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La egiptología pasa por los faraones… y la boñiga de burro

La egiptología pasa por los faraones… y la boñiga de burro

¿Pueden compartir espacio en un museo una reliquia faraónica y excrementos de burro usados como combustible por campesinos egipcios? Una misión de arqueólogos brasileños y argentinos, dispuesta a ofrecer una mirada diferente de la egiptología, cree que sí.

«Me trataron como un loco», espeta el arqueólogo brasileño José Roberto Pellini, evocando la expresión de incredulidad de sus colaboradores egipcios al inicio de su campaña de exploración en el paraje desértico de la necrópolis de Luxor, en el sur de Egipto, a finales de 2016.

Los egipcios no daban crédito -rememora- cuando le vieron afanarse en recolectar latas de conservas abolladas, zapatos viejos y colillas en lugar de ponerse a picar piedra para llegar lo antes posible a la cámara funeraria de la tumba en la que trabaja, perteneciente a Amenenhet, un poderoso sacerdote que vivió en torno al 1800 a.C. en la corte del faraón Tutmosis III.

Pellini explica que, como es natural, el principal objetivo de su expedición es hallar los tesoros escondidos en la tumba faraónica, que nunca antes fue excavada y, hasta ahora, ofrece indicios prometedores sobre las riquezas que esconde en su interior.

Pero también aspira a contar la historia, menospreciada por muchos arqueólogos, de los egipcios que vivieron en esta zona en los últimos 3.500 años y que usaron las antiguas tumbas faraónicas como vivienda o como templos cristianos.

Por ello, los restos que para muchos egiptólogos son mera «basura» representan un botín para este grupo de arqueólogos brasileños y argentinos.

«Tratamos de pensar de forma diferente una egiptología que ha sido dicha y escrita de la misma forma desde hace 300 años, a partir de una mirada suramericana», comenta Pellini, profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais (Brasil).

La tumba de Amenenhet, como otras muchas en la necrópolis de la antigua Tebas, fue utilizada como casa, por lo menos desde el siglo XVI hasta comienzos del XX.

La casa contaba incluso con un corral que ocupaba la parte frontal del edificio funerario, donde los burros pastaban entre jeroglíficos y bajorrelieves que, según Pellini, son de una calidad «incomparable».

La antropóloga argentina Bernarda Marconetto relata que las paredes de la tumba, donde los ojos de un egiptólogo europeo o estadounidense solo ven arte, fueron usadas por los habitantes del lugar «para pegar bosta y tener combustible cuando se seca».

«Y a nosotros nos parece maravilloso, lo que para otros es un espanto. Ver cómo lo que para unos es arte, para otros es un espacio para sus necesidades de combustible», comentó la profesora de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina).

Los arqueólogos egipcios que colaboran con la expedición, que al principio miraban con desconfianza el trabajo de sus colegas, han comenzado a entender el propósito de su trabajo.

Según Marconetto, la supervisora de la excavación está «fascinada» con la idea e incluso ha propuesto crear un museo dedicado a la ocupación «qurnawi», nombre con el que se designaban a sí mismos los moradores de la necrópolis de Tebas, la antigua capital faraónica.

Marconetto subraya que no pretenden «ser la voz de la verdad» ni «cambiarle la idea» de la egiptología a todo el mundo, sino aportar una visión «desde otros ángulos» que aúne la perspectiva del arte faraónico con el estudio de «los vivos de la necrópolis».

Pellini recuerda que el Gobierno egipcio retiró a la población que vivía en la necrópolis entre los años noventa y 2006 y asegura que en aquella época «ningún arqueólogo levantó la voz, ninguno se posicionó a favor o en contra el proceso» de expulsión.

«Y eso para mí deja claro que la egiptología, de forma velada, estaba de acuerdo con ese proceso. Porque está preocupada solo con lo faraónico», sentencia Pellini.

Y frente a esa perspectiva, el equipo brasileño y argentino propone, en palabras de Pellini, «quebrar las estructuras tan normativas de la arqueología egipcia» y «poner el dedo en la llaga de ese sistema» que ha expulsado a las poblaciones modernas para «ligar el periodo faraónico con el turismo y el capital». EFE

El arqueólogo brasileño José Roberto Pellini, director de la misión arqueológica brasileña-argentina, excava un pozo en la tumba de Amenenhet, un sacerdote de la corte del faraón Tutmosis III, ubicada en la necrópolis de Luxor, en el sur de Egipto.  EFE/ PROGRAMA ARQUEOLÓGICO BRASILEÑO EN EGIPTO DE LA UNIVERSIDAD DE MINAS GERAIS

El arqueólogo brasileño José Roberto Pellini, director de la misión arqueológica brasileña-argentina, excava un pozo en la tumba de Amenenhet, un sacerdote de la corte del faraón Tutmosis III, ubicada en la necrópolis de Luxor, en el sur de Egipto. EFE/ PROGRAMA ARQUEOLÓGICO BRASILEÑO EN EGIPTO DE LA UNIVERSIDAD DE MINAS GERAIS

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