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Cuando el Gobierno se aparta de Dios

En un villancico de mi infancia, cuyo autor e intérprete era el argentino Palito Ortega, se canta “En una cuna de paja nació el changuito Dios, / vino tan pobre a este mundo y cuánto amor nos regaló. / Cuando me vence el orgullo, o peco por vanidad, / pienso en la cuna tan pobre que tuvo nuestro changuito Dios/. divino changuito Dios”.

Unos treinta años más tarde del pesebre de Belén, cuando Jesús comparecía ante Pilatos, según el Evangelio de San Juan (18, 36), nuestro Señor respondía al pretor romano: “Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”.

En teología se consideran los enemigos del Hombre, el mundo, el Demonio y la Carne. Sobre el Demonio poco hay que decir. Pero es necesario explicar el Mundo y la Carne, porque no se entiende que dos cosas creadas por Dios puedan ser malas. Los pecados contra la carne se refieren a toda aquella actividad, deseo o pensamiento que se desvía de la función que Dios ha dado a la sexualidad y que obedece al mandato genesiaco de “creced y multiplicaros”, siempre conforme a la Ley Divina, esto es, en el seno de la familia tradicional, que no es otra que aquella compuesta por individuos de sexos opuestos y abierta a la procreación. Y el mundo es entendido como todo aquello que nos aparta de Dios y nos lleva a poner nuestro corazón en otras cosas. Bien puede reflejarse en la lista de los pecados capitales.

Escribo estos pensamientos entre los días 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes y el 29, fiesta de Santo Tomás Becket (1118 – 1170) Canciller de Inglaterra y Arzobispo de Canterbury, hábil diplomático y estrecho colaborador tanto del Papa Eugenio III como del rey Enrique II, quien, de forma más o menos directa puede considerarse inductor de su martirio.

Herodes, el Grande, conocedor de que en Belén había nacido el Mesías y Rey de Israel, a fin de afianzarse en su precario trono, cuestionado por el pueblo debido a su origen árabe y no hasmoneo, como correspondía al linaje de los reyes de los judíos, ordenó la cruel e injusta matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén. Hoy una matanza mucho mayor y sin parangón con la de Herodes es la que se perpetra en los millones de seres humanos no nacidos que anualmente son víctimas del horrendo crimen del Aborto.

La historia de Enrique II y Tomás Becket es otra. El rey inglés quería intervenir en los asuntos económicos, canónicos… de la rica iglesia de Inglaterra, en un intento de gobernar no sólo su reino, sino también lo tocante al Reino de Dios en la Tierra. Para ello, en 1161, a la muerte de Teobaldo, Arzobispo de Canterbury, dispuso que fuera sucedido por su Canciller, Tomás Becket, a fin de que su experiencia política y sus buenas relaciones con la Iglesia le permitieran unir bajo el control de su fiel amigo y hombre de confianza el sello de canciller con la mitra y sede primadas.

Los intereses mundanos del rey prevalecieron sobre las leyes civiles y canónicas, con la voluntad de imponerse a estas últimas, con una soberbia y ambición que le cegaban y llevaban a apartarse de Dios. Viendo incompatibles los intereses reales con los de la Iglesia, Becket renunciaría al cargo de Canciller en 1164, a fin de tener libertad para servir según su conciencia los intereses de un Señor más alto que el Rey.

Hoy clama al cielo y nos escandaliza a muchos la imagen de los políticos aferrados a sus cargos y prebendas, atesorando cuentas en paraísos fiscales, bienes raíces, cargando al Estado sus vicios y caprichos… en un mundo y. más concretamente, en una España donde la pobreza juvenil, la precariedad laboral o el futuro de las pensiones, encabezan la preocupación de los españoles, junto con la corrupción de los partidos políticos y el conflicto catalán.

Perece que los dirigentes del Estado, y la Corona no está excluida, han olvidado que el Rey de reyes, el Hijo de Dios y Mesías que con su nacimiento y muerte nos libró del pecado e hizo herederos del Cielo, nació en un pobre pesebre, porque no había sitio en la posada, vivió la gran parte de su vida ocultamente en la pobre casa de José, un artesano de Nazaret, muy lejos del boato de los palacios, hasta que murió desnudo en la Cruz, dándonos ejemplo y lecciones de amor y desprendimiento desde el Pesebre hasta el Calvario.

Muy oportuno sería que quienes nos gobiernan, cometiendo y consintiendo tanto delito y tanta injusticia, recordaran las palabras de Pío XI en su encíclica Quas Primas (1925). La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Y, del mismo modo, si los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana”.

Pedro Sáez Martínez de Ubago, investigador, historiador y articulista

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