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De los nombres y sus curiosidades

Escribía yo la humorada de los franceses al llamar a su abierto de tenis como el piloto que diseñó un rústico deflector a paladas; y a su pista central, tal que un coso taurino. Y es que el mundo del nombre da para mucho.

Allá por el año mil la nobleza comenzó a usar apodos, normalmente guerreros, que derivarían en los iniciales apellidos. Así, del occitano Mauvais León, derivó Mauleón. Luego se difundieron topónimos, oficios o los conocidos “hijo de” (el Mac escocés o el españolísimo “ez” de Martínez, Ramírez, que tanto abunda en las papeletas separatistas). Otros aluden a características personales. Luego están los judeoconversos, de tono religioso: Santamaría, por ejemplo.

Respecto a los frutos de la voluntad, me hizo mucha gracia el que mi amiga Maite Gastón otorgó a su mascota. Si esta ya era original, un pingüino (ave caminante amorosa del frio), llamarle Ícaro, ni te cuento. Todos sabemos que esta protovíctima de la aviación llegó hasta el Sol en su postrer aleteo (los accidentes aéreos acostumbran a coincidir con la última travesía).

También anida en el suelo la perdiz. Odia las alturas, porque Perdix desde ellas fue defenestrado por su tío Dédalo, salvándolo oportuna avificación a manos de Atenea.

Hablando sobre Dédalo, la Armada con un sentido del humor peculiar, bautizó sus dos primeros portaviones como ese inventor que fabricó las alas con las que se pegaría el tortazo el antedicho Ícaro. Cuando en los sesenta se puso la quilla del reemplazo, se bautizó el barco Almirante Carrero. Nombre cambiado al del heredero que tanto postulara aquel presidente del gobierno asesinado. Al buque Príncipe de Asturias le sucedió el Juan Carlos I; natural.

Sobre apelativos circunstanciales, se hacían bromas con que el ministerio del interior lo dirigiera Mayor Oreja, y la dinastía bancaria más influente responda por Botín. Qué un radical defensor de los de la persecución religiosa que sufrió España en los años treinta se llame Iglesias, tiene su aquel; como que ese también ultra comunista que trincó tanta pasta de Venezuela tenga por afijo familiar Monedero. Que atacase las corridas de toros Errejón, una ironía; pero quién nominó Manuel Becerra a la plaza más próxima a Las Ventas era un cachondo.

Los cambios de uso también la pueden liar. Dio entrada al aparcamiento de los nuevos juzgados pamploneses un arco de antigua edificación; anunciaba “matadero de cerdos”. En Estella, ignoro si seguirá, avisaba un cartel en la Fuente de la Salud “No beber, agua no potable”.

A veces un traslado es cruel. Un médico francés creó un hospital para curar menesterosos gratis. Por bueno, se le enterró en aquel patio. Pero ¡ay!, derruido el edificio se desplazó su túmulo hasta un cementerio donde está rodeado de tumbas; pone “aquí yace el doctor x; mirad alrededor, veréis su obra”.

Acabaré con un rótulo real de establecimiento madrileño que divulgo en mi novela Desayuno para el Muerto; hubiera hecho las delicias de Iribarren “Boutique de lencería fina Le Parisién, antes Fajas Ruiz”.

Jesús Javier Corpas Mauleón, escritor

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