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La Historia se repite en Barcelona

Resulta curioso cómo la Historia se repite en ocasiones de forma casi milimétrica.

El 14 de julio de 1854, y aprovechando el caos tras el golpe de estado progresista conocido con el nombre de «La Vicalvarada», se desataba en Barcelona un conflicto obrero contra la utilización de selfactinas en la industria textil.

Las selfactinas fueron uno de los primeros tipos de máquina de hilado automático que se usaron en la industria textil, y la queja de los obreros era que aquellas máquinas les quitaban el trabajo. Ciertamente, las selfactinas permitían incrementar la productividad, lo que se traducía en que o se aumentaba la producción o se reducía mano de obra. Para colmo, las selfactinas requerían una mano de obra menos especializada y, por tanto, más barata.

En un mundo ideal, el aumento de productividad se traduciría en un aumento de producción, el cual se podría comercializar sin problemas. Y, como resultado, los beneficios empresariales aumentarían y los empresarios repartirían ese aumento de beneficios con sus obreros y todos contentos. En la práctica, sin embargo, los aumentos de producción no siempre se pueden comercializar de inmediato, porque para eso hay que abrir mercados. Y los precios bajan a medida que aumenta la producción, con lo que el impacto en los beneficios es menor del esperado. Y los empresarios no necesariamente quieren repartir los beneficios con sus obreros. De forma que el choque de intereses al empezar la mecanización era inevitable: el obrero quería no perder dinero y el empresario quería poder competir con otros empresarios y ganar el máximo de dinero posible.

El conflicto comenzó en una empresa que se llamaba, precisamente, La España Industrial, y se extendió rápidamente. Varias fábricas donde se usaban selfactinas fueron incendiadas. En una de ellas fueron asesinados el dueño de la fábrica y el encargado del taller, junto con un hijo del dueño. El 17 de julio, tres obreros fueron ejecutados por su participación en los disturbios.

El 18 de julio, más de 50 fábricas barcelonesas se habían sumado ya a la huelga. El capitán general de Barcelona negoció con los líderes obreros y firmó con ellos un acuerdo el día 25 de julio, por el cual se obligaba a los empresarios a prescindir de las selfactinas, ante lo cual los empresarios barceloneses presentaron un recurso al gobierno de Madrid y realizaron un cierre patronal.

El gobierno central intervino nombrando a un nuevo capitán general y a un nuevo gobernador civil, que entre el 8 y el 11 de agosto consiguieron un nuevo acuerdo con los líderes obreros, que básicamente se traducía en que a partir de entonces se aceptaba la negociación colectiva, allanando el camino al movimiento sindical, y en que la jornada laboral se reducía de 75 a 72 horas semanales. A cambio, la prohibición de las selfactinas quedaba derogada, aunque no se haría pública la derogación hasta el año siguiente.

Trasládense Vds. a la Barcelona de hoy y miren cómo los papeles siguen siendo los mismos: trabajadores que quieren no perder por culpa de los avances tecnológicos, empresarios que quieren ganar con los avances tecnológicos y un poder político capaz de prohibir, aunque sea temporalmente, los avances tecnológicos, ante la violenta conflictividad social desatada. Protestas violentas, huelgas, cierres patronales…

No hay nada nuevo bajo el sol. Aunque eso no quita para que cada implicado viva el drama en primera persona y defienda sus intereses.

Luis del Pino, Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital

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