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Cien años de Miguel Gila, el humor cargado de dinamita

Cien años de Miguel Gila, el humor cargado de dinamita

Lo suyo era el «stand up comedy» (monólogo de humor) aunque lo disfrazara de chistes telefónicos en los que detonaba dinamita enmascarada de ingenuidad y, por eso, según sus colegas, Miguel Gila, que este martes habría cumplido cien años, está de absoluta vigencia aunque su «enemigo» sería ahora, en vez de un militar, Donald Trump.

El dibujante Julio Rey, codirector del Instituto Quevedo de las Artes del Humor (IQH), sus compañeros Peridis y Dario Adanti y el editor de

«El libro de Gila», Jorge de Cascante, recuerdan en declaraciones a Efe la figura del que consideran un maestro «que está en el subconsciente colectivo de los españoles».

«La herencia es innegable, y a día de hoy se siguen usando ideas suyas. Está bien presente, porque la actualidad por sí sola se encarga de recuperarlo. Por ejemplo, uno piensa en el enemigo de Gila y se acuerda de Trump», asegura Rey sobre el humorista madrileño, fallecido en julio de 2001 en Barcelona.

Para Rey, Gila no solo era el «brillante monologuista» que salía al escenario «armado» de su teléfono y vestido con boina y traje con camisa -nunca con corbata- para contar historias como aquella de cuando nació y su madre no estaba en casa, sino que era un maestro del humor gráfico.

«Es una generación que hacía humor en la larga posguerra, con una impronta enorme, que en este país a veces desmemoriado se está empezando a redescubrir. Estoy pensando en Chumy Chúmez, que sigue igual de vigente», recalca la «pareja» de Gallego.

Tuvo la suerte de conocer a este «personaje extraordinario y único» -presentó a Gallego y Rey su primer libro-, aunque, matiza, persona y personaje eran «muy diferentes», porque era «muy melancólico y lo transmitía; era muy difícil verle reír».

El editor del «El libro de Gila», Jorge de Cascante, coincide en que era «un hombre serio al que le gustaba hacer siempre lo mismo: se levantaba, sacaba a pasear a su perro, iba al bar… Un hombre corriente que vivió muchas penurias y quería retratarlo a través del humor».
Gila, recuerda, vivió toda su infancia y juventud «en una pobreza extrema», pero aun así «pudo conseguir la fama a través del esfuerzo».

Tocó con su humor «todos los extremos», del fascismo al maltrato, «y por eso lo que cuenta es universal y retrata a la perfección la historia de España del siglo XX».

«El libro de Gila» (Blackie Books), que se acaba de publicar, «aglutina la vida» del humorista, con piezas y fotografías inéditas y viñetas dibujadas para «La Codorniz», «Hermano Lobo» o «El Periódico», entre otros documentos, pero no se adentra en su vida privada.

A pesar de ello, sostiene De Cascante, no da credibilidad a las informaciones que cuestionan, por ejemplo, que se salvara fingiéndose muerto cuando le «fusilaron» o que no estuviera en el bando republicano: «No tienen ninguna base», ha zanjado.

Para José María Pérez, Peridis, Gila era «un tipo curioso, porque era un humorista de una pieza y un cómico de una simplicidad y una profundidad que metía unos cañonazos al absurdo del régimen franquista».

«El mejor chiste suyo es el que encabeza ‘El libro rojo de Gila’: ‘Yo no es que sea cojo; lo que pasa es que me fusilaron mal’. Sus chistes eran muy bestias, pero él era tierno y basto a la vez, por eso tuvo tanto éxito», apostilla.

A su juicio, el suyo era un humor «cargado de dinamita pura, de cosas absurdas, como era absurda toda aquella España del franquismo».

Para el dibujante de la revista satírica «Mongolia» Dario Adanti, Gila «tuvo una cosa fundamental, muy difícil de conseguir: vivió la Guerra Civil y el exilio y logró hacer humor sobre un drama. Hizo populares chistes que parecían ingenuos y que no lo eran en absoluto y lo hizo con elegancia y talento».

Sus viñetas, recuerda el argentino, eran sobre la pobreza, «muy brutales, con un humor muy negro, pero con una vuelta que hace reflexionar y con cierta carga de tristeza. Él hacía el esfuerzo por hacer eso popular».

«Además, hacía ‘stand up comedy’ (monólogos) cuando nadie en España lo hacía, y añadía objetos, como el teléfono. Hablaba solo con un aparato tan reciente en España que casi nadie tenía, en un juego que inventó él dándote bofetadas pero con mucha inocencia. Si no hay monumentos a Gila, debería haber. Habría que hacerle una estatua, bajar una de algún militar y ponerle a él», añade. EFE

 

 

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