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La ultraderecha de Flandes, el éxito europeo del «trumpismo»

No son ultras con la cabeza rapada, pantalones ajustados y botas militares que, lata de cerveza en mano, profesan odio racista y reclaman la independencia de Flandes. Son “millenials” con traje, gomina en el pelo y un discurso dulcificado. La planicie flamenca es tierra fértil para el Vlaams Belang, una ultraderecha renovada que bebe del populismo de izquierdas y cala entre jóvenes y pensionistas

Replicando un lavado de cara ensayado por la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia o de la Liga de Matteo Salvini en Italia, Vlaams Belang (Interés Flamenco) se convirtió el pasado 26 de marzo en el segundo partido más votado en su país, tanto en las elecciones federales (donde subieron de 3 a 18 escaños) como en las europeas.

«Estamos en contra de la inmigración en masa y queremos que Bélgica, que son dos regiones, sean dos Estados. Esos dos puntos no han cambiado en 40 años», explica a Efe el portavoz del Vlaams Belang, Klaas Slootman, de 35 años.

La ultraderecha flamenca alcanzó un histórico 24 % de voto en 2004 con la marca Vlaams Blok y se desmoronó a continuación, a golpe de escándalos y condenas judiciales, hasta convertirse en una formación casi marginal. Tardó diez años en reaccionar, pero lo hizo drásticamente.

Tom Van Grieken, hijo de un policía, titulado en comunicación, fue ascendiendo desde las organizaciones juveniles del partido hasta la cúpula, haciéndose con la presidencia del Vlaams Belang en 2014, con sólo 28 años.

Grieken, que actualmente tiene 32 años y acaba de ser elegido diputado federal, inoculó el afán de poder a un partido que históricamente se sentía cómodo en el papel de mera plataforma de oposición y agitación. «Todos los partidos tienen como objetivo conseguir el poder, el nuestro también”, argumenta Slootman.

Desde el 26-M, el Vlaams Belang se ha reunido varias veces con la derecha nacionalista de la N-VA, primer partido de Flandes, para intentar formar gobierno, pero sólo suman el 43,3 % de los votos.

El buen resultado electoral ha hecho caer el «cordón sanitario» sobre este partido, como demuestra que el rey Felipe de los belgas recibiera a su presidente en la ronda de reuniones con líderes políticos para formar un gobierno federal, encuentro que se plasmó en un apretón de manos entre el monarca y el líder de la ultraderecha sin precedentes desde 1936.

«También hay una voluntad de moderar el estilo, siendo quizá menos radical en las formas, pero igual en el fondo», relata a Efe el especialista en extrema derecha del Centro de Investigación y de Información Sociopolítica (CRISP), Benjamin Biard.

Aunque no renuncia a sus planteamientos tradicionales, como limitar el aborto y la eutanasia, recuperar la pena de muerte, aplicar la castración química a criminales sexuales o suprimir el Parlamento y la Comisión Europea, el Vlaams Belang «ya no está tan centrado en sus temáticas históricas», añade.

Ahora desarrolla también un discurso socieconómico dirigido a las clases populares, con propuestas como reducir la edad de jubilación, bajar impuestos y elevar las pensiones y el salario mínimo.

LAS REDES, ORIGEN E IMPULSO

Para comprender su estrategia basta con mirar a Dries Van Langenhove, un joven de 26 años que se licenció en Ciencias Políticas y Derecho tras haber aprendido el oficio de fontanero.

En 2017, creó en Facebook una organización juvenil de extrema derecha llamada Schild & Vrienden (Escudo y Amigos), que no tardó en saltar de la red a las calles, saboteando manifestaciones de izquierdas y grabando las escenas en vídeos que después se viralizan en las redes.

«En público hablan de los valores de la juventud flamenca, quieren luchar por el futuro de los flamencos, hablan de una familia tradicional de hombre, mujer y dos niños», explica a Efe Tim Verheyden, autor de un reportaje de investigación para la cadena pública flamenca «VRT».

El periodista demostró que esa cuidada apariencia tradicionalista es solo una fachada bajo la que se ocultan «chats» secretos de Facebook y Discord -una popular red social entre los aficionados a los videojuegos-, donde comparten sus verdaderas opiniones.

En público escriben que «no hay sitio para el nacionalismo étnico», y en privado comparten «memes» con referencias a Hitler, chistes sobre el holocausto, comentarios machistas y racistas o frases como «no morirás de malnutrición si antes mueres de sida» junto a la fotografía de un niño negro famélico.

Schild & Vrienden, cuyos miembros forman parte de una red en la que participan plataformas europeas análogas como la francesa Génération Indentitaire, la británica Identitarian Generation o la austríaca Identitäre Bewegung Österreichs, despachó el escándalo calificando de las acusaciones de «fake news».

Dries Van Langenhove, fue elegido diputado federal el pasado 26 de marzo con las siglas del Vlaams Belang, aunque no tiene carné del partido.

LA “TÁCTICA TRUMP”

Desde Washington a Amberes, centro neurálgico para los 6,5 millones de habitantes de Flandes, negar la evidencia y acusar a los medios de comunicación formar parte de una élite que conspira contra de los intereses del pueblo es una práctica común en los populismos identitarios.

El portavoz del Vlaams Belang desliza una sonrisa y voltea los ojos si se le pregunta por las tendencias racistas de su partido.: «No somos racistas. Lo que pedimos es una integración, una asimilación de los inmigrantes que viene, que hablen flamenco, que aprendan nuestra cultura. Entonces no habría problema. Pero si vienen islamistas que están contra la igualdad de hombres y mujeres, ahí hay un problema. Eso no tiene nada que ver con el racismo, sino con los derechos humanos», dice.

Durante la campaña electoral la candidata de este partido Nathalie Dewulf, publicó el siguiente mensaje: «Cuatro buenas razones por las que E.T. es mejor que un marroquí: vino solo, tenía una bicicleta, aprendió nuestro idioma y quería volver a su casa».

La autora, ahora diputada federal, se excusó diciendo que era una «broma» con la que no pretendía ofender y que al detectar el malestar generado borró el mensaje, mientras que el portavoz del partido zanjó la polémica diciendo que «no hubo mala intención».

«Se ha excusado y para nosotros es suficiente», argumentó Slootman, quien niega que Vlaams Belang sea de extrema derecha: «No, en absoluto. Todas las cosas que nosotros decimos, como que acabe la inmigración en masa, son opiniones que apoya el 80 % de la gente en Bélgica, comenta en la sede de su partido en Bruselas, forrada con carteles contra la inmigración y banderas con los colores amarillos y negro de Flandes.

EL CAMINO DE STEVE BANNON

Al indagar sobre su éxito, los caminos llevan hasta Facebook, donde el Vlaams Belang tiene más de 400.000 seguidores.

«Utilizan las redes sociales de una manera muy innovadora. Juegan con los algoritmos, saben cómo funcionan, están por todas partes con mensajes extremos que generan muchas emociones”, relata Verheyden.

Según los datos facilitados por las firmas tecnológicas, el Vlaams Belang invirtió durante la campaña electoral 402.224 euros en Facebook, la mitad de los 800.000 euros que el conjunto de partidos flamencos colocó en Google y Facebook, segmentando los anuncios en función de la audiencia y aplicando técnicas innovadoras.

«Crearon un partido ficticio que se llamaba el Partido de los Animales, con una página de Facebook. En realidad no existía. Y una semana antes de las elecciones le dijeron a todos sus seguidores: votad al Vlaams Belang porque es el único que realmente defiende los animales”, relata el profesor de la Universidad Católica de Lovaina Vincent Laborderie.

Esta paleta de recursos conduce a Steve Bannon. Tras dejar la Casa Blanca, el que fuera editor del diario digital de extrema derecha Breitbart News y estratega de Donald Trump hasta su despido en agosto de 2018, desembarcó en Bruselas, la capital de facto de la Unión Europea, con una organización a la que llamó The Movement.

Bannon ha querido utilizar ese paraguas para federar a partidos extremos como el Vlaams Belang de Bélgica, la Agrupación Nacional en Francia, La Liga en Italia, el Fidesz en Hungría, el Partido por la Libertad en Holanda o Vox en España con el objetivo de impulsar una «revolución» ultra en Europa.

«Creo que su presencia en Bruselas durante la campaña de las elecciones europeas también tiene algo que ver con la fuerza de la campaña del Vlaams Belang en las redes sociales. Vino a ayudar a todos esos movimientos», comenta el profesor Laborderie. «No hay duda de que copian tácticas de la ‘alt-right’ (derecha alternativa) de Estados Unidos», remarca Verheyden.

Sin embargo, el éxito del proyecto de Bannon parece haber sido limitado. Primero porque los diferentes partidos de ultraderecha se quedaron en un 22 % de los votos al Parlamento Europeo, sólo dos puntos más que en 2014 y lejos del 33 % al que aspiraban. Y segundo porque no han logrado formar un único grupo parlamentario, sino que se han dividido en dos.

El primero se llamará Identidad y Democracia y contará con 73 eurodiputados de los 750 de la Eurocámara, entre ellos los de la Agrupación Nacional de Le Pen, la Liga de Salvini, el propio Vlaams Belang y formaciones de Finlandia, Austria, la República Checa, Dinamarca y Estonia.

El segundo será el Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, e integra al partido gobernante en Polonia, Ley y Justicia (PiS), los nacionalistas flamencos de la N-VA, que ha dado apoyo en Bélgica al expresidente del gobierno regional de Cataluña Carles Puigdemont, y el español Vox, surgido, paradójicamente, como respuesta al envite del independentismo catalán.

Una contradicción en la que también cae el Vlaams Belang, que en 2017 intentó que el Parlamento flamenco aprobara una resolución para reconocer la efímera proclamación de la independencia de Cataluña por parte de Puigdemont, con quien dicen no tener contacto directo.

«Hay nacionalismos regionales y nacionalismos de Estado. Hay que buscar los puntos en común», dicen desde la sede del partido, donde ya no ondea la estelada que, en los meses posteriores al referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017, presidían las ventanas de sus oficinas en Bruselas.

Mientras, en las calles del medio centenar de municipios de Flandes en los que el Vlaams Belang se ha convertido en la primera fuerza política, pueblos con una media de unos 17.200 habitantes y nombres como Wervik, Oostrozebeke, Houthulst o Denderleeuw, los lugareños relacionan el ascenso de la ultraderecha con la inmigración descontrolada, que les asusta pese a no conocerla en primera persona.

«Ya hay suficientes personas que han inmigrado y siguen viniendo y viniendo y se convierte en un problema. No tengo ningún problema con la inmigración, si se adaptan y van a trabajar. Aquí está bien, pero creo que en otras ciudades es un problema», comenta Jenny, una mujer de mediana edad que pasea por Haaltert, localidad de 19.000 habitantes donde la ultraderecha ha logrado un 28 % de votos.

«Creo que es bueno que hayan ganado. Hacemos demasiado por la gente que viene de fuera, especialmente musulmanes, pero no por nuestra gente. La inmigración es un gran problema europeo», resume un hombre de unos cincuenta años con gafas de sol y pantalón corto con motivos militares que prefiere no revelar su verdadero nombre. EFE

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