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Octogésimo aniversario de una fecha que cambió el curso de España. Conviene recordar.

Como muchos lectores sabrán, pese al casi unánime silencio de la mayoría de los medios de comunicación con excepción de alguna pequeña cita en alguno menor, el pasado lunes, 1 de Abril, se cumplieron ochenta años del final de la triste Guerra Civil que durante casi tres años se libró en nuestro suelo patrio como consecuencia de la deriva que en los años precedentes, desde la súbita proclamación de la Segunda República, “España se acostó monárquica y se despertó republicana” decía un titular de prensa aquel 14 de Abril de 1931. Tras tres intentos de golpe de Estado, uno en 1932 y dos en 1934 -o uno con dos focos, Asturias y Cataluña, según se quiera ver- y una manipulación de las elecciones generales de Febrero de 1936 que dio lugar a la llegada del frente popular -recomiendo la lectura de “1936, Fraude y Violencia”, de Miguel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, Espasa Libros, 2017-, y después de no pocas barbaridades -quemas de iglesias, asaltos, profanaciones de cementerios, asesinatos, etc.-, se hizo inevitable el Alzamiento de una parte del país contra esos desmanes que causaron la tragedia que se vivió desde el 18 de Julio  de 1936 hasta el citado 1 de Abril de 1939, que desde entonces y durante bastantes años hasta 1975, algunos de los cuales festivo nacional, fue conocido como el Día de la Victoria.

Y aquel 1º de Abril de 1939, con un escueto parte de guerra: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales los últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”, el Generalísimo Franco daba la buena noticia de haber terminado con cerca de treinta y tres meses de un durísimo enfrentamiento entre españoles que dejó miles de muertos, familias rotas -muchas de ellas por la simple razón de haber estado en una u otra zona geográfica o por tener diferente ideología política-, con un país sumido en la destrucción y la posterior ruina que había que levantar. Y a partir de ese día empezó la recuperación que llevó a España a ser la 9ª potencia industrial mundial en 1975, después de unos años de aislamiento internacional que tuvo que rendirse a la evidencia tras un largo y duro camino que no fue nada fácil para nuestros padres y abuelos, especialmente en las dos primeras décadas, con unos primeros años dramáticos.

Sin ánimo de ser exhaustivo, como decía cada noche un conocido comunicador desde los micrófonos de la cadena de uno de los “colaboradores necesarios” de que el Dr. Fraude cum Laude alcanzase su sueño de estar unos meses como “reyezuelo” en la Moncloa, apoyado por todos los enemigos de España, citaré algunas de las cosas que desde esa fecha octogenaria se hicieron y contribuyeron a conseguir el gran país que heredamos los españoles en 1975, que ya empezaron durante el transcurso de la contienda con la Ley del Fuero del Trabajo de 1938, a partir de la cual se inicia un largo camino de leyes de ámbito puramente social.

Ya el mismo año de la Victoria, 1939, se promulgaron las Leyes del Subsidio familiar y del Subsidio de vejez y al siguiente la de Descanso dominical y festivos. Tres años después, 1942, tocó el turno a la Ley de Patrimonios Familiares para acabar el año con el establecimiento del Seguro Obligatorio de enfermedad a través del Instituto Nacional de Previsión, Organismo creado en 1908, reformado en 1950 para mejorar la cobertura en la acción protectora, y desaparecido en 1978 tras los acuerdos de aquellos Pactos de la Moncloa, para, en aras de la “transparencia”, establecer un nuevo sistema de gestión administrado por cinco nuevos organismos: Instituto Nacional de la Salud, Instituto Nacional de la Seguridad Social, Instituto Nacional de Servicios Sociales, Instituto Social de la Marina y Tesorería General de la Seguridad Social. Es decir, de un director y una estructura del INO, se pasaba a cinco, INSALUD, INSS, INSERSO -luego IMSERSO (I. de Mayores y Serv. Sociales)-, ISM y TGSS. Un claro ejemplo de por dónde iban los tiros del sistema democrático “inflacionario”.

1944 empezó con la Ley de Contrato de Trabajo (vacaciones retribuidas, maternidad para mujeres trabajadores y garantías sindicales) y terminó con el establecimiento de la Paga Extra de Navidad completada en 1947 con la del 18 de Julio , entonces con carácter verdaderamente extraordinario para compensar a los trabajadores por el encarecimiento del nivel de vida y la caída de los salarios por la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, que se mantienen actualmente sin ese carácter, ya que devinieron en un prorrateo entre catorce del sueldo anual.

Todo este paquete de medidas sociales se completó con la Ley de Accidentes de Trabajo de 1956; la de Convenios Colectivos de 1958; el establecimiento del Régimen Especial de la Mutualidad de Previsión Agraria en 1959, complementado en 1966 con el Régimen Especial Agrario y en 1969 con la Ordenanza General del Campo, en la que se establece la jornada laboral de ocho horas; la regulación del Seguro de Desempleo en 1961; la Ayuda a la Ancianidad en 1962 y la Ley de Bases de la Seguridad Social en 1963, modificada dos veces en años posteriores hasta la final de 1974.

En definitiva, una gran conquista social que muchos ignoran de donde viene y que algunos tergiversan atribuyendo todos los logros en materia Social y Sanidad a la etapa de Felipe González a partir de 1982, como atrevidamente aseguraba en una tertulia de El Cascabel al Gato en Trece TV, el que fuera Alcalde de Móstoles y Senador de ese Partidp Siempre Opuesto a España, David Lucas, si no recuerdo mal, allá por 2017, ante la pasividad de su director, Antonio Jiménez y otros tertulianos, algunos muy conocidos que con su silencio parece que otorgaban esa afirmación: “Gracias a Felipe González, tenemos hoy en España Sanidad y Educación  públicas”, dijo sin despeinarse. Parece que este señor olvidaba también la Ley de Educación Primaria de 1945, la posterior de Ordenación de la Enseñanza Media de 1953 o la Ley General de Educación de 1970 y la existencia de Escuelas Preparatorias, Institutos Nacionales de Enseñanza Media y Universidades, todos ellos de carácter eminentemente público.

Dicho lo anterior, parece que todo eso se ha olvidado y que el llamado Bienestar Social emerge por arte de magia tras la Transición y después de cuarenta años de degeneración democrática que ha llevado al sistema participativo consagrado en la Constitución de 1978, que permitía la centrifugación de la administración -en teoría, sólo de la gestión- de determinadas competencias estatales, a una partidocracia endogámica dirigida por políticos, salvo excepciones muy contadas, cada vez más mediocres y que muchos de ellos parecen querer volver a la situación que dio lugar a lo que el pasado lunes se recordaba como el final de la peor década de la Historia de España Contemporánea.

Ya sé que la situación actual de España, social, económica e internacionalmente, no es la misma de aquellos primeros años treinta que acabaron en el cruel enfrentamiento de 1936-39, porque hay mayor nivel educativo global -que no cultural ni educacional, me temo-, no hay hambre en las calles y estamos en un marco globalizado como miembros de la Comunidad Económica Europea y otros organismos internacionales, pero las circunstancias de las últimas cuatro décadas y los acontecimientos vividos, especialmente desde 2004, con la aprobación de leyes sectarias, la permisividad -interesada en ocasiones- con ciertos nacionalismos que se han incrementado de forma casi exponencial merced al adoctrinamiento derivado de una descontrolada gestión educativa a nivel estatal -en Cataluña en 1980 el sentimiento nacionalista era del 10% y hoy supera el 48%- y la debilidad de nuestros gobernantes, han planteado un escenario que recuerda en algunas cosas la situación vivida en los golpes de Estado promovidos por el socialismo y el separatismo radicales de aquellos años, como son los hechos vividos en Cataluña en 2017, hoy juzgados en el Tribunal Supremo como actos de violencia, sedición, rebelión y malversación de fondos que espero acarreen las mayores condenas que las leyes permitan. Todo ello por no haber cortado a tiempo el primer reto -9 de Noviembre de 2014- que los mismos -Arturo Mas- ya plantearon como aviso a navegantes de unas intenciones que sí recuerdan las de 1934. Pero en fin, no hay que llorar por la leche derramada sino pensar en un futuro habiendo aprendido de los errores repetitivos citados.

Por eso, a falta de tres semanas y media en las que se dilucidará no ya el resultado de unas elecciones generales al uso sino la supervivencia de una España Unida, tras el recordatorio anterior hay que hacer un nuevo llamamiento al sentido común y aunar al máximo el voto en torno a la única alternativa que, a mi juicio, puede frenar la continuidad del nuevo frente popular que ya ha demostrado en estos nueve nefastos meses de desgobierno, gasto inútil, pérdida de empleo, primeros síntomas de la ralentización de nuestra economía y cesiones a los diferentes enemigos de España, el camino que nos esperaría de conseguir sumar en la proporción que sea los mismos que apoyaron la moción de censura en Junio pasado. La “indiscreción” del bailarín Miguel Iceta -sin lugar a dudas de acuerdo con Mr. Falconeti, que ya lo debe tener pactado con los nacionalistas-: “si, dentro de diez años, el 65% de los catalanes quiere la independencia, la democracia deberá encontrar un mecanismo para encauzar eso», da una seria pista.

Hagamos bueno ese “nuevo eslogan”, al parecer también copiado por el “redondo” gurú del okupa de la Moncloa, “Haz que pase”, y completémoslo como ya se han adelantado a hacer las redes sociales en diferentes versiones en las que ha sido mofa desde su aparición, precisamente este lunes pasado. Hagámoslo viral con algún añadido, como por ejemplo “Haz que pase… de nosotros este cáliz” -perdón por la paráfrasis y el uso de tan noble término que no soporta la comparación- y no permitamos que las llamadas “fake news” -eufemismo anglófilo de mentira- que empiezan a circular por esa gran mayoría de medios de comunicación sesgados a la izquierda o al nacionalismo nos hagan ver una falsa situación. No nos dejemos engañar de nuevo por esas mismas mentiras que ya sufrimos en la campaña electoral de 2008 en aquel famoso debate entre Pedro Solbes -el ministro de Economía con González y Rodríguez que cuenta las ruinas de España a pares- y Manuel Pizarro, en el que el primero mintió descaradamente cuando negaba la crisis de 2007 que se cebó con España un año después, precisamente por no haberla valorado entonces como él mismo reconoció en su libro de “Recuerdos” de Octubre de 2013, mientras el hoy escogido y selecto asesor del candidato a la Presidencia del Gobierno por el Partido Popular, Pablo Casado, daba el pronóstico acertado de la difícil situación económica que se avecinaba. El Partido Popular es el único que, a mi juicio, como decía, puede acabar con esta lamentable situación apuntada de nuevo por este socialismo degenerado y degenerativo y sólo el voto aunado en torno a su candidatura se presenta como posibilidad cierta de evitar el desastre. No nos dejemos llevar por el odio -no digo que injustificado- al PP de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría y no caigamos en el error, posiblemente irreversible, de castigar a este nuevo PP y a su líder por los errores de los anteriores. Aunque se necesite el apoyo de VOX y Ciudadanos, que sea el menor posible. España no nos lo perdonaría.

Antonio de la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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