este trabajo de fin de grado.
Dicho trabajo ha sido financiado con el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural-Programa de Desarrollo Rural del Gobierno de Navarra 2014-2020 (“Proyecto Piloto de bioeconomía circular de residuos orgánicos a escala local con dimensión social y formativa”).
Los seis centros participantes, de los que tres pertenecen a la Red de Escuelas Sostenibles, son los colegios públicos Doña Mayor de Navarra y Patxi Larrainzar, el Colegio de Educación Especial El Molino, el Centro Integrado Agroforestal y el IES Mendillorri (todos ellos situados en Pamplona) y el Centro de Educación Especial Isterria (en Ibero).
“Este trabajo propone y evalúa un proyecto de ciencia ciudadana sencillo y de bajo coste, que se puede realizar en el centro escolar», afirma Torres, que trabaja como técnico de Medio Ambiente en el Ayuntamiento de Pamplona.
El proyecto consiste en cultivar lechugas en «tetrabriks» para comprobar la hipótesis de que el compost generado en el centro escolar se puede utilizar como abono para producir alimentos.
Según las conclusiones del trabajo de fin de grado, los ensayos, desarrollados en exterior o en invernadero, han ratificado la hipótesis inicial: se puede emplear el compost producido en el centro escolar para cultivar alimentos.
Sin embargo, las plantas cultivadas en distintos abonos han tenido respuestas diferentes, en función de la concentración utilizada, por lo que se refuerza la necesidad de conocer las características del compost producido en las escuelas para utilizarlo de la mejor manera posible en la producción agraria.
La bibliografía, señala Torres, recoge que, cuando el compost va a ser usado como sustrato para el cultivo en contenedor, es posible que se emplee puro o en mezclas al 25 o 50 % en volumen con otros materiales.
El ensayo demuestra que para estos compost analizados la concentración óptima es al 75 %, en el caso de compost de residuos sólidos urbanos con restos de desechos de cocina, y al 100 %, en el caso de compost sin estos restos.
A juicio de la autora, este experimento de ciencia ciudadana “ha mejorado el aprendizaje por la implicación del alumnado, según los resultados de las encuestas realizadas en los centros educativos”.
“Es viable y aplicable en todos los centros que lo han llevado a cabo, independientemente del ciclo, adecuando los objetivos académicos, la metodología práctica y la evaluación”, indica Torres, que se tituló en Ingeniería Agronómica en la UPNA en 1999 y ha trabajado, entre otros puestos, como técnica de medio ambiente en los ayuntamientos de Barañáin y Pamplona y en el Gobierno de Navarra. EFE