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El elefante en la habitación

En inglés se usa la frase «el elefante en la habitación» para designar un problema o un tema completamente obvios y casi obligados de los que, sin embargo, nadie habla, porque son demasiado embarazosos o de algún modo tabú. A la inversa, el lunes y el martes se celebrarán aquí en España sendos debates a cuatro en RTVE y Atresmedia, en los que el protagonista inevitable será el elefante que no está en la habitación, pero del que todo el mundo se verá obligado a hablar. Es decir, Vox.

Sin estar físicamente presente, el partido de Santi Abascal será convertido en protagonista por los que sí intervendrán en el debate.

El nombre de Vox lo esgrimirá Sánchez como una porra, para atizar a Casado y Rivera por sus pactos en Andalucía y movilizar a sus huestes con la amenaza de que viene el trifachito a oprimir a las mujeres, a imponer la obligatoriedad de asistir a corridas de toros y a prohibir todo idioma que no sea el castellano, en versión vallisoletana.

Lo esgrimirá también Pablo Iglesias, que competirá por proclamar una alerta antifascista más genuinamente antifascista que la de Sánchez y avisará de que Vox es un lacayo de los mismos sanedrines financieros que azuzaban a las cloacas villarejiles contra Podemos.

Ambos colocarán a Casado y Rivera en una situación complicada.

Si Rivera trata de explicar que no ha pactado con Vox en Andalucía, malo. Si trata de marcar distancias con Vox, a pesar de haber pactado, peor. La única respuesta posible («ante las amenazas contra la integridad nacional y contra el orden constitucional, todas las diferencias ideológicas carecen de importancia, porque lo urgente es acabar con el golpe de estado permanente») no la va a dar Rivera. Ni es su estilo, ni se ha enterado todavía de cuál es el nuevo terreno de juego. Sigue pensando en jugadas de ajedrez, cuando hace casi dos años que hemos puesto sobre la mesa el tablero de parchís.

En cuanto a Casado, intentará marcar distancias con la radicalidad de Vox al mismo tiempo que se ofrece a a sus votantes, que es algo así como soplar y sorber a la vez. Y contraatacará a Sánchez echándole en cara sus pactos con batasunos, golpistas y demás amigos de la patria. Al «todos Vds. son Abascal» de Sánchez, responderá con un «todos Vds. son Puigdemont».

Y me supongo que Abascal, entre divertido y complacido, asistirá a ese debate desde el sofá de su casa, viendo cómo todos hablan del elefante que no está en la habitación y le hacen la campaña gratis. Porque el medio es el mensaje, y al final el mensaje que se lanza es que Vox no está en la habitación porque no es como los demás partidos. No podría encontrar Abascal mejor eslogan.

¿Podrían hacer algo distinto los cuatro partidos intervinientes? El caso es que no, porque solo hay una cosa peor que hablar del gran ausente: no hablar de él. Hablen o no hablen, la gente estará pensando en el elefante. Y tratar de obviarlo de manera sistemática sería tan artificial, tan sobreactuado, que acentuaría en el inconsciente de todos los votantes la imagen de «Vox contra todos».

Ante el ascenso de Vox, como ante el ascenso de Trump, solo había una estrategia correcta para intentar frenarlo: detenerse a pensar durante al menos un minuto por qué la gente se sienten tentada de votarle. Las personas siempre tienen buenas razones para votar lo que votan. Como pasaba, por cierto, con Podemos antes de que el Gran Timonel hiciera naufragar su barco en las costas de Galapagar: hoy ya no es así, pero en su origen, Podemos daba cauce a un malestar social real. Con Vox, como con Trump, sucede lo mismo: su eclosión es fruto del malestar y la única estrategia posible es preguntarse cuáles son las causas de ese malestar. Y atajarlas.

Pero no lo van a hacer. Es mucho más fácil recurrir a la descalificación del votante. «Los que pretenden votar a Trump son un hatajo de deplorables», dijo Hillary Clinton, consiguiendo impulsar de manera definitiva la carrera presidencial de Trump. Porque al votante que se siente agraviado no hay nada que le reafirme más que comprobar que no sólo no escuchas su lista de agravios, sino que encima le insultas.

Aquí somos algo menos poéticos que Hillary Clinton: Vox es esa formación a la que uno vota después de haberse tomado el cuarto gin-tonic, escribía el otro día Rubén Amón en El País. De creer a los medios de comunicación españoles y a los partidos que componen el establishment, los que votan a Vox son todos unos maltratadores de mujeres, unos meapilas, unos asesinos de pobrecitos ciervos y unos xenófobos con capucha del Ku-Klux-Klan. Por no mencionar que son todos hijos ilegítimos de Francisco Franco.

Así que todos hablarán el lunes y el martes, en sus debates a cuatro, del elefante que no está en la habitación. Es decir, de Vox. Los unos para usarlo como arma arrojadiza. Los otros, para intentar que no les confundan con Abascal.

Y ninguno se dará cuenta del elefante que sí está en la habitación, paseando entre ellos, posando con ellos ante las cámaras, agitando la trompa delante de su cara y barritando a pleno pulmón mientras ellos hacen uso de su turno de palabra: ese elefante es el malestar creciente, iracundo y hastiado de millones de votantes que sienten, con razón, que nadie les hace caso. Que nadie les hacía caso hasta ahora.

Y que por eso votan a Vox.

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