La muerte de Javier, Xavier (con ‘b’ claro) para los amigos, Arzallus ha hecho que los reconocimientos a su figura hayan aumentado por doquier. Hasta la fecha pocos reconocimientos se le habían dado, salvo seguramente, los de su propio partido, el PNV.
No era una personalidad política apreciada. ¿Por qué no lo era? Por una razón muy sencilla, por su enorme cercanía a los terroristas de ETA y a todo el mundo abertzale. Conocidas son sus declaraciones acerca de ETA y acerca de las víctimas que provocaban.
Para unos lo mejor y para otros lo peor. Imagínense un jesuita, como lo fue Arzallus, que debería abjurar de la violencia, simplemente por estar más cercano a Dios que el resto de los mortales, y hacer todo lo contrario. En este caso justificar lo que realizaba ETA, asesinatos, secuestros, lucha armada para conseguir un fin, el bienestar de su amada Euskalherría.
Aún se recuerda al señor Arzallus en la Capilla ardiente de Miguel Ángel Blanco, impertérrito, sin dulcificar el sufrimiento de los padres de Miguel Ángel, sin una lágrima, sin un pesar. ¿Y todo, por su Euskalherría?.
Hay que decirlo bien alto. ETA siguió matando por personas como Arzallus, personas que miraban para otro lado cuando ETA mataba; personas que miraban para otro lado cuando a las víctimas se les negaban iglesias para celebrar sus funerales; personas que miraban para otro lado cuando la lucha callejera campaba por sus respetos; personas que miraban para otro lado cuando tenían que esconder, sí, esconder, a etarras que acababan de matar.
Cuándo Arzallus y compañía levantaron su voz para ayudar, para comprender, para escuchar a las víctimas; cuándo dijeron en voz alta, rechazamos a los terroristas, fuera de aquí.
Arzallus ha muerto. La vida sigue. No hay recuerdo. Faltaría más.
Miguel Juániz Pedraz, escritor