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En busca del arte perdido

A una hermandad de Nazarenos le desaparece su libro de cuentas, del siglo XVII; las iglesias de la España vaciada se vacían de santos y campanas; en Internet se ofertan piezas de yacimientos dispersos por toda la geografía. Se sigue robando arte y se sigue persiguiendo con un máximo objetivo: recuperar la pieza

Porque el éxito en la persecución de este tipo de delitos no es apuntarse «palotes» de detenidos, sino recuperar los bienes desaparecidos, como subraya a Efe el teniente Juan José Águila, jefe del Grupo de Patrimonio Histórico de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil.
Aunque no es una tarea fácil, no pocas veces se consigue. Uno de los casos más recientes ha sido la recuperación de dos sillares datados entre los siglos VII y IX con relieves visigóticos robados en 2014 de la ermita de Quintanilla de las Viñas (Burgos).
No se ha detenido a nadie en este caso, aunque la investigación sigue abierta. Pero ha sido «muy gratificante» devolver al pueblo los relieves, depositados ahora en el Museo de Burgos, que alberga otras piezas de esa ermita para evitar que sea expoliada.
Y es que el miedo a los saqueos ha obligado a los feligreses a ocultar en sus casas las imágenes más veneradas de su pueblo. Custodias por turnos de verdaderas obras de arte que los vecinos no quieren entregar a los conservadores, pero tampoco dejar en esas iglesias de la España vaciada, expuestas a los desaprensivos.
Por eso, como ha podido conocer el teniente de la Guardia Civil, llevan la imagen a la iglesia el día que se venera y después vuelve a desaparecer de su peana para pasar a esa especie de régimen de custodia compartida.
Como desaparecen de más de un pueblo las campanas de su iglesia, robadas en localidades donde apenas queda nadie que pueda ver cómo los cacos llegan provistos de andamiaje para arrebatar unos elementos que ya casi nunca tañen.
En estos robos, según explica el responsable del Grupo de Patrimonio Histórico de la UCO, el móvil no es el valor artístico de estos objetos, sino que el interés de los cacos es fundir las campanas para obtener su bronce y venderlo.
Lo hacía así una organización que la Guardia Civil desarticuló no hace mucho en Castilla y León y a la que se le atribuyó al menos ocho asaltos a campanarios de localidades del norte de la provincia de Burgos y dos de Palencia.
Fundir las campanas puede ser lucrativo para los «malos», pero supone una pérdida para nuestro patrimonio, ya que bajo las llamas desaparece una fuente de información importante, como el nombre del fundidor que la realizó y el año, acuñados generalmente en la parte interior, como resalta el teniente.
Hay un «cifra negra» de robos de patrimonio artístico -los que no se denuncian y se desconocen-. Seguramente engrosa esa cifra la sustracción de objetos en yacimientos arqueológicos o en sus proximidades. Aunque el yacimiento esté catalogado, todo su contenido no lo está. Ni siquiera descubierto.
Sí hay cifra de hechos conocidos por delitos contra el patrimonio histórico (los denunciados) en el ámbito competencial de la Guardia Civil, que se mantiene estable. Según datos facilitados a Efe por el instituto armado, en 2017 llegó a 61 y el pasado año a 67.
De las provincias en las que se perpetraron esos hechos, destaca por su número Baleares, con siete y casi todos ellos por expolio subacuático, y Cádiz (seis) en 2017. Soria (siete) y Burgos (seis) encabezaron la lista en 2018.
Muchos ya están esclarecidos, como la sustracción de dos tomos de protocolos notariales del siglo XVI del Archivo Municipal de Huete (Cuenca) o la desaparición del libro de cuentas del siglo XVII de la Hermandad de Nazarenos de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).
La investigación de estos delitos tiene que superar algunas barreras difíciles de franquear, como es la propia prescripción del hecho. A veces, como relata el teniente, ni siquiera se sabe cuándo fue robada la pieza y otras la dificultad estriba en certificar la autoría de la obra de arte.
También es frecuente que el poseedor de la pieza la haya adquirido de buena fe, es decir, no es un receptador (comprar un objeto a sabiendas de su procedencia ilícita). Hay que tirar entonces del hilo para llegar al origen del delito.
Resalta el teniente que en su trabajo solo encuentra «gente que ayuda, que suma». En tono de broma, Águila dice que sus agentes casi ni tienen que «bichear» en internet, el canal donde se oferta todo, porque hay muchos «colaboradores» que hacen ese trabajo.
Arqueólogos, expertos en arte y amantes de la historia se sumergen en la red y avisan a la Guardia Civil de sus «pesquisas».
No sería la primera vez que escudriñando en fuentes abiertas alguien descubre un objeto que había desparecido de su vitrina habitual y avisa a la Guardia Civil. El grupo del teniente se pone a ello. Objetivo: recuperarlo. EFE
Sagrario Ortega y Nathalia Díaz

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