A las 6 de la mañana.
Por creer en Dios eterno
Y en la gran Guadalupana.
Me encontraron una estampa
De Jesús en el sombrero.
Por eso me sentenciaron
Porque yo soy un cristero.
Es por eso me fusilan
El martes por la mañana.
Matarán mi cuerpo inútil
Pero nunca, nunca mi alma.
Yo les digo a mis verdugos
Que quiero me crucifiquen
Y una vez crucificado
Entonces usen sus rifles.
Adiós sierras de Jalisco,
Michoacán y Guanajuato.
Donde combatí al Gobierno
Que siempre salió corriendo.
Me agarraron, de rodillas,
Adorando a Jesucristo.
Sabían que no había defensa
En ese santo recinto.
Soy labriego por herencia,
Jalisciense de naciencia.
No tengo más Dios que Cristo
Por que me dio la existencia.
Con matarme no se acaba
La creencia en Dios eterno.
Muchos quedan en la lucha
Y otros que vienen naciendo.
Es por eso me fusilan
El martes por la mañana.
[El martes me fusilan, corrido sobre la Guerra de los Cristeros]
A muchos nos han sorprendido las declaraciones de Andrés López Obrador, actual presidente de Méjico –pese a que la RAE permita la vox “Méjico” como arcaísmo, dado que hasta entrado el siglo XVII la “x” correspondía al fonema velar fricativo sordo que sería sustituido por la grafía “j”, yo lo voy a escribir con “J” de hay que joribiarse”- porque es lo menos que puede exclamarse ante semejante necedad. En dichas declaraciones López Obrador exigía que el Rey de España y el Papa pidan perdón por los crímenes de la conquista de lo que hoy es Méjico y en su día el Virreinato de Nueva España.
Esto resulta algo tan extemporáneo y excéntrico como que ahora todos los países que en su momento lo conformaron exigieran que el Presidente de Italia pidiera perdón por lo que hicieron sus legiones durante siete siglos. Extemporáneo porque, en los cinco siglos que han transcurrido desde que se iniciara la evangelización del Nuevo Mundo y los veintitrés desde que Roma empezara a expandirse, el mundo ha cambiado mucho. Excéntrico porque es axioma que cualquier historiador serio admite que no se pueden analizar los hechos de una época con la mentalidad de otra.
Quiero aclarar que la comparación entre los imperios español y romano no es algo cogido al azar. Ambos ocuparon territorios, pero ambos respetaron y asimilaron lo que las culturas indígenas tenían de bueno, trataron de suprimir lo que tenían de malo (España los sacrificios humanos de los pueblos americanos y Roma los de los druidas y otras religiones bárbaras, como la cartaginesa) y España y Roma aportaron elementos esenciales como el idioma, la religión, el derecho, el conocimiento… que hoy perviven y sirven de lazo en todo el mundo occidental. Sirva, como ejemplo el esfuerzo de nuestros misioneros por aprender las lenguas nativas o el número de universidades que ya, a finales del siglo XVI, consolidaban la obra de la Monarquía Católica en todos nuestros territorios americanos, cuyos nativos, ya por voluntad de la Sierva de Dios Isabel la Católica gozaron de las mismas consideraciones y derechos que us súbditos de Castilla. Esto culminaría, cuando ya iniciado el proceso de emancipación de los territorios americanos, las Cortes de Cádiz promulgaron la Constitución de 1812 para “los españoles de ambos hemisferios”.
Aunque se dice que las comparaciones son odiosas, compárese ahora con lo que holandeses y anglosajones hicieron en América o los franceses y belgas en África. Sólo este hecho desacredita la seriedad del presidente López Obrador.
Pero remontémonos un poco más en la Historia. La independencia de Méjico y todo su proceso revolucionario ulterior constituyen una infame traición contra España y Dios orquestada por criollos ilustrados y masones. Es difícil, de Manuel Hidalgo y Costilla, Benito Juárez García, Lázaro Cárdenas del Río, Porfirio Díaz Mori… hasta los más recientes mandatarios del país encontrar alguno que no estuviera inmerso en esos principios.
Infame traición, porque, amparados en la ilegitimidad de las abdicaciones de bayona, simularon desobediencia al usurpador José Napoleón. Pero restaurada la Monarquía en España en su legítimo titular, Fernando VII, no volvieron a la debida obediencia y, muy probablemente, no fueron reducidos en 1820 por culpa del alzamiento, en Cabezas de San Juan del comandante Rafael del Riego, que cojeaba del mismo pie masónico.
Ya en nuestra guerra civil, además Manuel Azaña, Presidente de la II República, firmó un decreto reservado del que nunca tuvo conocimiento las Cortes por el cual se autorizaba al ministro de Hacienda Juan Negrín a extraer de las bóvedas del Banco de España todo el oro, la plata y los billetes allí acumulados y transportarlo al «lugar que estime de más seguridad«. Y, en la madrugada del 14 de septiembre un grupo de carabineros socialistas y anarquistas acompañados de 50 metalúrgicos y cerrajeros accedió al Banco por la puerta de la calle de Alcalá. Durante días se cargaron en secreto siete mil ochocientas, la cifra la certifica Francisco Méndez Aspe, Director General de Tesoro, cajas de oro de 75 kg. de peso cada una conteniendo monedas de alto valor numismático y lingotes que fueron trasladadas por tren a Cartagena y custodiadas por la Brigada Motorizada del PSOE, para su embarque en los buques Kine, Neve y Volgoles con destino al puerto ruso de Odessa.
Pero, por lo que a Méjico corresponde, en febrero de 1939 –cundo faltaban dos meses para el fin de la guerra- el que había sido el yate Giralda del rey Alfonso XIII, adquirido secretamente por Negrín en Reino Unido partía del puerto de El Havre (Francia) con destino al puerto de Veracruz ( Méjico). Rebautizado como Vita fue cargado con un inmenso tesoro en oro, piedras preciosas, piezas religiosas; entre ellas uno de los clavos de Cristo, y cuadros de grandes pintores españoles e italianos. Todo un tesoro del que, a su llegada a Méjico se incautó por Indalecio Prieto, por entonces ya enemistado con el presidente Negrín. Un tesoro robado a particulares e instituciones que jamás fue devuelto a España por Méjico.
¿No debería ser López Obrador quien pidiera perdón a sus compatriotas por los sacrificios humanos de mayas o aztecas…? ¿No debería ser López Obrador quien pidiera perdón a España por la traición de sus predecesores? ¿No debería ser López Obrador quien pidiera perdón a España por semejante expolio?
Pedro Sáez Martínez de Ubago, investigador, historiador y articulista